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Carta del Editor

Separar religión y política

Quienes no conocen el pasado están condenados a repetirlo, decía George Santayana, filósofo norteamericano nacido en España. Santayana se basaba en la conocida como "la trampa de Tucídides", el ateniense considerado como el padre de la historiografía científica, y en su narración de la guerra del Peloponeso, en el siglo V a.C., entre Atenas y Esparta. Tucídides sostenía, y esa era la trampa, que existía una tentación estructural letal que se produce cuando una potencia nueva reta a otra establecida, lo que crea las condiciones para que estalle una guerra. Eso ocurrió entre Atenas y Esparta y puede ocurrir, según algunos historiadores modernos, entre Estados Unidos y China. Quienes no conocen el pasado están condenados a repetirlo, decía George Santayana, filósofo norteamericano nacido en España. Santayana se basaba en la conocida como "la trampa de Tucídides", el ateniense considerado como el padre de la historiografía científica, y en su narración de la guerra del Peloponeso, en el siglo V a.C., entre Atenas y Esparta. Tucídides sostenía, y esa era la trampa, que existía una tentación estructural letal que se produce cuando una potencia nueva reta a otra establecida, lo que crea las condiciones para que estalle una guerra. Eso ocurrió entre Atenas y Esparta y puede ocurrir, según algunos historiadores modernos, entre Estados Unidos y China.

No digo que en Melilla se vaya a poder producir una guerra contra un enemigo exterior, aunque sí afirmo que aquí se está produciendo una especie de clima prebélico interior, entre fuerzas contrarias, con consecuencias imprevisibles, pero de tinte bastante dramático, y que el desconocimiento de nuestro pasado, remoto y próximo, contribuye a ese clima prebélico que se palpa, aunque algunos cierren o se tapen los ojos para no verlo.

Hace unos días, por casualidad, me encontré en un restaurante con Aomar Mohamedi Duddú, al que hacía algunos años que no veía. Quedamos en vernos y nos vimos. Nuestra referencia, la eterna referencia de Aomar, fue la época en la que nos conocimos y mantuvimos una profunda relación política, la época en la que, tras haber nacido MELILLA HOY, empezó el movimiento reivindicativo del colectivo melillense rifeño-musulmán, que él lideró, aunque algunos líderes musulmanes locales lo hayan olvidado en estos tiempos, o pretendan hacer como si Duddú jamás hubiera existido. Uno de los comunes denominadores de mis dos largas conversaciones con Duddú de estos días fue su insistencia en la necesidad de separar religión y política, algo importante en cualquier lugar del mundo, pero especialmente trascendente en Melilla. Trascendente y peligroso, porque los ciudadanos, con derechos y deberes, melillenses de religión musulmana son cada día más en nuestra ciudad y la radicalización derivada de mezclar religión con política, o que la vía de enganche a los partidos políticos provenga más de afinidades religiosas que de coincidencias programáticas económicas o sociales sólo puede llevar a la catástrofe, para todos. O dicho de otro modo, que aquí hubiera dos partidos, el antimusulmán y el antioccidental, sería un desastre para nuestra ciudad, en la que conocer el pasado o reconocer el presente no es precisamente lo habitual, sino la lamentable excepción.

Todo aquel político que base su estrategia en la confrontación étnica, o el vótame a mí, porque soy musulmán y os represento a todos (aunque yo pueda ser muy malo, muy ignorante o muy corrupto) o, lo opuesto, vótame a mí porque (aunque yo pueda ser ineficaz, corrupto, etc.) soy el único dique donde se puede estrellar esa musulmana mezcla de religión y política, todos esos políticos están condenando a Melilla a un inevitable desastre, a caer en la trampa de Tucídides. Tiene razón Duddú: las mezquitas deben ser, como las iglesias o las sinagogas, lugares de culto religioso, no lanzaderas políticas ni lugares para captar votos. Todos aquellos que sostengan esa fundamental tesis deben ser apoyados. Todos los que sostengan lo contrario, deben ser descubiertos, o sea, desprovistos de su indebida y falsa cobertura religiosa.

El clima extraño, triste, preocupado, casi desesperado que domina hoy en Melilla se deriva, es cierto, de problemas políticos y de políticas mal enfocadas, pero todo eso no es el único problema local. Lo que es inminente cambiar, no sé si causa o consecuencia de los demás males, es la situación económica melillense y su manifestación más visible: el lamentable estado de nuestras fronteras, como yo mismo señalaba en mi Carta del Editor publicada, de manera excepcional, el pasado martes.

Los climas ciudadanos, como todo, pueden cambiar. El mismo Karl Marx decía, literalmente, que "si hay algo seguro es que yo no soy marxista" y sus críticos, incluidos sus admiradores, los que aplauden su voluntad de conocer y transformar el mundo, reconocen que su pensamiento nunca desembocó en una síntesis coherente. El clima económico melillense también puede cambiar, si en vez de ser casi todo público o dependiente de lo público (marxismo) pasa a ser casi todo privado y gestionado privadamente, como en cualquier lugar democrático y desarrollado. Y si los empresarios, de la Plataforma o de donde sea, creen que a base de reuniones con los máximos responsables de la administración pública local (lo que algunos de ellos llaman con una palabra que me horroriza: autoridades) se va a conseguir el cambio económico que Melilla necesita, están, me parece, muy equivocados. Que piensen sobre lo que ha ocurrido hasta ahora tras las innumerables reuniones público-privadas para solucionar el problema de las fronteras. ¿Se ha solucionado? No, evidentemente no. Mientras la administración pública siga considerando que los ciudadanos en general y los empresarios en particular estamos a su servicio y que ellos deben regular y, en suma, dificultar nuestra actuación, no se podrá avanzar económicamente, el mal clima se consolidará y el estallido se producirá.
¿Es esto evitable? Sí, lo es, pero cambiando de actitud, unos y otros, porque Melilla, y ese es el verdadero fondo de la cuestión, tiene indudables posibilidades de desarrollo económico, que hoy estamos desaprovechando. Desatendiendo a los empresarios y comerciantes, por muy pesados que algunos puedan llegar a ser, acosándoles para que tiren lo que han construido, impidiéndoles o retardando que pongan en práctica proyectos viables y beneficiosos para la ciudad, negándose a cambiar reglas anticuadas hoy impracticables o emitiendo nuevas innecesarias, y así un largo etcétera de obstáculos evitables y dejadeces lamentables, separando religión y política, evitando todo eso, con hechos, no con palabras, es como saldríamos de la crisis. No va a ser fácil ni inmediato, pero es posible.

Posdata. Cuéntase que el 50% de la población melillense está ya colocada en la administración pública y que al otro 50% se le ha prometido que se le colocará pronto. ¿Podría tener futuro alguna ciudad así?

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Enrique Bohórquez López-Dóriga

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