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Atril ciudadano

El perro, el verdadero amigo del hombre

Lo confieso, a mí nunca me gustó tener animales en casa. Siempre he sido un tanto escrupuloso. Por ejemplo no soportaba ver como algunas personas besaban a los perros en el hocico, o se dejaban lamer por toda la cara. Si la que besaba al animal era una chica, yo decía para mis adentros: yo nunca la besaría. Se trataba llana y claramente de un sentimiento de asco.

Pero como la vida es sabia y trae lecciones para todos, un día apareció uno de mis hijos con una perrita pastor alemán de unos 3 meses de edad. Procedía de un reputado criadero de Valladolid y toda la familia se quedó prendado de lo preciosa que era, y no era de extrañar con un árbol genealógico como el suyo. Nos pareció un juguete.
El animalito con esa edad se iba con cualquiera que pasara, no extrañaba a nadie y eso la hacia más maravillosa aún. Nada que ver con los críos humanos que cuando los coge un desconocido suelen ponerse a lloriquear. El animal era en este sentido un tanto ilusorio, abierto a toda la humanidad, sin temores, como sabiéndose un hijo de la creación que vive en unidad con todo lo que la rodeaba, naturaleza, animales y seres humanos.

Pues bien, al poco tiempo ni hijo decidió adiestrar al animal, es decir hacerlo obediente, educarlo a sentarse a una orden tuya, andar a tu lado y en definitiva a obedecerte en todas tus ordenes, algo que para algunos perros va muy bien, sin embargo esta perrita, que se llamaba Randa, era de por sí ya bastante obediente, sin embargo así lo decidió él y así fue. El proceso tardaría algunos meses, por lo que tendría que quedarse durante este tiempo en el criadero, del cual nos la devolverían ya educada. Sin embargo un desconocido sentimiento de tristeza nos invadió.

Mi hijo tambien tenia que asistir a los ejercicios de adiestramiento y aprendizaje, y cuando luego llegaba a casa nos contaba como habían ido las sesiones y los ejercicios. Aunque lo que principalmente nos interesaba era saber cómo se encontraba nuestra perrita Randa allí sola. Al parecer y como era de esperar, iba aceptando la educación con mucha inteligencia y disposición, aunque eso sí, no dejaba de ser un cachorro muy juguetón.

Pasaron casi tres meses, cuando mi hijo comentó que el adiestramiento ya había concluido y que esa tarde iría a recoger al animal para traerla ya por fin a casa, y que además tendría que quedarse con nosotros una temporada pues él tenía algunos asuntos pendientes que resolver, por lo que no podría atenderla en su casa. Y aquí nos tiene usted a toda la familia nerviosos y preocupados porque pensábamos que Randa no se acordaría de nosotros después de tanto tiempo.

Y por fin sonó el telefonillo del portal. Abrid dijo él. Cuando llegamos a la puerta de la casa y la abrimos, estoy hablando de un primer piso, algo como una sombra negra entró como una exhalación, evidentemente sabíamos de qué se trataba, pero nunca nos imaginamos tanto entusiasmo, jolgorio y alegría. Randa entró como un rayo, iba de un pasillo al otro, sin que pudiéramos pararla, la alegría la inundaba y ella tampoco podía pararse a sí misma de tanta felicidad como sentía en sí misma. Cuando por fin paró fue de uno en uno saludándonos y haciéndonos fiesta a todos y como si se le fuera la vida en ello. Lo que me demostró que el amor de un animal, en muchas ocasiones es más puro, intenso y altruista que el de muchas personas. Randa murió muy joven, con sólo 5 años, de esto hace ya bastantes. Pero para nosotros, como si se tratara de un miembro más de la familia, aún la recordamos con amor.

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