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Agosto de 1.859: O’Donell prepara a España para las Guerras de África

O’Donell, durante la paz de Wad-Ras. Óleo de Joaquín Domínguez Bécquer

Las últimas semanas de agosto de 1.859 son cruciales para la Historia de Ceuta y Melilla y, por ende, para la Historia de España. A finales de la década de los 50 del siglo XIX, nuestro país se encontraba en una situación de desprestigio internacional y el Gobierno, bajo el mando del prestigioso General Leopoldo O’Donell, veía en el norte de África una vía natural de expansión. El ataque de una tribu cabileña, el 24 de agosto, a un fuerte en construcción en las inmediaciones de Ceuta supuso el pretexto perfecto para tensar las relaciones con el Sultanato de Marruecos y declarar la que sería la primera de las Guerras de África, que supuso el reconocimiento de la soberanía española sobre Chafarinas y la ampliación de Ceuta y Melilla a perpetuidad. Las últimas semanas de agosto de 1.859, hace nada más y nada menos que 159 años, son vitales para la Historia de Ceuta y Melilla y, por ende, para la Historia de España.
A mitad del XIX, España llevaba ya años inmersa en un convulso proceso de desintegración colonial y, pese a la relativa recuperación económica afianzada durante el reinado de Isabel II, el país había sufrido sendas humillaciones y necesitaba reafirmarse en el escenario geopolítico europeo ante la hegemonía francesa y británica y la aparición de potencias emergentes como Alemania o Italia, por lo que los responsables políticos pusieron el punto de mira en el norte de África, concretamente en el Sultanato de Marruecos.
En nuestro país gobernaba por aquél entonces el laureado General Leopoldo O’Donell, en el marco de los gobiernos de la Unión Liberal. El General sabía que la única vía posible de expansión para España era África, y se afanó en lograr un pretexto, un casus belli, para iniciar las hostilidades contra el Sultanato; es por ello que, durante el tórrido verano del 59, el Gobierno español, debido a las constantes incursiones de los rifeños, mandó realizar unas obras defensivas (la construcción de un fuerte) en las inmediaciones de Ceuta, haciendo uso de un espacio que, si bien era de soberanía española por derecho, no había sido “explotado” hasta entonces, todo ello a sabiendas de la hostilidad manifiesta de la belicosa tribu cabileña de Anghera que, efectivamente, atacó las obras el 24 de agosto, destruyendo el fuerte y raspando el escudo español que marcaba los límites de nuestra soberanía.
El Gobierno español pidió inmediatamente “reparaciones” al Sultán de Marruecos, reforzando la guarnición de Ceuta con tropas de Algeciras para tratar de intimidar al Sultán.
Si bien los marroquíes aceptaron reparar el daño causado por la tribu de Anghera, lo cierto es que no fueron muy diligentes en las mismas, dado que el Sultanato se encontraba en una situación delicada tras la muerte del Sultán Mulay Abderrahman y la llegada al poder de su hijo Sidi Mohamed.

Fervor nacionalista
Tras el paso del paréntesis vacacional, O’Donell, sabedor de la avidez del país por un objetivo, utilizó el “agravio” marroquí para inflamar a las Cortes pronunciando un discurso patriótico el primero de octubre.
Las Cortes aprobaron el envío de un ultimátum a Marruecos, en el que se exigía la reparación de la ofensa mediante el castigo público a los culpables y la reposición de las armas a España, todo ello antes del 15 de octubre.
Marruecos, apoyado por una Gran Bretaña que no quería que el conflicto entre ambos países resultara en ventajas territoriales para España en el norte de África, desoyó el ultimátum y, el 22 de octubre de 1.859, O’Donell consiguió su objetivo: tras pronunciar un brillante discurso ante el Congreso de los Diputados, fue aprobada de manera unánime, con el apoyo de los 187 diputados de la cámara, la declaración de guerra a Marruecos; el General ya tenía la guerra que el país “necesitaba”.
Dos días después, el 24 de octubre de 1.859, el cónsul general en Tánger, Blanco del Valle, notificó formalmente al Sultán el inicio de las hostilidades, dando comienzo a la primera de las guerras de África, que se prolongaría hasta el 26 de abril de 1.860 y que, tras una clara victoria española, supondría la firma del tratado de Wad-Ras, mediante el cual Marruecos reconocía ser el único culpable de la guerra, así como la soberanía de España sobre las Islas Chafarinas. Sin embargo, lo más importante de este tratado fue la ampliación -a perpetuidad- de los territorios de Ceuta y Melilla.

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Fernando Lamas Moreno

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