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El rincón de Aranda

La palabra de honor y el juramento de dos militares

Desde hace muchos años se viene oyendo lo que mucha gente opina sobre el golpe militar del 18.07.1936. Algunos dicen que Franco fue un militar de palabra, que hacía honor a ello, cumpliéndola siempre; y otros que fue un traidor a la II República, que juró defender.
Existe un librito: “La otra Historia de México, Díaz y Madero, la Espada y el Espíritu”, escrito por Armando Fuentes Aguirre, un escritor y periodista octogenario, que habla sobre “la Palabra de Honor, que ya casi nadie habla de ella”, que en español significa: que una persona empeña su palabra en que hará algo que se ha comprometido y empeña en eso su honor personal. Dice que esta palabra, hoy en día ha perdido su uso y los jóvenes en muchas ocasiones no han oído hablar de ella.

Si desean leer el siguiente texto, tomado de éste libro, comprobarán cómo dos militares mejicanos, de alta graduación la usan con todas sus consecuencias:
“En México existe el Heroico Colegio Militar, fundado en 1675, en tiempos del Virreinato de Nueva España. Sus componentes han luchado por su tierra honorablemente desde su fundación hasta hoy en día. y como muestra es este relato: En el año de 1892 murió D. Carlos Fuero, heroico militar mexicano, con una calle en la ciudad de Saltillo, otra en Coahuila y una en Parral, Chihuahua, lleva su nombre y se formó en dicho colegio. En la guerra civil, entre los partidarios de Maximiliano y los juaristas, a la caída de Querétaro, quedó prisionero de los juaristas, el general, Severo del Castillo, Jefe del Estado Mayor de Maximiliano. Cuando lo condenaron a muerte, su custodia se encomendó al coronel, Carlos Fuero. La víspera de la ejecución dormía el coronel cuando su asistente lo despertó. El general Del Castillo, le dijo, deseaba hablar con él. El coronel Carlos Fuero acudió de inmediato a la celda del condenado a muerte. No olvidaba que don Severo había sido amigo intimo de su padre.

  • Carlos, -le dijo el General-, perdona que te haya hecho despertar.

Como tú sabes, me quedan unas cuantas horas de vida, y necesito que me hagas un favor. Quiero confesarme y hacer mi testamento. Por favor manda llamar al padre Montes y al licenciado José María Vázquez.

  • Mi general, -respondió Fuero-, no creo que sea necesario que vengan esos señores.
  • ¿Cómo?, -se irritó Del Castillo-, te estoy diciendo que deseo arreglar las cosas de mi alma y de mi familia, ¿y me dices que no es necesario que vengan el sacerdote y el notario?.
  • En efecto, mi General, -repitió el coronel republicano-, no hay necesidad de mandarlos llamar.

Usted irá personalmente a arreglar sus asuntos y yo me quedaré en su lugar hasta que usted regrese. D. Severo se quedó estupefacto. La muestra de confianza que le daba el joven coronel era extraordinaria.

  • Pero, Carlos, -le respondió emocionado-, ¿Qué garantía tienes de que regresaré para enfrentarme al pelotón de fusilamiento? —
  • Su palabra de honor, mi General; -contestó Fuero-.
  • Ya la tienes!, -dijo D. Severo-, abrazando al joven coronel.

Salieron los dos y dijo Fuero al encargado de la guardia:

  • El señor general Del Castillo va a su casa a arreglar unos asuntos.

Yo quedaré en su lugar como prisionero. Cuando él regrese me manda usted despertar.

A la mañana siguiente, cuando llegó al cuartel el superior de Fuero, General Sostenes Rocha, el encargado de la guardia le informó de lo sucedido.

Corriendo fue Rocha a la celda donde estaba Fuero y lo encontró durmiendo tranquilamente. Lo despertó moviéndolo.

  • ¿Qué hiciste Carlos?, ¿Por qué dejaste ir al General?.
  • Ya volverá, -le contestó Fuero-. Si no, entonces me fusilas a mí y asunto arreglado.
  • Pero Carlos, ¿aún crees que existe el honor en México, como en tiempos de nuestros abuelos españoles?.

En ese preciso momento se escucharon pasos en la acera.

  • ¿Quién vive?, -gritó el centinela-.
  • ¡México!, -respondió la vibrante voz del general Del Castillo-, y un prisionero de guerra.

Cumpliendo su palabra de honor, volvía D. Severo para ser fusilado. El final de esta historia es muy feliz. El general Del Castillo no fue pasado por las armas. Sostenes Rocha le contó a D. Mariano Escobedo lo que había pasado, y éste a D. Benito Juárez. Juárez, conmovido por la magnanimidad de los dos militares, indultó al General y ordenó la suspensión de cualquier procedimiento contra Fuero. Ambos eran hijos del Colegio Militar; y ambos hicieron honor a la Gloriosa Institución”.

Ahora yo pienso, que cuando detuvieron al Comandante General D. Manuel Romerales Quintero, en Melilla, cuando el golpe militar del 17.07.1936, y me pregunto, si existió honor en los que lo detuvieron, le formaron el ignominioso consejo de guerra y cuarenta días después, lo fusilaron en Rostro Gordo, por ser lo que no fué…: ¡traidor a la Patria!, que sí que lo fueron ellos.

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