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Siempre para el final

¿No hay planificación, o hay un exceso de ella al final de la legislatura para dar la impresión al votante de que se hacen muchas cosas justo antes de que tenga que ir a votar? Ni una cosa ni la otra son acertadas, y da lugar a un hartazgo del ciudadano que el PP debería tener en cuenta Cualquiera que vaya caminando por Melilla, se puede encontrar un panorama similar, con zanjas abiertas, calles cerradas al tráfico y todas las molestias que conlleva una obra. Molestias que son inevitables para luego conseguir una mejora respecto a la situación anterior, que es, en teoría, el objetivo que se busca con cualquier inversión en infraestructuras. Esto es lógico y algo sobre lo que siempre se pide comprensión a los ciudadanos por parte de quien hace la obra. Pero lo que no se comprende es que siempre ocurra lo mismo en esta ciudad, y es que se concentren tantas obras en la recta final de la legislatura, y además varias de ellas en el mismo sitio, lo que convierte el día a día de quienes viven y trabajan en la zona en una auténtica odisea.
Un ejemplo claro lo tenemos en el Industrial. En unos cuantos metros a la redonda hay hasta tres obras que hacen casi imposible transitar por allí, ya sea a pie o en vehículo, cuando es en verano una de las zonas más concurridas de la ciudad, ya que por allí hay que pasar para ir a la playa. Cabe preguntarse por qué han hecho coincidir las obras para instalar nuevas tuberías en el paseo marítimo y construir el carril bici con la reordenación de la calle Marqués de Montemar, una al lado de la otra, a pesar de que una legislatura tiene cuatro años y ambos viales son bastante largos, dando margen para que pudiera haber una mayor separación entre ellas. A esto se le une otra obra, la del Mercadona, que es de carácter privado, es cierto, pero también está en el mismo barrio y el permiso de obra pasa por las manos de la Administración que está realizando las otras dos, que ya lo podría haber tenido en cuenta.
Pero esto no ocurre sólo en el Industrial, porque prácticamente no hay barrio donde no haya una obra de cierta magnitud en marcha. Y sí, nadie duda de que esto es trabajo para los obreros y una mejora para los ciudadanos cuando termina, como justifican desde el Gobierno, pero lo que no se comprende es que en los tres años anteriores del mandato las obras se hayan realizado de manera más pausada y ahora vengan todas de golpe. ¿Es que no hay una planificación para que se hagan, o precisamente sí la hay, haciéndolas coincidir en el año previo a las elecciones? La pregunta está en el aire porque esto ocurre siempre al final de cada legislatura. En ésta parece que se agudizará el efecto después de que la Ciudad Autónoma haya anunciado un paquete de 47 millones de euros en inversiones para 50 obras, 30 de las cuales tendrán que estar acabadas antes del 31 de diciembre de 2019 por estar financiadas con el superávit presupuestario. Es una buena noticia, nadie lo duda, pero si miramos en dicho paquete, hay obras que llevan prometidas hace ya bastantes años, son promesas electorales de 2015 o incluso antes, y se van a poner en marcha justo ahora, cuando quedan pocos meses para acabar la legislatura, como es la Jefatura de la Policía Local o la rehabilitación del antiguo edificio de Correos. Y otras que se tendrían que haber ejecutado mucho antes, como el asfaltado de las calles en barrios como el Real y el Sepes, que están en un estado lamentable y sus vecinos llevan meses pidiendo soluciones.
Volvemos, entonces, a la pregunta: ¿No hay planificación, o hay un exceso de ella al final de la legislatura para dar la impresión al votante de que se hacen muchas cosas justo antes de que tenga que ir a votar? Ni una cosa ni la otra son acertadas, y da lugar a un hartazgo del ciudadano que el PP debería tener en cuenta, porque parte de su mayoría absoluta se perdió en 2015 por las zanjas de obras desaprobadas en barrios que suelen ser sus caladeros de votos.

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