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Carta del Editor

Los españoles, yo incluido, opinan que la Justicia funciona muy mal

Me temo que la fiscalía de Melilla no va a actuar, de oficio, contra el CGPJ (nada menos), contra la OCU, contra el diario Expansión y contra la Comisión Europea. Y que no les pedirá, a cada uno, una fianza de unos 100.000 millones de euros, para mantener una cierta proporcionalidad sobre algunas de sus peticiones Es fundamental desarrollar, implantar, divulgar, la retórica del cambio y trasladarla del reino de lo imposible al de lo inevitable, que es lo que realmente es el cambio. La privatización -como hizo Margaret Thatcher- es, en ese sentido del cambio, una medida, un paso fundamental, que logró, en la Inglaterra de los tiempos de Margaret Thatcher, allá por el año 1991, que los negocios de privatización del Estado se hubieran convertido en una práctica obligada por factores financieros, no por factores políticos, algo que resultaba inimaginable cuando la Thatcher accedió al poder. Por eso ella volvió a ganar las elecciones. Así salió Gran Bretaña de la crisis económica y social que padecía, sobre todo, la clase más pobre. Así podría, y debería, salir Melilla de su terrible crisis económica y, como consecuencia, social y política (lo que se avecina de cara a las próximas elecciones locales de mayo de 2019 es más que preocupante). Evidentemente no se saldrá de la crisis haciendo más de lo mismo o, dicho con otras palabras, solo la suma de las iniciativas privadas y libres, no el intervencionismo público, podrá evitar la perpetuación de la catástrofe.

A veces es interesante ir de lo particular a lo general. Ver, por ejemplo, el ranking mundial del PIB (la suma de todos los bienes y servicios finales producidos por un país en un año). El PIB nominal mundial en 2016, según el FMI, fue de 74.583.642 millones de dólares. El mayor: el de EEUU, 18.583.642 millones de dólares. España, 1,42 billones, duodécima potencia mundial, con un PIB casi igual que Rusia, por ejemplo.

No cabe duda de que es importante atender a lo que ocurre en Estados Unidos. Me ha regalado, un matrimonio entrañablemente amigo, "Fuego y furia. En las entrañas de la Casa Blanca de Trump", el libro de Michael Wolff que ha sido un enorme éxito de ventas, atraído no solo por su contenido, también por el título de la contraportada y la inmensa cantidad de mensajes y escritos que incidían en lo mismo: "El libro que Trump no quiere que leas", atractivo más que suficiente para que millones de personas se hayan apresurado a leerlo, aunque yo -como otros muchos- no estoy nada seguro de que realmente Trump quiera que no leamos tal libro, con tales mensajes, que le dan pié a recalcar que él ha llegado a ser presidente de Estados Unidos (al primer intento) y a concluir que es "un genio… y un genio muy estable".

El libro -del que hablaré en más de una ocasión- es enormemente interesante para entender algo más de la política de los máximos dirigentes del país más poderoso del mundo. La nueva política -la de Trump- no era, como la de Obama, "el arte del compromiso, sino el arte del conflicto", era "desenmascarar la hipocresía de la visión progresista" que habían impuesto, entre otras cosas y según Bannon, el asesor estrella de Trump, "su mito de una inmigración libre" obviando que "el Gobierno de Obama había sido muy agresivo en materia de deportación de ilegales". En Estados Unidos no se puede gobernar por decreto, pero Obama sí lo hizo, vía las famosas Órdenes Ejecutivas y Trump utilizó esas órdenes para regular la inmigración, "haciendo las cosas sin más" como "el mejor antídoto contra el fastidio de la burocracia y la clase dirigente" y considerando que "el caos que ese proceder sin método implicaba era la única forma posible de hacer las cosas" y, de paso, "esa era la fórmula de aplastar a los progresistas: sacarlos de quicio y empujarlos hacia la izquierda". Son solo algunos apuntes del libro, cuyos primeros capítulos giran alrededor de un concepto muy curioso y no demasiado conocido: que tanto Trump como su desorganizado equipo pre electoral estaban no solo absolutamente seguros de que iban a perder las elecciones presidenciales, sino que estaban convencidos de que, para ellos y sus respectivos futuros, perder ya era ganar. Así que durante toda la campaña electoral, mientras Hillary Clinton aparecía forzada, rígida, medrosa, obligada a ganar, Trump y su equipo podían decir, y hacer, todas las presuntas o ciertas barbaridades que se les pudiera ocurrir. Eso es lo que entendió la llamada América profunda y lo que, contra el vaticinio mundial, hizo ganador a Trump, quien, dicho sea de paso, tornó fulminantemente, según cuenta Michael Wolff, de considerarse un perdedor inevitable a creerse un ganador indispensable y lógico.

El estado de la Justicia también es importante para todos. "Como los jueces se protegen a sí mismos, no hay solución" (Federico Jiménez Losantos, en "La mañana de Federico" del 28/2/2018, como en tantas y tantas otras ocasiones más). El 60% de los españoles opinan que la Justicia en España funciona mal o muy mal, según los resultados del Décimo Barómetro del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) que, además, resalta que el porcentaje de descontentos absolutos aumentó un 44% desde 2005 a 2008, el año del Décimo Barómetro. La Organización de Consumidores y Usuarios (OCU) publicó los resultados de su encuesta en 2011: el 80% de los españoles tienen "mala o muy mala" opinión de la Justicia y el 78% considera, además, que es "lenta y cara". "Los españoles desconfían de la independencia de la Justicia", titulaba el diario Expansión el 11/4/2016, basándose en un informe de la Comisión Europea que concluía que "el 56% de los españoles considera mala o muy mala la independencia de los tribunales y los jueces".

Me temo que la fiscalía de Melilla no va a actuar, de oficio, contra el CGPJ (nada menos), contra la OCU, contra el diario Expansión y contra la Comisión Europea. Y que no les pedirá, a cada uno, una fianza de unos 100.000 millones de euros, para mantener una cierta proporcionalidad sobre algunas de sus peticiones. Me temo que no va a actuar, de oficio, para intentar averiguar quién o quiénes fueron los responsables de que se perpetrara un atentado contra la libertad en general y la de expresión en particular, un atentado incendiario que puso en peligro la vida de varios ciudadanos y cuyos instigadores son, todavía, policial y judicialmente desconocidos. Insisto, una vez más, en que hay jueces y fiscales/as buenos y malos. Ahora a nosotros, a la libertad de expresión, a la libertad en general, nos han tocado los malos, los que dan pie a que la mayoría de los españoles tengan la opinión de que la Justicia funciona muy mal, opinión a la que, desgraciadamente, he de sumarme.

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Enrique Bohórquez López-Dóriga

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