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La guerra silenciosa

Hassan II junto a su padre, Mohamed V y el Alto Comisario español en Marruecos, general García Valiño. Tetuán, abril de 1956

El 23 de abril de 1963, el embajador español en Rabat, Manuel Aznar, envió un informe al ministro de Asuntos Exteriores del gobierno español, a la sazón, Fernando María Castiella, en el que le detallaba los asuntos tratados en una audiencia mantenida con el monarca Hassan II unos días antes, a petición del soberano alauita, en la que éste le relató su particular visión del futuro de las relaciones hispano-marroquíes, aunque lo cierto es que en aquel encuentro, realmente lo que hizo el monarca marroquí fue elevar al gobierno español una especie de memorial de agravios con varias peticiones.

Hassan II desgranó punto por punto las reivindicaciones que pretendía reactivar tras la muerte de su padre en febrero de 1961, una vez consolidado el trono bajo su figura regia, aplacada la disidencia interna y domeñados los partidos políticos en un Marruecos que no parecía querer salir de una crisis endémica a la que le habían sometido las desgraciadas políticas del Majzén y el Istiqlal. Entre las observaciones practicadas por el soberano marroquí, destacaron las relativas a las ciudades de Melilla y Ceuta, una de las reivindicaciones históricas de Marruecos tras su acceso a la independencia aunque lo relevante fueron los argumentos que esgrimió el monarca y que, desde entonces, han vertebrado las reclamaciones hacia España en éste ámbito, iniciando un contencioso unilateral que, quizás, nunca fue bien entendido por el gobierno español, al igual que sucede en la actualidad, impidiéndole adoptar las decisiones adecuadas y reduciendo su capacidad de reacción, ante lo que comenzó ya a ser una política de hechos consumados por parte del reino alauita.

En este sentido, Hassan II comenzó trazando lo que él calificaba ya como el ‘problema de Ceuta y Melilla’ realizando dos afirmaciones que a la postre, guiarán los fundamentos de la pretensión marroquí y que carecían de algún tipo de base jurídica internacional. Así, afirmó que “el problema de Ceuta y Melilla debemos inscribirlo en un problema general mediterráneo dentro del cual nos encontramos inmediatamente con Gibraltar”. Como vemos, la absurda teoría de equiparar la situación de las dos ciudades españolas con la colonia de Gibraltar quedó desde muy pronto asentado en la doctrina exterior marroquí aunque sin mucho fundamento en la medida en que las dos ciudades españolas no son territorios coloniales. Hassan II era consciente de dos hechos, a saber, que el gobierno franquista iba a iniciar una ofensiva en Naciones Unidas para la recuperación de Gibraltar, política que culminó en 1968 con la resolución 2429 en la que se pedía a Reino Unido, potencia administradora a que “ponga termino a la situación colonial de Gibraltar antes del 1º de octubre de 1969” y en segundo lugar, que ello podría servirle para fundamentar su reclamación sobre Melilla y Ceuta basado en el maleable concepto de integridad territorial. Aunque es cierto que en 1963 Hassan II no sabía cual sería el resultado de esas negociaciones, lo cierto es que su intención era que fuera admitida la equiparación de ambos territorios y su estatuto jurídico, es decir, que Melilla y Ceuta fueran consideradas también colonias de modo que al gobierno franquista no le quedara más remedio que aplicar el mismo criterio que en el caso de Gibraltar. Esta endeble propuesta no tuvo en cuenta ni la reacción del gobierno español ni por supuesto el derecho internacional en materia de descolonización. Pero en 1963 todo valía para articular una acción exterior que tenía en el supuesto problema de su integridad territorial el santo y seña de una acción exterior aún balbuciente. Ello llevó al monarca marroquí a afirmar igualmente que “en este punto, las cosas están muy claras para mí. Todo el contencioso en definitiva se relaciona con los territorios del sur”, es decir, con el Sahara Occidental. Melilla y Ceuta no solo eran un problema colonial sino que también afectaba a esa supuesta integridad territorial del país, un falso argumento que llevó al monarca marroquí a reivindicar de golpe varios territorios de soberanía española, y ello incluía a Ifni.

