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El rincón de Aranda

Cronología Histórica de Melilla LXXXI (Síntesis sobre la Conferencia de Algeciras)

De 16/01 al 6/04/1906, se celebró en Algeciras la célebre Conferencia que lleva su nombre, siendo el acontecimiento político más importante a principio del siglo XX, por sus connotaciones posteriores, ya que se reunieron las potencias europeas que, previamente, ya se entrevistaron en Madrid: España, Marruecos, Alemania, Gran Bretaña, Francia, Italia, Estados Unidos, Austria-Hungria, Bélgica, Países Bajos, Portugal, Dinamarca, Rusia y Luxemburgo. Todo lo que se firmó en aquéllos días, ya estaba pactado; los acuerdos franco-inglés y franco-italianos que dejaban a Francia en libertad de acción en Marruecos, con el reconocimiento de algunos derechos de España, firmándose en 1904 y ratificados secretamente en 1905, solidarizándose ambas en los conflictos que pudiesen originarse en la parte septentrional de Marruecos. En realidad, en la Conferencia se ventilaba el predominio de Francia e Inglaterra, en cuya dinámica entraba España, recogiendo solamente migajas. Alemania, ayudada por Austria, se opuso a todos los argumentos de franceses e ingleses: sabían los alemanes que su influencia en el sur de Marruecos tenía los días contados, pero nuestro Ministro de Estado, Duque de Almodóvar del Río, llevando a termino la Conferencia, hizo gala de su prudencia, y escasa sagacidad, recogiendo las sobras que nos dejaban Francia e Inglaterra: “el Hueso de Yebala y la Espina del Rif”.

El papel jugado por la Gran Bretaña, en los negocios marroquíes, fue más primordial de lo que, por lo general se creyó. El Tratado General y el Convenio de Comercio-Navegación, firmados por Drummond Hay y Sidi Mohamed el Jetib, pasó por un modelo de “penetración pacífica”: un exponente precoz y eficaz en su género del proceso de erosión de la vieja sociedad xerifiana y de la autoridad del Majzén, y que se adelantó al paquete de acuerdos hispano-marroquíes, y a la serie de privilegios escalonados que obtuvieron los intereses de Francia en Marruecos entre 1880-1912.

Una preocupación permaneció en la estrategia política de la diplomacia británica a lo largo de la crisis marroquí: evitar el asentamiento de una potencia europea de “respeto” en la costa marroquí del Mar de Alborán, desde la que se pudiera poner en peligro la libertad de navegación en aguas del Estrecho y la seguridad de las defensas de fuego del Peñón de Gibraltar. Esta directriz era impedir sistemáticamente que cualquier pabellón dominara la villa y puerto de Tánger, llave de cierre o apertura del Estrecho de Gibraltar, tan decisivo para las líneas de comunicación imperial británicas. Toda la orientación del Foreign Office en el asunto, se encaminó a que los intereses y el ejército francés, pesaran tan poco, como fuera posible en el Norte de Marruecos. A partir del art. 8-Q, del acuerdo anglo-francés de 1904, que delimitaba las zonas de influencia británica en Egipto, y francesa en Marruecos, al tiempo que garantizaba a España su instalación en tierras del Rif y Yebala, Londres consiguió la fórmula idónea para que prevaleciera su estrategia, con la firma de un Pacto con Francia en el Norte de África, arrancándole la seguridad de la comunicación marítima a través del canal de Suez y del Estrecho de Gibraltar. España y Alemania salían remuneradas, largamente, con la garantía de una zona de influencia y de una paridad comercial respectivas en los dominios del Imperio Xerifiano. No en vano el Rey Eduardo VII había dicho a Paul Cambon, embajador de Francia en Londres: “… Díganos, sobre todos los extremos a discutir (en la Conferencia de Algeciras), cuál es su deseo, que nosotros estaremos de su lado sin restricción ni reserva”.

La política británica en Marruecos era defender los derechos de los británicos residentes en los puertos del noroeste de África, que afectaba a sus transacciones mercantiles, habeas corpus, libertad de cultos, y regulación de la navegación entre puertos xerifianos e ingleses. En vísperas de la celebración de la Conferencia de Algeciras, cuando Eduardo VII había dado luz verde a las iniciativas de Delcassé, y éste había hecho prevalecer su “reajuste” de fronteras en Marruecos sobre la contraoferta de León y Castillo, embajador de España en París, la suerte estaba prácticamente echada a favor del papel hegemónico de Francia en el Imperio Xerifiano. Testimonio de la arrogante lógica colonial francesa fue el discurso de Rouvier en París, cuando las potencias europeas empezaron a desenmascararse sin
recato: “… La situación especial que ocupamos en Marruecos no es sólo el resultado de la contigüidad de nuestras fronteras, nuestro derecho posee una aspiración más general, (…), consiste en que Francia es una potencia en todo el Norte de África, que allí tenemos que mantener y preservar nuestra autoridad sobre una población de 6.000.000 de indígenas en contacto con 700.000 colonos europeos, que la comunidad de lengua, religión y raza que aproxima esta población a la de Marruecos, la hace sensible a cualquier excitación que se genere en el Estado vecino, ya sea por la ausencia de un gobierno no estable, ya sea por la constitución de un gobierno hostil”. Rouvier solicitaba del Majzén, una garantía de esos reales, y no ficticios, intereses galos en el Magreb, falto de la cual, Francia tendría que actuar directamente en Marruecos para salvaguardar las conquistas realizadas.

Se sabía que la “internacionalización” de Marruecos, ajustada en Algeciras, fue una solución efímera. La crisis interna de ese país había inquietado, en un principio, a las potencias europeas; la mediación de cada una de ellas en favor de sus intereses nacionales estratégicos, comerciales y jurídicos, había agravado entre 1856-1906, la crisis originaria de la autoridad xerifiana. Entre 1906-1912, la sucesión de acontecimientos, como las revueltas tribales, la aparición de “Pretendientes”, o “Roguis”, desencadenamiento de guerra civil por la sucesión al trono, no coadyuvó sino a intensificar la intervención europea, y ésta a su vez, aceleró el galopante advenimiento de los Protectorados Hispano-Francés. Se creyó cerrar, de este modo el ciclo de una crisis que, en 1904-1905, y luego en 1909-1911, se convirtió en un peligroso arco fracturado dentro del tendido de alianzas establecido por las grandes potencias.

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