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Desde mi balcón

Con el miedo a cuesta

Hace unos días me encontré con un compañero de curso del colegio. No nos veíamos desde que celebramos las bodas de plata y ya vamos para las de oro, es decir que somos sesentones. Recordamos los tiempos y llegamos a la conclusión que al menos, la nuestra ha sido una generación sometida al miedo. Como era posible que con nueve años nos sometieran a un examen oral para el ingreso en el bachillerato, después la reválida de cuarto con 14 años, seguida de la de sexto con 16. Y con 17 años el preu. Tanto en cuarto, en sexto como en preu, teníamos que sufrir el examen en el colegio y luego el estatal. Con 16 años teníamos que estar en casa los sábados y domingos a las 10 de la noche y como estábamos en un colegio religioso, nos crearon una estrecha conciencia del concepto del pecado, de modo que cada vez que un guateque nos acercábamos más de la cuenta a una chica, bailando, te sonaba por dentro la voz del padre espiritual y al lunes siguiente había que confesarse de haber tenido malos pensamientos.

En el trascurso de la conversación, naturalmente nos reíamos de estas situaciones. Una vez superado el preu, venia el selectivo para los que elegíamos ciencia, de modo que si no lo aprobabas en un tiempo, te largaban. Las carreras de ciencia eran muy duras y había que quedarse muchos fines de semana encerrados para recuperarse y ponerse al día, pues teníamos prácticas de laboratorio por las tardes de todas las asignaturas, con lo cual te quedaban pocas horas de estudio y siempre con el miedo a los exámenes. Había profesores que te obligan a ir con corbata a clase, cada uno con sus manías y complejos de sabio que te hacían ponerte de mala leche.

En estas edades lo normal era enamorarte y recordábamos que había que someterse a una declaración de amor, después de insistir durante una temporada y que ella se convenciera de que ibas en serio, con lo cual el nerviosismo y la incertidumbre te abrumaba. Estos sentimientos se mezclaban con la intranquilidad de los exámenes y para muchos era un sin vivir. En medio se metía el cumplimiento con la patria y o hacías las milicias universitarias en dos veranos y al finalizar la carrera o elegías la mili normal de 18 meses como soldado, donde te mandaran, con lo cual el estrés aumentaba.

De las milicias universitaria o salías de alférez o de sargento con lo cual aumentaba la inquietud, según te lo tomaras. Para muchos era un honor salir de alférez y para otros les importaba un bledo.

Menos mal que en aquella época había salidas profesionales y todos nos colocábamos. Lo establecido era echarse una novia, casarte y tener hijos. Esta etapa la vivimos muy bien la gran mayoría y se sufrían los miedos normales de la vida. Con el paso del tiempo los hijos se hacen mayores y comenzamos a tener nuevos miedos: que si las malas amistades, que si los porros, después la cocaína y otras, que si los accidentes de coches, el alcohol. La violencia se presenta en las calles y la eta nos tiene acongojados.

Se implantan nuevos sistemas de estudios, comienza a crecer el paro, los valores religiosos van ocupando un segundo plano. Lo que inculcamos a nuestros hijos va perdiendo valor y no sabemos para qué tanto esfuerzo.

Aparece el miedo de la perpetuidad de nuestros hijos en los puestos de trabajo y muchos conocen a sus nietos por Skype. El divorcio era una palabra que no existía, pero se fue implantando poco a poco y comenzamos a tener detrás otra amenaza, otro miedo.

Ahora somos abuelos y los miedos continúan, suponiendo que tus hijos tengan salud y trabajo,se piensa en los nietos, que sociedad van a heredar sin valores, rota, anárquica, que trabajo van a encontrar y qué clase de persona van a encontrar para formar una familia si es que perdura este concepto. Nos acordamos de las palabras de Jesús de Nazaret “No tengáis miedo”. Y los consejos de los psicólogos que dicen que hay que vencer los miedos. Tal como estamos esto va a ser difícil, de modo que lo mejor es ponerse en manos de Dios.

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