Hassan II estaba pues abriendo la puerta a una segunda estrategia como era la internacionalización de ese supuesto problema territorial en los organismos internacionales de rigor, aspecto éste bien estudiado por el doctor Dionisio García Flórez en un conocido trabajo (Ceuta y Melilla, cuestión de Estado). Por ello, en aquella reunión con el embajador español afirmó que “Si me presento con las manos vacías ante el Parlamento me dirán, ¿Por qué limitamos las reclamaciones al sur? ¿Por qué se olvidan nuestros problemas del norte? Es necesario plantear directamente la cuestión de Ceuta y Melilla en las asambleas internacionales al lado de las otras reivindicaciones”. Pasados unos años, ese intento de internacionalizar la reivindicación de las dos ciudades caerá en saco roto, tan solo apoyado por organismos irrelevantes como la unión parlamentaria árabe y entidades parecidas. Lo cierto es que la posición del gobierno español en éste ámbito fue firme al margen de la equiparación marroquí con el caso de Gibraltar. Otras de las tácticas del dictador marroquí fue intentar hacer creer al gobierno español que esas reivindicaciones en el fondo eran alentadas desde los partidos políticos a través de las dudosas instituciones representativas marroquíes, lo cual en una dictadura como la marroquí era una pretensión absurda pues la acción exterior del país era materia reservada del monarca, al igual que en la actualidad. En cualquier caso, Hassan II deslizó el que será también un dogma en el fundamento de su política exterior, a saber, la posibilidad de desestabilizar el régimen político marroquí si no se atendían a esas reivindicaciones. Esta mercancía fue comprada en el exterior por numerosos países aunque lo cierto es que era la monarquía marroquí el epicentro de la inestabilidad en Marruecos debido a sus demenciales políticas.

Hassan II apuntó por último algunas consecuencias de una más que probable negativa española a aceptar sus tesis, por lo cual afirmó en dicho encuentro con el embajador español lo siguiente, “¿Qué podré yo hacer? España se enfadará, Marruecos se enfadará; nos enfadaremos todos; acabaremos considerando que para alimentar unas relaciones tan vacías de sentido no vale la pena tener embajadores, caeremos en un punto muerto. ¿Quién se aprovechará de ello? Las fuerzas de la inestabilidad, que no pierden oportunidad de prosperar”. El monarca alauita había abierto la puerta con ésta declaración a una ruptura de relaciones diplomáticas, que nunca se llevará a cabo y también a la posibilidad de la utilización del uso de la fuerza.

Si bien la política del gobierno franquista fue suicida en el caso de Ifni y más aún en el del Sahara Occidental, cuya entrega a Marruecos fue un acto de profunda corrupción política, no es menos cierto que la amenaza de la fuerza por parte de Marruecos solo fue efectiva en la medida en que el gobierno español dejó clara su intención de salir del territorio desde el año 1975, acción consumada en febrero de 1976. En lo que respecta a Melilla y Ceuta, fracasado el intento de internacionalizar la reivindicación, el monarca marroquí optó erróneamente por el uso de la fuerza. Así, al igual que envió terroristas al Sahara Occidental desde 1974 a través del conocido FLUS (Front pour la liberation et l’unicité du Sahara), en Melilla y Ceuta hará algo parecido, enviando a sendos comandos terroristas cuyas acciones, en el caso de Melilla fracasarán y en el ceutí sí causarán algunos daños. La postura del gobierno español en aquellos años fue firme en lo que atañe a la defensa de la españolidad de ambas ciudades, tanto durante el tardofranquismo como en la transición lo que llevó a Marruecos a ensayar una tercera estrategia una vez asentada la democracia en España, en concreto el intento de bilateralizar el mal llamado contencioso hispano-marroquí. Esa nueva estrategia requería la presencia de un nuevo actor en España capaz de servir de interlocutor y Hassan II vio esa posibilidad abierta en el momento en el que el PSOE llegó al poder en octubre de 1982. ¿Por qué el PSOE? Porque era un partido con un maleable concepto de España, porque pretendía inaugurar una nueva etapa en las relaciones hispano-marroquíes, porque poseía una mayoría parlamentaria y porque contaba con sectores radicalizados que consideraban a Melilla y Ceuta como restos coloniales franquistas. En definitiva, era un partido político fácilmente manejable. El planteamiento de la acción exterior española hacia Marruecos será catastrófico y fue un nuevo ejemplo de corrupción política y diplomática respaldada por una mayoría absoluta de aquel partido en el Parlamento durante varios años, circunstancia que le permitirá, en cierto modo, refundar la política exterior española en el Magreb y en concreto la referente a Marruecos. El gobierno socialista intentó aplacar la hostilidad y la presión marroquí mediante la conculcación de ciertos intereses, muy en particular los que hacían referencia a Melilla y Ceuta, aspecto bien explicado en el trabajo realizado por quien suscribe estas líneas (El conflicto hispano-marroquí. Marruecos en la política exterior del gobierno español, 1982-1996). Los muñidores de aquella demencial política serán Fernando Morán y Francisco Fernández Ordoñez como ministros de Asuntos Exteriores y junto a ellos, varios diplomáticos que ocuparán puestos de cierta relevancia como Miguel Sassot, Moratinos, Máximo Cajal o Dezcallar, todos ellos defensores de la política del ‘colchón de intereses’ que, en el caso de Melilla, ha acabado por saltar por los aires con el reciente cierre de la aduana comercial.

