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Respaldo ciudadano a la estación de penitencia de la restaurada imagen de la Virgen de la Piedad

La Piedad y al fondo, el Palacio de la Asamblea
(Autor: Guerrero)

Ni las bajas temperaturas ni el éxodo vacacional que ha dejado Melilla prácticamente huérfana, ha impedido a la Semana Santa melillense contar con el respaldo y cariño de su pueblo. Ejemplo de ello el vívido Viernes Santo en el que tres cofradías lograron hacer su estación de penitencia sintiéndose arropadas por los melillenses. Este fue el caso de la Cofradía del Humillado que sacó a la calle la Virgen de la Piedad, la hermosa talla bellamente restaurada, portada sobre los hombros de hombres y mujeres anónimos que cubrían sus rostros con terceroles negros. Con puntualidad castrense, a las nueve menos cuarto de la noche del Viernes Santo se abrían las puertas de la parroquia de la Inmaculada Concepción, para que la cofradía del Humillado pudiera realizar su estación de penitencia. Abrió el camino, tal como viene ocurriendo desde 2014 con ocasión del 25 aniversario de la Cofradía, el Cristo de la Buena Muerte. La cruz la portaron en esta ocasión integrantes de la Hermandad de Veteranos Regulares. El Cristo legionario ha pasado a convertirse en un aliciente más de la noche del Viernes Santo.

La Piedad
Seguidamente abandonaba el templo el trono de María Santísima de la Piedad, obra de los maestros imagineros José María Jiménez Guerrero y Diego Fernández Rodríguez. Y lo hizo con la fuerza de los portadores, hombres y mujeres, que con la cabeza cubierta han contribuido, como el resto de melillenses que se han volcado con el resto de cofradías durante estos días, a que la Semana Santa melillense siga viva. Pero antes, el difícil momento de lograr que el trono supere el dintel de la puerta, por lo que es preciso ponerse casi de rodillas y evitar que la virgen o la cruz, puedan engancharse.

Una vez en el exterior y tras ser recibida la dolorosa madre por los aplausos de los presentes, se izó la Cruz que completa el trono. Ante el mundo, la restaurada imagen de la Virgen doliente, con manos más expresivas y un rostro más luminoso, compungido, cuajado de lágrimas de cristal.

Una vez en la calle se iniciaba la salida procesional de la Piedad. Pero la virgen, vestida con traje de terciopelo negro, sólo tenía ojos para el hijo muerto que sujetaba en su regazo. El rostro descompuesto, las manos fijas en el cuerpo de la carne de su carne maltratado, las lágrimas mudas bañando sus céreas mejillas y el hijo, ingrávido, muerto, sangrante, que parece buscar el refugio del pecho materno en el que de niño siempre encontró consuelo. Delante de ella, de la madre doliente, el trío de música Orfeus que acompañó con su música de cámara todo el desarrollo de la estación de penitencia. Detrás, un tambor destemplado marcó el caminar.

El dolor de la madre que porta a su hijo muerto en los brazos sobrecoge al numeroso público asistente a pesar del éxodo vacacional. Unos callan, otros charlan animadamente y otros siguen atentos el discurrir de este paso que rememora uno de los momentos más duros de la pasión de Cristo.

Los melillenses acompañan a María en tan triste momento. Delante de la virgen, en su estación de penitencia, el bacalao con el escudo de la Cofradía, una sencilla cruz, y dos jóvenes que portan sobre cojines la corona de espinas y los tres clavos que sujetaron a Cristo en la Cruz. Detrás, los hermanos mayores. Las saetas (de Isabel Navarrete), acunan a María a su paso por la Avenida, donde Melilla sí se echó a la calle para arropar su Semana Santa.

En esta fría noche, el páter Francisco Sierra es el encargado de dirigir una oración a la Piedad, a su paso por la tribuna. A ella le pidió que "nos ayude a caminar por la vida mostrando la misma generosidad de la madre que, llevando al hijo muerto en el regazo, lo ofrece como símbolo de que Dios se ha reconciliado con el hombre". "Que aprendamos a amarnos los unos a los otros, y a perdonarnos, como él nos perdonó a todos", oró.

Tras la estación de penitencia, el Cristo de la Buena Muerte y la Piedad de Melilla, regresaron, apenas media hora antes del horario previsto, al cobijo de la recoleta parroquia Castrense, su santuario y lugar de descanso. Los hombres y mujeres de la Cofradía se abrazan felices, cansados y satisfechos por haber podido cumplir con su cita anual en las calles de esta multicultural Melilla.

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Jesús Andújar

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