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El Torreón del Vigía

Alma, Toga y vida

Decía el profesor Sánchez Agesta en Madrid en aquellas lecciones magistrales a las que tuve la suerte de asistir en mis primeros cursos de Derecho “que el último principio de la Justicia es, pues, nuestra vida personal; no la tuya o la mía, sino la nuestra, esto es, la tuya, la mía y la de todos”. Una tarde en mi adolescencia elegí ser abogado en un despacho. El vivir allí, el entrar a ese “confesionario” con la sorpresa propia de la edad pero sobre todo el admirar a mi maestro, Luis Abellán, por sus valores, entrega y dedicación a la abogacía, hicieron todo lo demás. Su ejemplo me acompaña a diario en cada persona a la que tengo la suerte de defender, en cada Demanda redactada o en una Sala de Vistas. En este fin de semana se agolpan las imágenes de aquellos días en la Facultad, desde los casos prácticos que hacíamos en clase hasta los juicios o conferencias a las que asistíamos. Pero sobre todo recuerdo aquello que ha sobrevivido a pesar del tiempo y la distancia, la amistad… a Susana, a quien primero conocí en clase; a dos Anas, con quien compartíamos también momentos fuera de las aulas y analizábamos sentencias; a Pascual y sus conversaciones de casi todo, fundamentalmente de Melilla, a pesar de no ser de aquí; a la ocurrente Raquel; a Mar con su discreción; a Belén y Fátima que nos acercaban ese océano entre apuntes. Y en otras etapas de mi vida, descubrí en las ondas a Patricia, aprendiendo el valor de la lealtad. En el acto del Hospital del Rey en las palabras dedicadas al profesor Alonso Olea, a quien se concedió la medalla de oro, póstuma, del Ilustre Colegio de Abogados de Melilla (ICAME), se destacó tanto por el magistrado del Constitucional, Alfredo Montoya, y por su propio hijo, Enrique Alonso, como prototipo de hombre de bien hecho a sí mismo, intelectual, patriota y religioso, además de referente en Derecho laboral. Este viernes 19 de Octubre junto a mis compañeros: Ignacio Alonso, Luis Bueno, Luis Cabo, Vicente Córdoba, Mª José Delgado, Isabel García, Inmaculada González y Mª Dolores Morales, cumplimos veinticinco años de ejercicio profesional y nuestro Colegio tuvo ese recuerdo hacia nosotros. En el momento en que el decano del ICAME, Blas Jesús Imbroda, me entregó la placa, tuve presente a mis padres, a mi maestro, a May, a los amigos de aquí y de allá, y a los clientes. A todos y cada uno de ellos los sentí muy cerca y les agradezco lo que me han dado. El decano, Blas Jesús Imbroda, cerró el acto destacando la importante misión de un abogado en un Estado de Derecho. El acceso a la Justicia es un derecho fundamental de toda persona y una garantía de que nadie, por razones económicas o de otra índole, pueda quedar sin defensa jurídica. La carrera que hice mía sigue siendo veinticinco años después más apasionante pero sobre todo creo firmemente en el humanismo del letrado que sigue teniendo debajo de la Toga, un alma.

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