Aquel cambio tendrá consecuencias importantes en otro ámbito y es que el PSOE se convertirá en el puntal del lobby pro marroquí en España. A través de él comenzará a instalarse en otros ámbitos, empresa, universidad, medios de comunicación, mundo de la cultura, clase política y de forma tangencial inicialmente en el seno de las mismas Fuerzas Armadas. Hassan II pensó que quizás había encontrado al interlocutor que requería para poder llevar a cabo su reivindicación en una negociación bilateral que culminará en 1987 con la propuesta de la llamada ‘célula de reflexión’. Para llevar a cabo sus planes necesitaba controlar a un contingente poblacional de origen marroquí que habitaba las dos ciudades aunque no contaba con ningún líder encuadrado en ninguna de las formaciones políticas existentes excepto el PSOE de Melilla. Ahí se había afiliado un oscuro personaje unos años antes, que será quien capitanee las movilizaciones de protesta en dicha ciudad antes de exiliarse en el mismo Marruecos. Aquel plan disparatado fracasó por muchos motivos, en primer lugar por la negativa del gobierno español a negociar la soberanía, en segundo lugar por la oposición que los melillenses llevaron a cabo en las calles de la ciudad con varias manifestaciones en favor de su españolidad, en tercer lugar por las resistencias de parte del colectivo inmigrante de origen marroquí a ser manipulado y por último por algunos efectos no previstos inicialmente por el monarca marroquí como fue la concesión de la nacionalidad española a casi todo el colectivo inmigrante, desactivando las protestas, y por la implosión del mismo PSOE debido a las tensiones generadas por esa política, circunstancia ésta importante pues llevará a ese partido a alcanzar unas cuotas de representación política exiguas en ambas ciudades en adelante. De hecho, en Ceuta llegará a desparecer el partido durante varios años, creándose una gestora y en Melilla su representación será mínima. Además, Marruecos perdió a un potencial interlocutor en las dos ciudades. Estos hechos muestran como desde Marruecos siempre se ha intentado intervenir de diversas maneras en la ciudad. Sin duda, lo acaecido en el año 1985/86 recuerda mucho a los intentos del Istiqlal en 1958/59 por controlar y sublevar en su favor a la población musulmana de la ciudad, sin mucho éxito.

Las cinco estrategias de Hassan II fracasaron, recordemos, internacionalización, uso de la fuerza, bilateralización, promoción del lobby pro marroquí y manipulación de la población inmigrante de origen marroquí. Desde entonces se intentarán nuevas medidas de presión, sin duda la más relevante, en mi opinión, será la instrumentalización de los flujos migratorios desde el año 1991 en adelante, pateras en el estrecho, población subsahariana y recientemente en Melilla y Ceuta el paso indiscriminado de menores no acompañados y el asentamiento de un colectivo marroquí cuya masiva implantación en la ciudad, procedente en parte de la península, podría haber sido impulsado desde Marruecos. Desde España nunca se ha entendido el problema, que ha sido revestido de un cierto humanitarismo a la vez que se le despojaba de cualquier connotación política, lo que nos ha llevado a sufrir fracaso tras fracaso en la contención migratoria. Hassan II terminó aquel encuentro con el embajador español en 1963 con una frase que ejemplifica bastante bien cuáles eran sus intenciones, al afirmar que “hoy he deseado solamente decirle mi pensamiento, sin entrar en alegaciones de títulos jurídicos…” y ello fue así por la sencilla razón de que los únicos títulos jurídicos válidos en el ámbito internacional respaldan la soberanía española sobre Melilla y Ceuta. Por eso el monarca alauita comenzó a articular una serie de artimañas para presionar a España en varios ámbitos, una guerra silenciosa que hoy continúa por parte de su sucesor en el trono y que adopta matices variados, a saber, pateras en el estrecho, presión migratoria en las fronteras de Melilla y Ceuta, tráfico de drogas, extensión del islamismo, control de mezquitas, desestabilización de las islas Canarias, reclamaciones territoriales, violación de aguas jurisdiccionales o lisa y llanamente, desmandar potenciales amenazas terroristas. La última afrenta ha sido el cierre de la aduana comercial en la frontera con Melilla.

