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Carta del Editor

¡Atrévete a saber!

Encuentro una notas que escribí leyendo a Steven Pinker, “En defensa de la Ilustración. Por la razón, la ciencia, el humanismo y el progreso”, extraordinario libro sobre cuyo título he de hacer una aclaración: para Pinker, Ilustración es sinónimo de humanismo, sociedad abierta y liberalismo clásico. “Un pesimista parece que quiere ayudarte; un optimista, venderte algo”, dice Pinker, criticando el lúgubre ambiente de pesimismo que, en contra de hechos y datos incontrovertibles, la progresía comunista dominante intenta imponer. Encuentro una notas que escribí leyendo a Steven Pinker, “En defensa de la Ilustración. Por la razón, la ciencia, el humanismo y el progreso”, extraordinario libro sobre cuyo título he de hacer una aclaración: para Pinker, Ilustración es sinónimo de humanismo, sociedad abierta y liberalismo clásico. “Un pesimista parece que quiere ayudarte; un optimista, venderte algo”, dice Pinker, criticando el lúgubre ambiente de pesimismo que, en contra de hechos y datos incontrovertibles, la progresía comunista dominante intenta imponer. En contra de esas corrientes dominantes, Pinker se opone también “al tipo de nacionalismo que cree que el Estado es un avatar de un alma étnica, religiosa, lingüística o racial y que un grupo étnico sólo puede prosperar si tiene su propio Estado-nación”. El mundo -añade Pinker- tiene más de 5.000 grupos étnicos o culturales, y no todos pueden tener Estados, que deben basarse en un contrato social entre personas que ocupan un territorio, no en una identidad étnica. Sabemos que el nacionalismo es en general atávico, arcaico y condujo a dos guerras mundiales”. Sabemos, también, que en Cataluña ya hay terrorismo callejero.

Asimismo sabemos, y padecemos, que la España de hoy se parece cada vez más a la España del 36 y terminará, si no ponemos remedio urgente, pareciéndose a la del 39. Lo de los nombramientos políticos para el Consejo General del Poder Judicial y la increíble cesión del PP de la mayoría del Consejo a la coalición comunista, al nuevo Frente Popular, es el último jalón. El asombro por la decisión del PP presidido por Casado de ceder lo que se tiene -la mayoría del Consejo judicial- a quien te quiere hacer desaparecer, el PSOE del “doctor” Sánchez, a cambio de no se sabe ni se comprende qué, no cesa. Ni siquiera una comida, previa a la decisión “popular” (que ha resultado una decisión muy impopular), celebrada por el presidente anterior del PP, Mariano Rajoy, y el actual, Pablo Casado, puede explicar tan extraña decisión, más allá de que el cambio que anunció Casado -y le hizo ganar la presidencia del partido- no parece fácil que se produzca, sino todo lo contrario, parece altamente improbable que se logre. Las ataduras del pasado pesan demasiado.

Desde la perspectiva local, melillense, no podemos estar ajenos a lo que ocurre en el conjunto de España. He explicado una y otra vez, y lo seguiré haciendo, que en Melilla el cambio es absolutamente imprescindible. Nuestra ciudad es el prototipo, perfecto en su imperfección, de un sistema cerrado, unos sistemas que -como todos los sistemas, manifiesta Pinker y demuestra la física- “devienen inexorablemente menos estructurados, menos organizados, menos capaces de lograr resultados interesantes, y útiles, hasta alcanzar un equilibrio de monotonía gris, tibia y homogénea, en el que permanecen”. En una monotonía gris, tibia y homogénea -por describirlo de una manera generosa- nos encontramos, con el agravante de que, si no cambiamos y lo hacemos pronto, la monotonía gris se irá transformando, se va transformando aceleradamente, en una negrura patética y socialmente mortal.
¡Atrévete a saber!, proclamaba Kant. ¡Atrévete a pensar y, como consecuencia, a actuar!, nos atrevemos a exclamar nosotros en esta ciudad cerrada, atenazada por el Gran Hermano orweliano, en la que el quiero cambiar pero -como casi todo depende, directa o indirectamente, del Gran Hermano- no me atrevo, es el pensamiento dominante. ¿Se puede cambiar? Se puede y se debe. No se debe caer en lo que yo mismo criticaba en el inicio de esta Carta, el pesimismo “progre”. “El optimismo -vuelvo a seguir a Pinker- es la teoría de que todos los males y todos los fracasos se deben a un conocimiento insuficiente… Una civilización optimista está abierta a la innovación, no la teme y se basa en el respeto a la crítica”. Atrevámonos.

Decía yo en mi Carta de la semana pasada que Melilla se podría llegar a convertir en un centro de desarrollo para toda África. Ideas hay, por ejemplo, del presidente Juan José Imbroda, que me hablaba hace algún tiempo de su proyecto de atraer a nuestra ciudad a las grandes empresas del juego on line que previsiblemente abandonarán el territorio británico tras el brexit, basándose en una rebaja ya aprobada del IPSI, en nuestra ciudad y en Ceuta, del 4% al 0,5%. Pero también es cierto que en el mundo hay lugares, como Malta, que está atrayendo a empresas de juego on line y sí tiene algo de lo que Melilla carece, autonomía regulatoria, porque en nuestro caso la regulación se hace desde Madrid, vía la Dirección General de Ordenación del Juego. Otra razón más para insistir en que es fundamental para Melilla un cambio político que, como me decía Aberchán, posibilite mayor peso e independencia ante la Administración Central, algo que Melilla -cuyos habitantes no se parecen nada a los separatista y golpistas catalanes- necesita imperiosamente y que beneficiaría, además, a España e incluso a toda Europa. Para lograr eso, lo repito una vez más, un cambio profundo en la política melillense es imprescindible y, sobre todo -es necesario que se entienda- inevitable.

Posdata. Las ideas, liberalismo antimarxista, están por encima de la lealtad al partido, como hizo Churchill ( Un canto a la desesperanza: “Jamás vaciles, jamás te fatigues, jamás desesperes”).

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Enrique Bohórquez López-Dóriga

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