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La reacción de los empresarios

Lo que ocurre en Melilla: si los empresarios, en vez de temerosos y rendidos al poder público, se hubieran organizado mejor y pronunciado antes, no se habría llegado en nuestra ciudad a la lamentable situación económica en la que ahora nos encontramos De entre todas las innumerables sandeces que se han escrito durante estos últimos días describiendo las andanzas del mequetrefe golpista Puigdemont, una especie de relato cómico-trágico del célebre libro, Sin noticias de Gurb, del barcelonés Eduardo Mendoza, merece la pena destacar el ataque del mequetrefe huido a las instituciones europeas, que no le hacen caso, una muestra más del componente cómico habitual de Puigdemont, pero, sobre todo, es importante constatar la reacción de los empresarios catalanes en el Parlamento Europeo, vía la Asociación Empresaris de Catalunya, que ha denunciado “la fuga de empresas, la caída en las inversiones extranjeras o el descenso de las reservas turísticas, y ha celebrado la intervención del Gobierno para asegurar la estabilidad y la seguridad legal que permita la recuperación económica de la región”.
“Hubo un tiempo en el que nos quedamos silentes y eso fue un error, un grave error, y ahora lo estamos pagando”, añadió Josep Bou, presidente de la Asociación. Y eso, me parece, ha sido lo más importante de su discurso, lo fundamental de su testimonio. Si los empresarios catalanes, en vez de estar silentes y asustados, se hubieran pronunciado antes como lo hacen ahora, no se habrían tenido que ir de Cataluña, como tantos han hecho, ni, probablemente, se habría llegado a la lamentable situación en la que Cataluña y el resto de España ahora se encuentran. Y lo mismo digo, guardando las importantes distancias y diferencias, acerca de lo que ocurre en Melilla: si los empresarios, en vez de temerosos y rendidos al poder público, se hubieran organizado mejor y pronunciado antes, no se habría llegado en nuestra ciudad a la lamentable situación económica en la que ahora nos encontramos (y recuerdo: SODEMEL, la Sociedad para el Desarrollo de Melilla, está aquí para eso, para ayudar a los empresarios, para atraer inversiones a nuestra ciudad, para contribuir a salir del círculo cerrado de lo público y de las subvenciones como casi único recurso de supervivencia económica local).

Una sencilla Historia de Melilla en Cómic, un libro que me han regalado, introducido por unas sencillas palabras de ese gran melillense que es Antonio Bravo (“esperamos que nuevas generaciones de jóvenes puedan acceder al conocimiento de nuestra historia a través de estas páginas, y comprometerse con este apasionante reto”) me reafirma en mi idea de que hemos recibido un largo legado melillense, al que deberíamos honrar. Un legado muy antiguo que tiene algunos hitos relativamente modernos y que conviene recordar. Por ejemplo, que Melilla llegó a tener más de 95.000 habitantes en el año 1949. Que la independencia de Marruecos, que tuvo un gran impacto sobre nuestra ciudad, se produjo en 1956. Que la población de origen marroquí empezó a establecerse aquí en gran escala a partir de 1985 (el año del nacimiento del MELILLA HOY, por cierto). O que el Estatuto de Ciudad Autónoma lo consiguió Melilla en 1996 y el año siguiente nuestra ciudad celebró sus 500 años como ciudad española.

Salvar Melilla no es tarea de una persona, es tarea de los melillenses, cada uno en la medida de sus capacidades y aptitudes. Y para salvar Melilla es imprescindible salvar su economía, quizás volver a prestar atención al mito de Ícaro, el hijo de Dédalo, el inventor, y su moraleja del ansia de libertad y de la inteligencia como instrumento para poder volar, salir de lo que nos encierra y oprime, que en nuestro caso es la existencia de una economía pública propia de otro siglo y la absoluta necesidad de que se convierta en una privada, moderna, libre y eficaz.

Perder el miedo a la libertad es imprescindible, si queremos mejorar. ¿Es el miedo lo que lastra y lleva lastrando desde hace años la solución del problema del separatismo nacionalista catalán? Lo que acaba de pasar con la presidenta del Parlament, Carme (léase Carma) Forcadell y los tribunales, no anima a concluir que no es el miedo, el miedo a tomar decisiones, en este caso, lo que ha llevado a una sentencia tan “light”, a una condena tan benigna dada la extrema gravedad de los delitos imputados. Que la inocultable hipocresía ante el Tribunal Supremo de la presidenta del Parlament, cuyo daño causado a Cataluña y a toda España ha sido inmenso, haya obtenido el premio de la casi absolución momentánea y su inmediata salida de la prisión, con el dinero de la caja de resistencia de los golpistas y por mucho que su futuro judicial sea peor que negro, es abominable. “Al fracaso se sumó el deshonor”, titulaba el editorial de El Mundo el viernes. El deshonor y la repulsa de gran parte de los españoles, incluidos los que, por obligación, prestan sus servicios destinados en Cataluña, que no se explican, que no nos explicamos, por qué se permiten huelgas políticas, por qué se sigue sin aplicar allí la Constitución, por qué se han convocado elecciones catalanas tan pronto y conociendo que las encuestas auguran (ojalá se equivoquen) poco menos que una repetición de la lamentable jugada en la que nos encontrábamos.

En un tono de indignación menor, pero también grande, hay que encuadrar el hecho de que la Ciudad Autónoma haya concedido 160.000 euros, a pagar en 4 años, a una persona (no a una empresa con empleados) que no tiene la más mínima capacidad empresarial y que, además, ha denunciado a la misma Ciudad para colocarse y le está costando un pastizal por no hacer nada. ¿Es debido a un miedo incomprensible o a otra cosa peor, a un afán, muy frecuente en el Partido Popular, de favorecer a los enemigos y perjudicar a los amigos, con el esperable y habitual resultado de desilusionar a los amigos y mantener a los enemigos, tras fortalecerles, como tales?

Posdata. Pregunto ¿quién es la persona que aparece en la ilustración de esta Carta? Me responde el autor: cualquier empresario o persona anónima que ni es un mono, ni está muerto (en el sentido figurado), ni se tapa los oídos para no oír, los ojos para no ver y la boca para no hablar.

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Enrique Bohórquez López-Dóriga

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