Marcos R Pérez González
Doctor en Relaciones
Internacionales

Hassan II desgranó punto por punto las reivindicaciones que pretendía reactivar tras la muerte de su padre en febrero de 1961, una vez consolidado el trono bajo su figura regia, aplacada la disidencia interna y domeñados los partidos políticos en un Marruecos que no parecía querer salir de una crisis endémica a la que le habían sometido las desgraciadas políticas del Majzén y el Istiqlal. Entre las observaciones practicadas por el soberano marroquí, destacaron las relativas a las ciudades de Melilla y Ceuta, una de las reivindicaciones históricas de Marruecos tras su acceso a la independencia aunque lo relevante fueron los argumentos que esgrimió el monarca y que, desde entonces, han vertebrado las reclamaciones hacia España en éste ámbito, iniciando un contencioso unilateral que, quizás, nunca fue bien entendido por el gobierno español, al igual que sucede en la actualidad, impidiéndole adoptar las decisiones adecuadas y reduciendo su capacidad de reacción, ante lo que comenzó ya a ser una política de hechos consumados por parte del reino alauita.

En este sentido, Hassan II comenzó trazando lo que él calificaba ya como el ‘problema de Ceuta y Melilla’ realizando dos afirmaciones que a la postre, guiarán los fundamentos de la pretensión marroquí y que carecían de algún tipo de base jurídica internacional. Así, afirmó que “el problema de Ceuta y Melilla debemos inscribirlo en un problema general mediterráneo dentro del cual nos encontramos inmediatamente con Gibraltar”. Como vemos, la absurda teoría de equiparar la situación de las dos ciudades españolas con la colonia de Gibraltar quedó desde muy pronto asentado en la doctrina exterior marroquí aunque sin mucho fundamento en la medida en que las dos ciudades españolas no son territorios coloniales. Hassan II era consciente de dos hechos, a saber, que el gobierno franquista iba a iniciar una ofensiva en Naciones Unidas para la recuperación de Gibraltar, política que culminó en 1968 con la resolución 2429 en la que se pedía a Reino Unido, potencia administradora a que “ponga termino a la situación colonial de Gibraltar antes del 1º de octubre de 1969” y en segundo lugar, que ello podría servirle para fundamentar su reclamación sobre Melilla y Ceuta basado en el maleable concepto de integridad territorial. Aunque es cierto que en 1963 Hassan II no sabía cual sería el resultado de esas negociaciones, lo cierto es que su intención era que fuera admitida la equiparación de ambos territorios y su estatuto jurídico, es decir, que Melilla y Ceuta fueran consideradas también colonias de modo que al gobierno franquista no le quedara más remedio que aplicar el mismo criterio que en el caso de Gibraltar. Esta endeble propuesta no tuvo en cuenta ni la reacción del gobierno español ni por supuesto el derecho internacional en materia de descolonización. Pero en 1963 todo valía para articular una acción exterior que tenía en el supuesto problema de su integridad territorial el santo y seña de una acción exterior aún balbuciente. Ello llevó al monarca marroquí a afirmar igualmente que “en este punto, las cosas están muy claras para mí. Todo el contencioso en definitiva se relaciona con los territorios del sur”, es decir, con el Sahara Occidental. Melilla y Ceuta no solo eran un problema colonial sino que también afectaba a esa supuesta integridad territorial del país, un falso argumento que llevó al monarca marroquí a reivindicar de golpe varios territorios de soberanía española, y ello incluía a Ifni.

