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Carta del Editor

Elecciones locales y Semana Santa

"¿Ustedes se creen que en España el narcotráfico no corrompe a ningún juez ni a ningún político? Pues están muy equivocados" (F. Jiménez Losantos, el lunes 19 de abril). No son solo jueces y políticos los corrompidos por el narcotráfico, es la sociedad entera la que corre ese potencial peligro. La capacidad letal que tiene el narcotráfico para las democracias es enorme, aunque no demasiado conocida, porque ya se preocupan los narcos y los por ellos manejados de que así sea. Así se encargan, también, la mayoría de los periodistas, progres en general, de ocultar la inocultable catástrofe del socialismo del siglo XXI, especialmente del socialismo español y su variante (o al contrario) podemita, el comunismo más rancio (según Jiménez Losantos, cada día más desatado), así actúan los enemigos de la libertad que, inevitablemente, son también los enemigos de la democracia, o, como escribe Jean-Francoise Revel, "el odio socialista-comunista al progreso". "¿Ustedes se creen que en España el narcotráfico no corrompe a ningún juez ni a ningún político? Pues están muy equivocados" (F. Jiménez Losantos, el lunes 19 de abril). No son solo jueces y políticos los corrompidos por el narcotráfico, es la sociedad entera la que corre ese potencial peligro. La capacidad letal que tiene el narcotráfico para las democracias es enorme, aunque no demasiado conocida, porque ya se preocupan los narcos y los por ellos manejados de que así sea. Así se encargan, también, la mayoría de los periodistas, progres en general, de ocultar la inocultable catástrofe del socialismo del siglo XXI, especialmente del socialismo español y su variante (o al contrario) podemita, el comunismo más rancio (según Jiménez Losantos, cada día más desatado), así actúan los enemigos de la libertad que, inevitablemente, son también los enemigos de la democracia, o, como escribe Jean-Francoise Revel, "el odio socialista-comunista al progreso".

Comprar votos, con el dinero del narcotráfico o proveniente de otros medios (promesas de colocación, promesas de concesión de viviendas, etc.) son también métodos de perversión democrática, de limitación de la libertad individual, especialmente peligrosos en sociedades multiétnicas y multirraciales, como es ya la sociedad melillense. Samuel Huntington, el autor del famoso libro "El choque de civilizaciones", decía en su libro "¿Quiénes somos?", refiriéndose a Estados Unidos, que quizás su mayor éxito ha sido eliminar los componentes raciales y étnicos que han ocupado históricamente un lugar central en su identidad, para convertirse en una sociedad multiétnica y multirracial en la que los individuos son juzgados según sus méritos". Ahí está la esencia de la cosa, en eso, tan evidente como tan poco aplicado, de que los individuos sea juzgados según sus méritos, no según su nivel de pelotismo, pongo por caso.

A medida que se acerca mayo de 2019, fecha de las importantes elecciones locales, aumentan los comentarios y las quinielas sobre qué partido va a gobernar, qué tipo de coalición se puede producir o quién va a ser designado (al estilo monárquico) como sucesor de Juan José Imbroda en un momento indeterminado. Las encuestas electorales que se han hecho en Melilla en el pasado reciente siempre han vaticinado resultados muy alejados de la realidad, especialmente porque se han asignado al PSME-PSOE votos que después iban a Coalición por Melilla. No es fácil entender la peculiar idiosincrasia melillense y es especialmente dificultoso medir el impacto electoral del dinero procedente del narcotráfico y de otras formas de corrupción electoral. En lo que todas nuestras pequeñas encuestas coinciden es en que Melilla necesita un cambio profundo. No un cambio cosmético ni una promesa de cambio diferido. Un cambio total y absoluto de forma de gobernar que ponga a Melilla en el camino de la modernidad y cuyo primer paso ha de ser que los individuos sean juzgados por sus méritos, no por su -tantas veces fingida- fidelidad al jefe, y el segundo paso reconocer que los empresarios no son enemigos a abatir o aburrir por políticos y burócratas, sino elementos indispensables para lograr la modernidad, el desarrollo y el cambio.

Me parece intrascendente la reciente polémica sobre si Melilla se muere o no. Para algunos, muchos, ya está muerta, o eso dicen. Para otros, está viva desde hace más de 500 años y viva seguirá siempre, teoría difícilmente sostenible si se observa lo que ha ocurrido con todos los imperios que en el mundo han sido, empezando por el romano (que duró aproximadamente 500 años) y pasando por el español (que fue, tras el británico, el mongol y el ruso, el cuarto Imperio más grande, 20 millones de kilómetros cuadrados en el año 1750, de la historia de la humanidad), por citar sólo los dos ejemplos más cercanos. Por supuesto que Melilla, como tal y en el contexto que conocemos, puede llegar a desaparecer, o puede ocurrir todo lo contrario, que desarrolle sus inmensas posibilidades de crecimiento y se convierta en una fuente de desarrollo desde Europa y para toda África. Las próximas elecciones locales van a ser fundamentales para discernir si nos vamos a inclinar a lo primero, el desastre, o a lo segundo, el cambio y el desarrollo.

Posdata. Hoy termina la Semana Santa. Mucha gente, como es especialmente habitual en Melilla durante los últimos años, se ha ido de la ciudad durante estos días vacacionales. Aún con relativamente pocos (aunque muy entregados) espectadores, es de agradecer y admirar el esfuerzo y el entusiasmo con los que muchos melillenses mantienen la tradición española de festejar, recordar, procesionar nuestras tallas, lo que ha sido parte de nuestra vida y de nuestra larga historia. Recordemos, en estos días de recogimiento festivo, lo grande que España ha sido, y que la felicidad -a la que todos aspiramos- depende, más bien, de la correlación entre las condiciones objetivas y las expectativas subjetivas. Pensemos en ello e intentemos aplicarlo, empezando por las elecciones de mayo 2019, que están ya a la vuelta de la esquina.

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Enrique Bohórquez López-Dóriga

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