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Los últimos en sanciones

Si la DGT dice que la publicación de estadísticas de denuncias y sanciones busca concienciar a la ciudadanía sobre que los accidentes de tráfico «no son sucesos imprevisibles, sino que se pueden evitar si se cumplen las normas de circulación», ¿por qué en Melilla siguen siendo cifras tan reducidas, que dan lugar a pensar en una realidad totalmente distinta a la que realmente tenemos en nuestras calles con los imprudentes al volante? Las multas educan.

Los temas que afectan al bolsillo de los ciudadanos son extremadamente sensibles para el conjunto de la opinión pública. A nadie le gusta que le obliguen a hacer un esfuerzo económico para pagar tasas, impuestos o sanciones administrativas cuando no se cumplen las normas de convivencia por las que se rige nuestra sociedad. Sin embargo, es necesario imponer de vez en cuando la mano dura mediante sanciones ante incumplimientos sistemáticos de las normas en diferentes ámbitos.

Uno de los tradicionalmente más polémicos es el del tráfico, que nos afecta a todos, peatones y conductores, en cuanto pisamos la calle. Sobre todo en lugares como Melilla, una ciudad que poco a poco, pero a pasos agigantados en los últimos años, ha ido aumentando su población hasta superar con creces los 85.000 habitantes. Somos muchos, y es necesario que todos cumplamos las normas. Pero también que la Administración las haga cumplir a aquellos que por sí solos no las acatan, porque en una ciudad tan pequeña como la nuestra, donde ver lo que ocurre está muy a mano y donde tan bien funciona el boca a boca, es sencillo que pueda extenderse cierta sensación de anarquía y que luego, al intentar retomar el orden, cueste mucho más esfuerzo conseguir que se cumplan las normas.

Por eso, parece poco lógico que Melilla siga registrando cifras tan bajas en cuanto a denuncias y recaudación por sanciones, según los datos que acaba de difundir la Dirección General de Tráfico (DGT). Otro año más, pese a que los melillenses no somos, precisamente, ejemplo de civismo cuando nos ponemos al volante, por mucho que nos pese este dudoso honor. Y no aprendemos, como podemos ver en nuestras calles. Hace escasos dos días se cumplió el primer aniversario del trágico fallecimiento de Carlos Huelin, el melillense que fue atropellado cuando hacía deporte con su bicicleta por un conductor que superaba por varias veces la tasa de alcoholemia permitida.

Nuestra sociedad reaccionó conmocionada tras lo sucedido, pero durante los últimos 12 meses hemos seguido viendo en nuestras calles graves accidentes de tráfico, en muchos de los cuales están presentes el alcohol y las drogas. Ello, por no hablar de otros muchos casos de auténtica violencia vial que no terminan en accidente, pero que atemorizan al resto de los usuarios de la vía pública con excesos de velocidad intolerables en vías urbanas y peligrosas maniobras de quienes se creen dueños de la carretera. Siguen siendo muchos los melillenses incívicos que continúan mostrando lo peor de sí mismos cuando se suben al coche una forma totalmente irresponsable, una realidad que también se ve con comportamientos egoístas como estacionamientos indebidos y e incumplimientos de señales tan importantes como los semáforos, los stop y los ceda el paso.

Si la DGT dice que la publicación de estadísticas de denuncias y sanciones busca concienciar a la ciudadanía sobre que los accidentes de tráfico «no son sucesos imprevisibles, sino que se pueden evitar si se cumplen las normas de circulación», ¿por qué en Melilla siguen siendo cifras tan reducidas, que dan lugar a pensar en una realidad totalmente distinta a la que realmente tenemos en nuestras calles con los imprudentes al volante? Las multas educan.

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