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«Patriotismo y pragmatismo»

España redescubierta y festejada, euforia. Tiempos son del patriotismo y su representación. Legítimo, pero eso no debe distraer la atención de la realidad. Tiempos son, también, para recordar el patriotismo imprescindible, el político, aquel que se refiere a la condición moral y su salvaguarda. A esa condición moral de la representación política que se concita al cumplimiento de las obligaciones para con el bien común, a no romper el contrato de honestidad firmado con la ciudadanía (en su apogeo, al jurar o prometer ante la Constitución); a no malemplear o malversar el dinero público, a evitar la vanidad, la soberbia y el protagonismo excluyente, someter a las injusticias; sumar más que restar.
El bien común necesita de un espacio común. Marcar menos las diferencias y acentuar más las coincidencias. Patriotismo que no caiga en el tribalismo. Por ello, cuando hay problemas y retos de alta trascendencia, se aboca al pragmatismo. Acuerdo y pacto ante los ajustes que obligan a esta Melilla en el momento actual. Un momento cercano a una cita electoral llena de dudas, pero un momento actual en el que hay más ruido y propaganda que proyecto de ciudad. Y por más difícil que parezca ante tanta bronca y reproche, no es imposible el espacio compartido, si acaso, necesario. Habría que ver más alto que ese punto electoral, que al mirarlo, obnubila.
Diversos factores y amenazas hacen pensar que el «statu quo» de Melilla no se mantendrá, al menos el económico, el comercial. A propósito, muchas voces claman con preocupación y razón por el porvenir, también hay otras de acaudalada fortuna creada soslayando casi la legalidad y horadando la dignidad humana en el aprovechamiento de la necesidad de subsistir. Las relaciones con el entorno están cambiando y seguirán haciéndolo y la adaptación se torna vital. Empleados públicos y sector terciario(servicios) es nuestro único potencial, ni primario ni secundario, ni parece lo serán, no debe olvidarse.
El Estado español tiene la obligación de proteger los legítimos derechos de los ciudadanos de esta ciudad, pero son muchos y cruzados los intereses entre España y Marruecos y siempre están en juego. Así lo advierten artículos de prensa en todos los soportes (el último ElConfidencial.com) y así lo estiman personas de contrastada formación y privilegiada información.
Tanta singularidad, que existía y existe, que abraza una excesiva excepcionalidad, puede ir contra el futuro de esta tierra, y que ya va padeciendo en el presente. Pero si, además, la comunidad política melillense está dividida en temas esenciales y puestos estos a disposición de la lucha partidaria y de poder, el problema avanza. La fractura política y su derivación en la social, lo agrava, el escenario se oscurece y la aportación local a los posibles ajustes se desvanece.
El diálogo (esa esdrújula que habla de facilitar el debate y alcanzar acuerdos) debe ser impulsado. «La política se basa en la capacidad de persuadirnos los unos a los otros para buscar objetivos comunes basados en una realidad común». La de Melilla lo exige por patriotismo y pragmatismo. Es sólo una opinión.

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