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EN POSICION DE FIRMES Y MIRANDO A LA BANDERA

Corría el verano de 1954, y 4 niños, con edades entre los 12 y 9 años, andaban revoloteando en la acera del Parque Hernández, frente a la Comandancia, mientras presenciaban la arriada de bandera y escuchando al soldado-corneta interpretando el “Toque de Oración”. Para estos chaveas, era algo mágico, buscando comparación con alguno de ellos, ya que pertenecían a la banda de música de la OJE, que ensayaban cada día en la calle Medina Sidonia, (actual Francisco Miranda), en el Mantelete.

En aquéllos años todos los viandantes de las calles adyacentes, estaban obligados a detenerse, y algunos, en posición de firmes con marcialidad, solían alzar la mano, a la romana, hasta la terminación del acto. Pero eso no contaba para los niños, que iban a sus juegos, con sonrisas ocultas, reflejadas en sus rostros, cada vez que escuchaban soltar un “gallo” en la 2ª corchea del 2º compás de ese toque, y a veces era tan evidente que sonrientes y burlones, salían corriendo calle Marina abajo para meterse en el Parque por la puerta pequeña, frente a la Funeraria. Una de aquéllas tardes, mientras jugaban a pídola (piola), por toda la acera, a la espera de que formase la guardia alguien, con mucha fuerza agarraba, zarandeando a uno de ellos, le dijo: “Ponte firmes y mira a la bandera”, al mismo tiempo el esfínter, del susto, soltó la orina llegándole hasta los calcetines y zapatos “Gorila” que su madre le había comprado en “El Camello”, en c/ Margallo. Y a continuación: ¡zas!; con el revés de su mano izquierda, le soltó tal bofetón que, hecho un ovillo, cayó al suelo desmayado. Más bien lo dejó k.o.. Mientras, el “valiente patriota”, a grandes zancadas, salió “zumbando” acera abajo hasta el comienzo de Arturo Reyes, perdiéndose en las calles del Centro. El niño de 10 años, sin cumplir, (los cumplía en octubre), se despertó en los brazos de una señora mayor, que lo acariciaba con la ternura de una madre, mientras que el mancebo de la farmacia de la esquina le aplicaba un trozo de hielo, envuelto en un pañuelo, para bajarle el hinchazón que aquél cabrón le había producido en la cara, con la bofetada. Dijeron que era un tipo delgado de unos cincuenta años, alto y estrecho de pecho, con bigote ralo horizontal en su pequeño labio; brillábale un diente de oro en su mal cuidada boca llena de caries negra. Los ojos los tenía pequeños, que mas bien parecían dos rajitas legañosas, sin haber visto agua en varios días. Vestía un pantalón oscuro y un largo blusón con bolsillos, color marfil, con lamparones añejos y brillantes, oliendo a puro caliqueño y a casa de putas, mañanera. O sea: una mierda de hombre, si es que se le podía llamar así. En la actualidad, el castigo físico a un niño, incumple tres de los cuatro pilares de la legislación de la Convención sobre los Derechos del Niño, de 1989: “El interés superior del niño, su derecho a la supervivencia y al desarrollo, y el derecho a que sea respetado su punto de vista”. El art. 19 de la Convención reclama a los Estados a tomar medidas, “para proteger a los niños y niñas de cualquier forma de violencia física y mental”. En España, el Código Penal sanciona explícitamente todo tipo de violencia ejercida contra los niños y niñas. Y ahora yo me pregunto: ¿Qué castigo le sería impuesto, en la actualidad, a aquél hijo de puta que abofeteó a un crío de apenas 10 años, por no ponerse en posición de firmes, y no mirar a la bandera que se arriaba en la Comandancia?. Sé que ese niño quedó marcado para toda su vida recordando, a veces, junto a otro de sus amigos de entonces, el hecho tan deleznable de aquél sujeto cruel, ruin y cobarde.

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