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El próximo Gobierno ¿de coalición?

Este año ha sido el bicentenario del nacimiento de Karl Marx. Su notoriedad se derivó, básicamente, del nacimiento del imperio soviético, que se declaró inspirado en su obra. La posterior caída de tal imperio influyó poco en la importancia de Marx, cuya frase más conocida -Marx siempre fue más citado que leído, porque leerlo, la verdad, es una pesadez- es la de "si hay algo seguro es que yo no soy marxista". Dicen que Marx, cuyas teorías económicas fueron -como el tiempo ya había demostrado y siguió demostrando- un error monumental, y que, como Lenin, fue incapaz durante toda su vida de ganarse un sueldo, no fue marxista-leninista. Pablo Iglesias, como Lenin, sí lo es.
"Con la Ilustración, una parte de las élites españolas confunden la modernidad con el rechazo de lo propio" (Imperiofobia y leyenda negra, de María Elvira Roca Barea). Eso le pasa a Pedro Sánchez, el confeso admirador del terror jacobino -precursor del terror bolchevique- hombre que, peligrosa y milagrosamente, cumplirá su aspiración de llegar a ser ex presidente de España. Dudo que Sánchez haya leído mucho sobre la Ilustración francesa, pero no dudo de su rechazo de lo propio. Muchos, demasiados, españoles confunden, como Sánchez, la modernidad con el rechazo de lo español, que apenas conocen. Deberían leer al que fuera mi profesor de Estructura Económica de España, considerado como comunista durante muchos años, Ramón Tamames, especialmente su crítica al "intervencionismo despótico" que padecemos (en Melilla muy especialmente). "Al final prevalece una especie de determinación implacable de saqueo público del bienestar privado" añade Tamames en su libro La España alternativa, que publicó en el ya lejano 1993. Tamames clamaba, ya entonces, por la imprescindible reconversión del Estado, sin la cual "cualquier propósito de mejora resulta más bien un sarcasmo".

Reconversión del Estado es lo que dice Pedro Sánchez que está haciendo. Y es cierto, lo está haciendo… en el sentido contrario al necesario. Cada vez hay más apesebrados, cada vez más gasto publico innecesario, cada día separatistas más chulos. Tiene razón Jiménez Losantos cuando concluye en un artículo en Libertad Digital que me envía mi amigo Jacinto Montes: "Si la llegada al Poder de este orate (Pedro Sánchez) fue un golpe contra la Nación y la Libertad, esta palabrería necia, entre bolivariana y cretinoide, ofende al civismo más elemental. Déjennos votar y veremos quién reconoce a quién", a propósito de la frase de Sánchez en su primera aparición pública ante la Prensa en la que dijo que "España se reconoce en este Gobierno". Yo, desde luego, no me reconozco en este Gobierno y estoy convencido de que la inmensa mayoría de los españoles tampoco.

Eso de no reconocerse en el Gobierno, nacional o local, al que se votó, junto con la aseveración de que no sé a quién voy a votar, pero sí sé a quién no, es cada vez más frecuente en cualquier conversación callejera. Los ciudadanos lo vemos y lo palpamos diariamente. Los políticos, especialmente los que están en el poder, rodeados de un hálito de elogiadores profesionales, lo ven de otra forma muy diferente, como es habitual. Por eso es interesante refrescar un poco la memoria, repasando, por ejemplo, lo que fue la estructura política de Melilla desde que nuestro periódico nació, en 1985, comprobando lo mucho que han cambiado las cosas políticas.

En aquel año gobernaba el PSOE, en España y en Melilla. Aquí el alcalde era el nefasto y torpérrimo Gonzalo Hernández (13 concejales) y, curioso, había 5 concejales Independientes. En 1987 repitió mayoría absoluta el PSOE, con Gonzalo Hernández y 13 concejales; Alianza Popular consiguió 8 y la Unión del Pueblo Melillense, presidida por Juan José Imbroda, 3. El PSOE boicoteó desde su nacimiento a nuestro periódico, por interés personal y monetario de su líder de entonces, así que, ayudados por su nefasta gestión del Ayuntamiento, hicimos todo lo posible para que no ganara las elecciones de 1991 y lo conseguimos: ganó y gobernó Ignacio Velázquez, del PP, con 12 concejales y un pacto con los 2 concejales del PNM de Remartínez y Jiménez. En 1995, primeras elecciones autonómicas, el PP logró mayoría absoluta, 14 diputados, y apareció CPM, con Mustafa Aberchán, con 4 diputados, pero dos años después los diputados del PP Enrique Palacios y Abdelmalik Tahar presentaron una moción de censura con PSOE, UPM ("que no te mande Madrid") y CPM, quienes, en 1988 consiguieron cambiar el Gobierno y nombraron a Palacios presidente, a Aberchán Consejero de Medio Ambiente y a Imbroda Consejero de Economía. En 1999 el GIL ganó las elecciones, con solo 7 diputados que, con los 5 de CPM y los 2 del PSOE, nombraron presidente a Aberchán. Pero en julio de 2000 triunfó una moción de censura encabezada por Imbroda (3 diputados de UPM) junto con PP, PSOE y varios diputados del GIL que abandonaron el partido. Las elecciones de 2003 las ganó Imbroda, como candidato de la coalición PP-UPM y 15 diputados. En 2007 y 2011, ya con Imbroda en el PP, fue este reelegido presidente, con 15 diputados. En 2015 el PP perdió la mayoría absoluta y pactó con PPL, el partido que más les había insultado, que tenía 1 escaño. Y así, hasta hoy, se puede comprobar que ha habido muchos cambios y muchos bandazos políticos.

Un hoy en el que hay que resumir que Melilla, en primer lugar para sobrevivir y después para tener un futuro de progreso, necesita ineludiblemente tres cambios. El primero, un cambio radical de su estructura y orientación política. El segundo, liberar su economía de la tenaza pública, para, entre otras cosas, no depender ni dejarse subyugar por Marruecos, cuya doctrina oficial es que Melilla, española, desaparezca. El tercero, ser más Europa, para lo que es imprescindible -manteniendo nuestras ventajas fiscales, como Canarias- nuestra entrada en la Unión Aduanera Europea. Esa es la tarea que el nuevo Gobierno que surja de las elecciones de mayo de 2019, que más que probablemente será un Gobierno de coalición, habrá de alentar y facilitar.

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Enrique Bohórquez López-Dóriga

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