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Libertad Económica

Los mercados financieros, nuestro mejor aliado

Los mercados financieros son habitualmente demonizados y culpados de todos los males habidos y por haber. Son el chivo expiatorio de aquellos que implementan políticas suicidas y endeudan a sus ciudadanos. Se les critica por no prestar dinero y a la vez se les dice que no se les va a pagar lo que se les debe. Los inversores son tachados de especuladores malvados que ganan dinero empobreciendo a la gente y/o arruinando gobiernos. Nada más lejos de la realidad, los mercados financieros están formados por millones de personas que a diario intercambian activos financieros, no sólo para ganar dinero, sino también para financiarse, proteger las operaciones de sus negocios contra movimientos futuros en el precio de materias primas o divisas, y refugiarse de políticas confiscatorias e inflacionistas. Tienen, por tanto, una función esencial en el funcionamiento de una economía saludable.

Invertir consiste en renunciar a algo de lo que disponemos, con la expectativa de recibir algo mejor en el futuro. Cuando el estudiante decide ir a la universidad en vez de ponerse a trabajar directamente, renuncia a recibir un salario presente por un salario que espera sea mayor una vez que se gradúe. Cuando un empresario abre un negocio, renuncia a unos recursos presentes, incluso endeudándose, con la esperanza de obtener una rentabilidad en el futuro. En los mercados financieros, inversores arriesgan su dinero, y el de sus clientes, con el fin de obtener una rentabilidad acorde con el riesgo incurrido.

Se puede invertir tanto en renta fija como en renta variable. La renta fija es aquella que nos promete unos pagos determinados, siendo los únicos riesgos el impago del deudor y la inflación. La renta variable, por otro lado, no nos promete nada, es decir, los ingresos futuros son completamente inciertos. El inversor, como norma general, esperará una rentabilidad mayor de la inversión en renta variable que de aquella en el mercado de renta fija. El perfil del inversor en renta fija será el de aquel individuo adverso al riesgo, y/o de avanzada edad que invierta un dinero con el que espera afrontar gastos en el futuro. El inversor en renta variable será aquel individuo que pueda permitirse que su patrimonio se deprecie, pues o tiene mucha vida por delante para ganar dinero y recuperar la inversión, o no necesita ese capital invertido para afrontar sus gastos cotidianos. Cabe destacar que los inversores normalmente tienen una cartera de valores en la que se incluye tanto renta fija como renta variable, variando la proporción en función del riesgo que se quiera asumir.

Una vez decidamos entre invertir en renta fija, variable, o las dos, tendremos que decidir entre invertir de forma activa o pasiva. La inversión activa consiste en buscar y seleccionar aquellos activos financieros que el inversor crea que están infravalorados, basándose en su criterio y análisis, con el fin de obtener una rentabilidad superior al mercado. La inversión pasiva, por otro lado, consiste en invertir en ETFs o fondos que replican el comportamiento de un índice en particular, y que están compuestos por una cesta de activos financieros. La inversión pasiva merece especial atención, pues sus menores costes, mayor capacidad para diversificar sin necesidad de poner mucho dinero, y poco tiempo de dedicación, la convierten en una alternativa más que atractiva para cualquier persona que tenga ahorros y quiera obtener una rentabilidad a largo plazo, sin necesidad de dedicarle casi tiempo. Un ejemplo de inversión pasiva sería invertir en el SP 500, un índice que contiene a las 500 compañías más grandes de Estados Unidos, y que de 1994 a finales de 2018 ha proporcionado una rentabilidad media anual del 11.34%. Periodo en el que 20 de los 25 años han ofrecido rentabilidades positivas.

Como regla general, hay sectores que rinden mejor en épocas de contracción económica, como las industrias sanitarias, de productos básicos de consumo, y utilidades, mientras que la industria energética, la de producción industrial, y la dedicada al consumo discrecional (hoteles, restaurantes, etc.) rendirán mejor en épocas de expansión económica.

Otro tipo de inversión, y quizá una de las más productivas, es la inversión en capital humano. Esto es, invertir en nuestra propia educación. Mayor formación se traduce, en la inmensa mayoría de los casos, en mayores salarios, siendo los salarios muy parecidos a una anualidad, o conjunto de pagos periódicos e iguales, que además suelen incrementarse con el paso del tiempo.

En definitiva, hay que perder el miedo a los mercados financieros, y verlos como aliados. Son una opción más que buena para incrementar nuestros ahorros, y nos proporcionan con instrumentos para todos los perfiles, pues hay instrumentos de muy alto, alto, medio, bajo y muy bajo riesgo y rentabilidad, siempre siendo aquellos de los que esperamos una alta rentabilidad en los que el riesgo, por regla general, será mayor.

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