Hassan II estaba pues abriendo la puerta a una segunda estrategia como era la internacionalización de ese supuesto problema territorial en los organismos internacionales de rigor, aspecto éste bien estudiado por el doctor Dionisio García Flórez en un conocido trabajo (Ceuta y Melilla, cuestión de Estado). Por ello, en aquella reunión con el embajador español afirmó que “Si me presento con las manos vacías ante el Parlamento me dirán, ¿Por qué limitamos las reclamaciones al sur? ¿Por qué se olvidan nuestros problemas del norte? Es necesario plantear directamente la cuestión de Ceuta y Melilla en las asambleas internacionales al lado de las otras reivindicaciones”. Pasados unos años, ese intento de internacionalizar la reivindicación de las dos ciudades caerá en saco roto, tan solo apoyado por organismos irrelevantes como la unión parlamentaria árabe y entidades parecidas. Lo cierto es que la posición del gobierno español en éste ámbito fue firme al margen de la equiparación marroquí con el caso de Gibraltar. Otras de las tácticas del dictador marroquí fue intentar hacer creer al gobierno español que esas reivindicaciones en el fondo eran alentadas desde los partidos políticos a través de las dudosas instituciones representativas marroquíes, lo cual en una dictadura como la marroquí era una pretensión absurda pues la acción exterior del país era materia reservada del monarca, al igual que en la actualidad. En cualquier caso, Hassan II deslizó el que será también un dogma en el fundamento de su política exterior, a saber, la posibilidad de desestabilizar el régimen político marroquí si no se atendían a esas reivindicaciones. Esta mercancía fue comprada en el exterior por numerosos países aunque lo cierto es que era la monarquía marroquí el epicentro de la inestabilidad en Marruecos debido a sus demenciales políticas.

Hassan II apuntó por último algunas consecuencias de una más que probable negativa española a aceptar sus tesis, por lo cual afirmó en dicho encuentro con el embajador español lo siguiente, “¿Qué podré yo hacer? España se enfadará, Marruecos se enfadará; nos enfadaremos todos; acabaremos considerando que para alimentar unas relaciones tan vacías de sentido no vale la pena tener embajadores, caeremos en un punto muerto. ¿Quién se aprovechará de ello? Las fuerzas de la inestabilidad, que no pierden oportunidad de prosperar”. El monarca alauita había abierto la puerta con ésta declaración a una ruptura de relaciones diplomáticas, que nunca se llevará a cabo y también a la posibilidad de la utilización del uso de la fuerza.

Si bien la política del gobierno franquista fue suicida en el caso de Ifni y más aún en el del Sahara Occidental, cuya entrega a Marruecos fue un acto de profunda corrupción política, no es menos cierto que la amenaza de la fuerza por parte de Marruecos solo fue efectiva en la medida en que el gobierno español dejó clara su intención de salir del territorio desde el año 1975, acción consumada en febrero de 1976. En lo que respecta a Melilla y Ceuta, fracasado el intento de internacionalizar la reivindicación, el monarca marroquí optó erróneamente por el uso de la fuerza. Así, al igual que envió terroristas al Sahara Occidental desde 1974 a través del conocido FLUS (Front pour la liberation et l’unicité du Sahara), en Melilla y Ceuta hará algo parecido, enviando a sendos comandos terroristas cuyas acciones, en el caso de Melilla fracasarán y en el ceutí sí causarán algunos daños. La postura del gobierno español en aquellos años fue firme en lo que atañe a la defensa de la españolidad de ambas ciudades, tanto durante el tardofranquismo como en la transición lo que llevó a Marruecos a ensayar una tercera estrategia una vez asentada la democracia en España, en concreto el intento de bilateralizar el mal llamado contencioso hispano-marroquí. Esa nueva estrategia requería la presencia de un nuevo actor en España capaz de servir de interlocutor y Hassan II vio esa posibilidad abierta en el momento en el que el PSOE llegó al poder en octubre de 1982. ¿Por qué el PSOE? Porque era un partido con un maleable concepto de España, porque pretendía inaugurar una nueva etapa en las relaciones hispano-marroquíes, porque poseía una mayoría parlamentaria y porque contaba con sectores radicalizados que consideraban a Melilla y Ceuta como restos coloniales franquistas. En definitiva, era un partido político fácilmente manejable. El planteamiento de la acción exterior española hacia Marruecos será catastrófico y fue un nuevo ejemplo de corrupción política y diplomática respaldada por una mayoría absoluta de aquel partido en el Parlamento durante varios años, circunstancia que le permitirá, en cierto modo, refundar la política exterior española en el Magreb y en concreto la referente a Marruecos. El gobierno socialista intentó aplacar la hostilidad y la presión marroquí mediante la conculcación de ciertos intereses, muy en particular los que hacían referencia a Melilla y Ceuta, aspecto bien explicado en el trabajo realizado por quien suscribe estas líneas (El conflicto hispano-marroquí. Marruecos en la política exterior del gobierno español, 1982-1996). Los muñidores de aquella demencial política serán Fernando Morán y Francisco Fernández Ordoñez como ministros de Asuntos Exteriores y junto a ellos, varios diplomáticos que ocuparán puestos de cierta relevancia como Miguel Sassot, Moratinos, Máximo Cajal o Dezcallar, todos ellos defensores de la política del ‘colchón de intereses’ que, en el caso de Melilla, ha acabado por saltar por los aires con el reciente cierre de la aduana comercial.

