Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.
Logo de Melilla hoy

El Torreón del Vigía

Gutiérrez o el oficio de maestro

Suenan mis pasos en la inmensidad del patio. Ya no lo veo tan grande como en el amanecer de mi vida o tan pequeña como aquella pelota de tenis que se estrellaba contra la fachada de la Capilla. Miro a los lados y escucho sonidos de voces en esas horas de recreo o me vienen imágenes de cómo corríamos al salir de clase para ocupar aquel hueco que en el fondo daba a un portón y que imaginábamos un campo de primera. Formábamos equipos o mejor ya estaban hechos y eso creaba rivalidad y rodaba el balón…un regate o un empujón en buena o mala liz, esto solo dependía de las ansias o del resultado. Cuando me tocaba de portero, había a la derecha una pequeña puerta que tenía su truco para abrirse y que era usada por aquellos alumnos mayores para encender un cigarro, con boquilla o tantas veces sin ella, y a los que avisábamos cuando el peligro se acercaba. ¡Como sonaba la pelota al lanzarse contra aquella puerta de salida de vehículos!. Caían los goles pero teníamos nuestras propias reglas de “portería a portería…guarrería”, y así no subían los goles. No hacía falta ni árbitro ni botas con tacos, tampoco existía banquillo, todos hacíamos de todo y “las gorila” eran tan duras como el empeño que poníamos. ¡Éramos amarillos!, desde aquellos festivales en la Plaza de Toros cuando Mayo rozaba al Santo Patrón. De pronto sonaba la música, no me pida que la recuerde, estábamos en lo mejor y todo se cortaba. Era la comunicación no verbal que tocaba para ir al aula. En el teatro del cole se daba clase de pre tecnología. En la bolsa llevábamos todo lo necesario para hacer marquetería, pelos, tabla, segueta y esa cera que enfriaba el pelo de tanto cortar madera. El profesor era D. José Manuel Gutiérrez. En él no cabía estar allí en su mesa alejado del alumno. Iba recorriendo cada uno de los tableros de trabajo donde nos colocábamos y ya nos conocía, desde aquel hablador a quien no le daba tiempo a nada hasta los que no éramos manitas, pero eso sí poníamos esfuerzo y ganas. Él no solo nos daba esa asignatura, fue también tutor. Se hacía valorar por su entrega a todos, por su ejemplo y la humanidad con la que se involucraba. Como profesor, José Manuel Gutiérrez era vocacional. Esto no puede estudiarse en ningún manual ni el simple hecho de obtener una titulación lo incluye en el certificado que se cuelga de una pared, es una parte de ti que se da a otros, es la entrega sin horas, es comprobar si se entiende algo y por tanto se ha asimilado, es preocuparse de conocer a esa persona que hoy es su alumno. Muchas horas pasé con José Manuel Gutiérrez en mi Colegio o en la casa de O´Donnell y aún conservo entre los papeles un dibujo suyo que representa la fracción del pan. En un hotel de Madrid un lejano día de Junio miraba en la habitación aquel teléfono de marcación de disco de color marfil mientras esperábamos su llamada. Sonó y al descolgar mi padre se escuchaba la voz de José Manuel Gutiérrez, tragas saliva mientras los nervios me paralizaban, me jugaba el pasar a BUP. No parpadeas y observas la expresión de una cara y te dan la noticia, ¡Has aprobado todo!. Gracias José Manuel por lo que me enseñas desde tu espíritu lasaliano. En esta semana ha cumplido setenta años ese ser humano que quiero y admiro, a quien escucho y llamo maestro mientras le considero amigo.

Loading

Más información

Scroll al inicio

¿Todavía no eres Premium?

Disfruta de todas
las ventajas de ser
Premium por 1€