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Buenos Días

Belem Andaluz

Si Mateo es la legislación eclesiástica o familiar, que unifica al Dios vivo con un legado atávico, y Marcos es la incertidumbre de lo inmóvil, hasta llegar a tener conciencia de la acción. Si Lucas es acción hacía la diáspora, unificando en Pablo la creación de un nuevo continente, y Juan es la juventud. El espíritu revelador de un habitante que fecundizará el mundo del futuro….
Si estos evangelistas son los mensajeros naturales de lo sobrenatural a través de un largo itinerario de hallazgos y pérdidas, Andalucía es el quinto narrador apócrifo que ni acciona ni predica. Ni escribe ni enseña. Pero vive. Conforma y materializa toda esa poderosa razón de ser en una sencilla ejecución cotidiana. Y surge el pueblo. El pueblo que se busca. Y el Nacimiento de un Niño milenario con oscura identidad lejana a este planeta, se hace vecino, aprendiz, muchacho, novio, artesano, padre y anciano bajo el Sol de una región adormecida por el mar y vivificada por los sentimientos.

Nace y se hace. Y ese Evangelista ni hombre ni mujer que es Andalucía, lo recoge, lo protege y lo convive como una prolongación de Juan, que quédose en sí mismo en una meditación tan sincera y sentida del Cristo, que llegó a cristificarse él mismo.

Y Juan niño y Jesús niño, nacen de nuevo bajo los belenes sencillos de pastores de barro y ovejas de patas de alambre, al calor de una acción fraternal que se disgrega, desde el rosco de olor a anís, hasta el más puro lenguaje poético de los villancicos populares.

Miembro de una rara familia, sin dialécticas ni patrimonios heráldicos, aparece cada Nochebuena con un puñado de estrellas de orillo, sobre el pesebre calentado de antemano, por la mirada fiel y familiar de un niño andaluz.

Y se realiza el milagro de la luz. Que anda. ¡Anda luz¡ Y la Virgen lava pañales, y los tiende en el romero, como cualquier ama de casa con un crío de meses. Porque, aunque hoy se sigan teniendo lavadoras y secadoras, y no pululen esas largas cometas multicolor de ropa tendida, como pancartas blancas de la limpieza, hacía el azul de un cielo, convertido en patio de vecinos, la mujer andaluza sigue tendiendo en el romero.

Y sigue escuchando a los pájaros cantar y reír al agua. Porque esa es la autenticidad que conforma a la mujer de un raro país, donde la creación no es otra cosa que un estilo de vivir. Una simple forma de actuar. Por eso es la cal. Borrón y cuenta nueva. Y lo blanco destruye lo concreto y grávido, haciéndolo recinto para anunciaciones. Y arcángeles, entre los olivos y los almendros, se ven al caer la tarde, por entre los Montes de Málaga o las sierras de Granada. Y el vino de Cómpeta, se prepara para ser un día sangre, regatillo de un Niño que acaba de nacer en cualquier pueblo desde Ayamonte a Vera, desde Hinojosa a Algeciras.

Y todo el paisaje del Belem está preparado. Artesanos que filigranean la tarde en un plato de cerámica azul y blanca. Panaderos con tortas de aceite en hornos de tertulias y pasas de Algarrobo. Y senderos repletos de olivos y montes curvos como preñadas barrigas cubiertas de amapolas, menta y romero. Y un regatillo de plata que deja su silueta, para espejo de lunas y toros de lidia. Y anafres. Y cobres pulidos y fregados. Y gente aquella más allá y más acá de lo lejano y lo concreto. Y abuelas. Como pasas. Como laureles. Como cáscaras de almendras fructificadas. Abuelas coetáneas del Joaquín y de Ana, que saben historias de moños altos y alfileres, para tejer un pañal sin manos. Y canciones sin letras, escritas no en horas de vigilias, sino nacidas al compás que el dicho, el sorbo, la palma o la mirada. Todo natural, sin saber que lo es. Porque todo no es de acá, por eso nada se sabe. Todo se acciona simplemente como muñecos de Belem que se sitúan, para que el niño los accione con sus manos… “Y ahora se mueve el molinero…”, “Y ahora baja la hilandera…”, así desde Sierra Nevada al Mediterráneo bahía que es lo mismo. Agua de altura, agua de bajura. Agua vertical y agua dormida, todo nace el día 24 de diciembre en Andalucía y muere en abril, cuando los claveles se hacen clavos heridos y las rosas zarzas para las frentes, en un itinerario irreal que va del hombre a Dios y de Dios al hombre, como una cosa convenida más allá de la propia razón y los encuentros.

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