Aquel cambio tendrá consecuencias importantes en otro ámbito y es que el PSOE se convertirá en el puntal del lobby pro marroquí en España. A través de él comenzará a instalarse en otros ámbitos, empresa, universidad, medios de comunicación, mundo de la cultura, clase política y de forma tangencial inicialmente en el seno de las mismas Fuerzas Armadas. Hassan II pensó que quizás había encontrado al interlocutor que requería para poder llevar a cabo su reivindicación en una negociación bilateral que culminará en 1987 con la propuesta de la llamada ‘célula de reflexión’. Para llevar a cabo sus planes necesitaba controlar a un contingente poblacional de origen marroquí que habitaba las dos ciudades aunque no contaba con ningún líder encuadrado en ninguna de las formaciones políticas existentes excepto el PSOE de Melilla. Ahí se había afiliado un oscuro personaje unos años antes, que será quien capitanee las movilizaciones de protesta en dicha ciudad antes de exiliarse en el mismo Marruecos. Aquel plan disparatado fracasó por muchos motivos, en primer lugar por la negativa del gobierno español a negociar la soberanía, en segundo lugar por la oposición que los melillenses llevaron a cabo en las calles de la ciudad con varias manifestaciones en favor de su españolidad, en tercer lugar por las resistencias de parte del colectivo inmigrante de origen marroquí a ser manipulado y por último por algunos efectos no previstos inicialmente por el monarca marroquí como fue la concesión de la nacionalidad española a casi todo el colectivo inmigrante, desactivando las protestas, y por la implosión del mismo PSOE debido a las tensiones generadas por esa política, circunstancia ésta importante pues llevará a ese partido a alcanzar unas cuotas de representación política exiguas en ambas ciudades en adelante. De hecho, en Ceuta llegará a desparecer el partido durante varios años, creándose una gestora y en Melilla su representación será mínima. Además, Marruecos perdió a un potencial interlocutor en las dos ciudades. Estos hechos muestran como desde Marruecos siempre se ha intentado intervenir de diversas maneras en la ciudad. Sin duda, lo acaecido en el año 1985/86 recuerda mucho a los intentos del Istiqlal en 1958/59 por controlar y sublevar en su favor a la población musulmana de la ciudad, sin mucho éxito.

Las cinco estrategias de Hassan II fracasaron, recordemos, internacionalización, uso de la fuerza, bilateralización, promoción del lobby pro marroquí y manipulación de la población inmigrante de origen marroquí. Desde entonces se intentarán nuevas medidas de presión, sin duda la más relevante, en mi opinión, será la instrumentalización de los flujos migratorios desde el año 1991 en adelante, pateras en el estrecho, población subsahariana y recientemente en Melilla y Ceuta el paso indiscriminado de menores no acompañados y el asentamiento de un colectivo marroquí cuya masiva implantación en la ciudad, procedente en parte de la península, podría haber sido impulsado desde Marruecos. Desde España nunca se ha entendido el problema, que ha sido revestido de un cierto humanitarismo a la vez que se le despojaba de cualquier connotación política, lo que nos ha llevado a sufrir fracaso tras fracaso en la contención migratoria.

Hassan II terminó aquel encuentro con el embajador español en 1963 con una frase que ejemplifica bastante bien cuales eran sus intenciones, al afirmar que “hoy he deseado solamente decirle mi pensamiento, sin entrar en alegaciones de títulos jurídicos…” y ello fue así por la sencilla razón de que los únicos títulos jurídicos válidos en el ámbito internacional respaldan la soberanía española sobre Melilla y Ceuta. Por eso el monarca alauita comenzó a articular una serie de artimañas para presionar a España en varios ámbitos, una guerra silenciosa que hoy continua por parte de su sucesor en el trono y que adopta matices variados, a saber, pateras en el estrecho, presión migratoria en las fronteras de Melilla y Ceuta, tráfico de drogas, extensión del islamismo, control de mezquitas, desestabilización de las islas Canarias, reclamaciones territoriales, violación de aguas jurisdiccionales o lisa y llanamente, desmandar potenciales amenazas terroristas. La última afrenta ha sido el cierre de la aduana comercial en la frontera con Melilla.

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