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In memoriam

Carlos Castañeda, un hombre bueno

Carlos Castañeda

Inmerso en los últimos días del año académico, rodeado de láminas, exámenes y recuperaciones por corregir, robándole tiempo al tiempo porque hay que dar unos resultados, todo se convierte en urgente: para ayer mejor que para mañana… nos faltan horas y sin embargo resulta que el tiempo se detiene cuando la pantalla del móvil se ilumina y aparece un mensaje que dice: “Ya está descansando en el Cielo…”
No por esperada deja de ser una mala noticia para los que estamos viviendo esta realidad. Con la emoción en la garganta y los ojos nublados por las lágrimas apenas acierto a contestar al mensaje: “Descanse en paz. Un fuerte abrazo. Os queremos. Muchas gracias por comunicármelo”.

Interrumpo por unos instantes la clase y les digo a mis alumnos con los que estamos preparando la PEvAU que me disculpen un momento porque acabo de recibir una mala noticia. Paso a un momento de silencio, porque el silencio ayuda a hablar con Dios, a decirle… ¡Qué le voy a decir si no hay palabras! hay silencio, Él sabe lo que le quiero decir.

El tiempo se detuvo pero la vida seguía, y vuelvo a mis alumnos, aunque mi corazón está con esta familia que sufre la pérdida de un marido, un padre un abuelo…
Se nos ha ido un hombre bueno, y a partir de aquí creo que todo lo demás sobra, pero no me puedo resistir a decir una vez más que Carlos Castañeda Fernández era un hombre bueno. Supo junto con su mujer Rosi crear un hogar, pero no un hogar cualquiera, un hogar cristiano, porque si algo caracterizaba a Carlos Castañeda era su condición de cristiano. Como empresario era más amigo que jefe de sus empleados, siendo la Papelería la Española y el Almacén de Papel Castañeda una familia más que una empresa. Hizo en su vida la realidad del Evangelio, siempre de la mano del Nazareno y arropado bajo el manto de la Virgen de la Victoria, esa que es Patrona Coronada de Melilla y Alcaldesa Honoraria Perpetua.

Carlos era mi amigo. Un amigo y un hermano en la fe. Nuestro cariño, respeto y admiración era mutuo. ¡Cuántas charlas y momentos hemos compartido, en las que, a pesar de la seriedad del tema que tratásemos siempre había un chascarrillo que nos hacía reír y ahondar más si cabe en el pensamiento y en el sentimiento!
Nunca olvidaré esas mañanas de domingo que, como Ministro Extraordinario de la Eucaristía le llevaba la Sagrada Comunión a mi madre y a mi tía Conchi. Su visita con el Santísimo era aire fresco en medio de la avanzada edad de mis mayores.

A pesar de que mi niñez y juventud la pasé fuera de Melilla y en mi casa se vivía Melilla, de él aprendí a querer mucho más si cabe a Melilla, tanto que la hice aún más mía. Aprendí de su devoción y pasión por la Virgen de la Victoria. Yo estaba marcado para amar y honrar a la Virgen María dado que nací el día de la Inmaculada y crecí bajo el manto de la Virgen del Pilar, en esa Zaragoza Imperial junto al Ebro, ese que guarda silencio al pasar por el Pilar, como canta la copla, porque la Virgen está dormida y no la quiere despertar…
Él me enseñó a conocer y a amar a nuestra patrona, a fin de cuentas no deja de ser la Virgen María, y pasé a unir el Pilar de la fe a la Victoria por la fe. Ella, María, sobre un pilar o sentada en su trono victoriosa no deja de lado al Niño, que lo coge en sus brazos, ese que con su madre en el Pilar lleva una paloma y en el trono en Melilla la ha dejado escapar para que nos diga hoy que Carlos está con Ella.

Doy gracias a Dios por haber puesto en mi camino y haberme dado la oportunidad de conocer a un hombre bueno, con una fe inquebrantable por la que hasta el último momento de su vida ha dado testimonio a su mujer, a sus hijos y a sus nietos y a cuantos lo hemos conocido y querido.

Estoy convencido de que hoy es un día de gloria en ese Cielo donde nuestro muy querido amigo Carlos Castañeda Fernández acaba de entrar, recibido por una algarabía de ángeles, con los brazos abiertos de una Madre que es Victoria en Melilla, por un Nazareno que ha dejado su cruz para decirle: “Ven bendito de mi Padre, porque has amado mucho y por eso tu corazón se ha ido desgastando por tanto amor entregado. Ven y recibe la corona de la gloria que tengo preparada para ti, porque eres uno de mis elegidos”.

Carlos, descansa en paz, en la paz del Señor. ¡Haz hecho un buen papel mientras vivías! Te lo mereces y pongo en tus labios las palabras del Apóstol San Pablo en su segunda carta a Timoteo: (2Tm 4,6-8.17-18)
“Yo, por mi parte, estoy llegando al fin y se acerca el momento de mi partida.

He combatido el buen combate, he terminado mi carrera, he guardado lo que depositaron en mis manos.

Sólo me queda recibir la corona de toda vida santa con la que me premiará aquel día el Señor, juez justo; y conmigo la recibirán todos los que anhelaron su venida gloriosa.

Pero el Señor estuvo conmigo llenándome de fuerza, para que el mensaje fuera proclamado por medio de mí y llegara a oídos de todas las naciones; y quedé libre de la boca del león.

El Señor me librará de todo mal y me salvará llevándome a su reino celestial. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.”

Pie de foto:
Carlos Castañeda

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