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Carta del Editor

La verdad nos hará libres

Una semana marcada por un lamento desesperado. El de la injusticia. El de tener que aguantar que quien tanto daño injusto e injustificado te ha hecho y ha causado a tantos, te denuncie y te intente seguir haciendo daño” Una semana marcada por un lamento desesperado. El de la injusticia. El de tener que aguantar que quien tanto daño injusto e injustificado te ha hecho y ha causado a tantos, te denuncie y te intente seguir haciendo daño. El de que un determinado juez, una determinada fiscal, una determinada estructura jurídica, aliente la injusticia. El tener que soportar que, con la mejor intención, te aconsejen que te sojuzgues, porque no puedes hacer nada, excepto rendirte, porque la justicia -con minúsculas- es impredecible y puede pasar cualquier cosa, especialmente si eres completamente inocente. El que tengas que repetir eso, tan políticamente correcto, tan extraordinariamente repetido, tan falso, de que en la justicia confío, cuando casi nadie en España confía en la justicia, con minúsculas, como todas las estadísticas españolas confirman. Por supuesto que confío en la Justicia, con mayúsculas. Por supuesto que creo que muchos jueces, y muchas fiscales, son buenos y justos, pero también tengo la seguridad de que muchos otros no lo son. Quizás no es políticamente correcto decirlo, pero -todos lo sabemos- esa es la verdad y la verdad nos hará libres (Jesús, Evangelio de Juan) más allá de lo que cualquier ser humano -falible, por naturaleza- pueda decidir.

En fin, y volviendo a la actualidad, es conveniente, quizás hasta necesario, aprender de la historia para inocular, para curar, para prevenir, al futuro contra los errores del pasado. Ya lo decía José Ortega y Gasset, quien fuera máximo exponente español y moderno del historicismo, la corriente de pensamiento -predominante en la Europa del siglo XX- surgida en Alemania, que sostiene que la historia es el elemento más importante para los seres humanos, al devenir de las cosas referidas al ser individual. El ser humano, decía Ortega, es historia y se va constituyendo a lo largo del tiempo. Eso es lo que configura la razón histórica y la razón vital, elementos fundamentales de la filosofía orteguiana, del filósofo y pensador más importante del siglo XX español.

Conviene aprender de nuestra historia, nacional y local. Conviene que los altos funcionarios, que aquí vienen, vivan aquí, aprendan -y aprehendan- la historia local. Permanezcan en Melilla, más allá del lunes a última hora de la mañana hasta el jueves a primera hora de la tarde. Entiendan, por ejemplo, que una persona mayor de origen marroquí pueda no saber hablar bien español, aunque tenga la obligación legal de saberlo, como ellos tienen la de permanecer y vivir en el lugar al que están destinados. Investiguen delitos verdaderos, en lugar de buscar presuntos- y falsos- culpables, por razones gremialistas. Martiricen a la sociedad local, en aras de intentar escalar puestos en su escala laboral. Crean que los ciudadanos, que les pagamos, somos sus súbditos, en lugar de estar al servicio de los ciudadanos, que es para lo que les pagamos. Se crean dioses intocables, en vez de seres humanos perceptibles de error, porque se juzgan a sí mismos y jamás se condenan. Esto, lo de la administración pública local, está muy, muy mal, y con tendencia a empeorar, por desgracia.

Sin embargo, el pueblo español no se rinde. El último ejemplo notorio, la iniciativa de Marta Sánchez de poner letra al himno español en el madrileño Teatro de la Zarzuela. Empieza el himno: "Vuelvo a casa, a mi amada tierra, la que vio nacer mi corazón aquí" y termina "Grande España, a Dios le doy las gracias por nacer aquí, honrarte hasta el fin…Y si algún día no puedo volver, guárdame un sitio para descansar al fin". Que el himno español no tenga letra, todavía, es una vergüenza mantenida, durante muchos años, por una inercia y una cobardía inadmisibles, aunque admitidas, como es notorio. No digo que la letra del himno cantada por Marta Sánchez sea un prodigio, porque no lo es, pero sí afirmo que su iniciativa, en estos tiempos de nihilismo rampante, es digna de las mayores alabanzas. Los espontáneos aplausos de los que tuvieron la fortuna de presenciar la iniciativa de Marta fueron un síntoma, un gran síntoma, de que algo se mueve en la adormecida -por lo políticamente correcto- España.

Una muestra más del nihilismo actual es lo que leo en un periódico: "El Estado, como cualquier sistema complejo, funciona en buena medida solo". Nihilismo activo, la idea de que el conocimiento es imposible, que las cosas no tienen valor, la negación de toda creencia o principio moral, religioso, político o social. "El piloto automático lleva mucho tiempo puesto y no hay demasiada intención de coger los mandos … y un Estado tecnocrático sin orientación ni dirección política es lo más cerca que podemos estar de una pesadilla de Kafka" (Sergio del Molino, en El País). Sumarlo a lo que escribió George Bernard Shaw, premio Nobel de Literatura: "Los políticos y los pañales deben ser cambiados con frecuencia… ambos por la misma razón". Su frase más comentada: La juventud es una enfermedad que se cura con los años. La más política: La democracia es el proceso que garantiza que no somos gobernados mejor de lo que merecemos". No sé lo que nos merecemos, pero debe ser muy poco, a juzgar por lo que padecemos, aún y a sabiendas de que quejarse, con o sin razón, es una inveterada costumbre humana, no exclusiva -aunque sí muy acusada- entre los españoles. No todos los políticos, ni todos los jueces, deben ser cambiados, pero sí bastantes de ellos. Creo que todos lo pensamos, aunque casi nadie se atreve a decirlo… en público.

Un ejemplo local reciente, lo de la conferencia que, acerca de su libro sobre el judaísmo, pronunció en Melilla Raad Salam, un cristiano iraquí nacionalizado español. No le conozco, no he leído nada de él, excepto sus declaraciones publicadas en el MELILLA HOY el lunes 19. Se pronuncia contra lo políticamente correcto. Contra la manía de prohibir. Contra el abuso de denunciar para intentar esconder los pecados/errores/abusos propios. Contra el corporativismo irracional y pernicioso. Contra la superioridad de lo público sobre lo privado. Sobre todo eso, estoy de acuerdo con él. Iba a añadir: lo siento. Pero, pensándolo bien, no lo siento. Y si algún día leo lo que ha escrito sobre el Islam, me pronunciaré al respecto. Hoy, en honor de la verdad e insistiendo en eso de que la verdad nos hará libres (¿verdad, Joaquín?) no me puedo pronunciar.

Posdata: Extraordinariamente interesante, e importante, la reunión que, convocada por SODEMEL, mantuvimos el pasado miércoles con un grupo escogido de empresarios y comerciantes locales. El acuerdo sobre que Melilla económicamente es como un barco sin rumbo fue unánime. ¿A dónde vamos, sin rumbo? A la catástrofe, a la muerte de la ciudad, fue la respuesta de todos. ¿Cómo evitarlo? La puesta en marcha de las 23 propuestas concretas que SODEMEL expuso hace meses marcan un rumbo. El ingenio y la colaboración con Marruecos, otro. La renovación de la representación empresarial local, otro. Que la iniciativa privada se ponga al timón -apoyada, no obstaculizada- por lo público, otra necesidad. Por lo que, una vez más, pude comprobar el miércoles, en Melilla hay empresarios preparados, inteligentes, con ganas y legítimo interés en ayudar a salvar a la ciudad. Sería una pena, y una catástrofe, desaprovechar tanto potencial humano.

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Enrique Bohórquez López-Dóriga

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