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A análisis

Afrontar la resaca

La detención de Carles Puigdemont ha cerrado definitivamente las puertas al "proces". Las algarabías, que comenzaron con fuerza una vez se conoció la noticia, se mantendrán durante un tiempo, esperemos que no demasiado largo, por el bien de los catalanes. Pintadas insultantes y amenazadoras frente a viviendas señaladas, barullo en las redes sociales, cortes de carreteras y autopistas, y manifestaciones en las que los aplausos y las peticiones de libertad irán mudando en acciones que, sin ninguna duda, serán interpretadas por algunos como libertad de expresión y por otros como violencia. Las llamadas a evitar estas acciones, que ya se están haciendo desde la prisión de Estremera, responden a la lógica de quienes no desean que sus delitos se adjetiven con una calificación que haga más justificable la mayor dureza de las penas.
No sabemos cuánto durará la tramitación de la extradición del ex president, por parte de tribunal de primera instancia de Neumünster, unos días, unas semanas, o a lo sumo tres meses. Durante este tiempo, las fuerzas políticas catalanas de todo signo -también las estatales- van a moverse en todas direcciones, tratando de justificarse. Unos, por las recalcitrantes posturas que, inútilmente, han llevado al país a la endiablada situación en la que se encuentra. Los otros, por la incapacidad de hacer aquello para lo que la gente les eligió: política de verdad, impidiendo el desastre que se veía venir desde hacía mucho, y al que no solo no supieron poner coto, sino que incluso alentaron con maniobras inconscientes.

Habrá quienes traten de obtener beneficios colaterales, mostrándose como aglutinadores de una solución y ofreciéndose -ya venían haciéndolo en periodo preelectoral- para dirigirla. Pero parece que también se han cerrado las puertas al oportunismo.

Ahora, cuando por fin despertemos de la gran borrachera vivida, y en mitad de lo que va a ser también una enorme y larga resaca, deberemos reencontrar, unos y otros, el camino perdido de la política.

Que los jueces, aquellos que han tomado el toro por los cuernos, demostrado que somos un Estado democrático y fuerte, con poderes independientes, continúen con su tarea. Y los políticos retomen también sus trabajos, teniendo muy en cuenta lo aprendido en estos tiempos de zozobra.

Es la hora, para el bien de todos y fundamentalmente de los catalanes, de investir a un president factible, sin problemas que a corto o largo plazo impidan su ejercicio. De dejar atrás actitudes frentistas, como el empeño que hoy se maneja de forzar inútilmente la presidencia de un Puigdemont que, para bien o para mal está acabado. La propuesta de Gabriel Rufián de que "Hay que jugárselo todo para investir a Pugdemon", en contradicción con su anterior afirmación de que si se tratara de él, habría abandonado el acta, no es más que otra de sus esperpénticas e inútiles frases. Que Rufián se juegue lo que quiera, Cataluña no. Hay que recuperar el seny y la cordura. No va a ser fácil, pero es imprescindible.

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