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Carta del Editor

Encuesta con resultados sorprendentes

Sobre la tristemente famosa ley de violencia de género, dos aportaciones recientes, en medio de una catarata de opiniones y presiones acerca de una ley que casi nadie ha leído en su totalidad. Una, la de Rocío Monasterio, en el suplemento Crónica de El Mundo, el pasado domingo. Otra, la del decano de los jueces de Melilla, Fernando Portillo, en el MELILLA HOY también del domingo anterior. “La diferencia en la gravedad de las penas según el sexo es un error”, resume, muy bien y muy concisamente, el juez Portillo. Sobre la tristemente famosa ley de violencia de género, dos aportaciones recientes, en medio de una catarata de opiniones y presiones acerca de una ley que casi nadie ha leído en su totalidad. Una, la de Rocío Monasterio, en el suplemento Crónica de El Mundo, el pasado domingo. Otra, la del decano de los jueces de Melilla, Fernando Portillo, en el MELILLA HOY también del domingo anterior. “La diferencia en la gravedad de las penas según el sexo es un error”, resume, muy bien y muy concisamente, el juez Portillo. “La musa de Vox contra las feminazis”, como define Crónica a Rocío Monasterio, declara que está con la mujeres que, como Concepción Arenal, verdaderamente lucharon por la libertad de todas y contra “el feminismo supremacista que impone el discurso de la ideología de género y pretende amordazarnos con su burka ideológico”.

Lo que dice el juez decano de Melilla es, desde el punto de vista del Derecho, definitivo, muy elemental y muy claro: no puede -o al menos no debería- caber duda alguna de que un mismo delito no puede tener diferentes penas según el sexo, el color, la etnia o cualquier otra diferencia personal. Lo que se deduce de esa premisa básica de cualquier Derecho es que la ley de violencia “de género” es una aberración jurídica, una injusticia.

Por supuesto que tiene que haber, y las hay, leyes contra la violencia, cualquier tipo de violencia, y que hay que prestar especial atención a aquellos, o aquellas, que sean especialmente susceptibles de ser violentados, o violentadas. Por supuesto que es cierto que, en contra de lo que comúnmente se asegura, la prisión no sirve para regenerar a los encarcelados sino, en general, para todo lo contrario. Tan cierto como que muchos violadores reinciden y no deberían salir de la cárcel. Tan cierto, en suma, como que las leyes deben adecuarse a las circunstancias cambiantes, porque lo contrario es manifiestamente ineficaz. Adecuarse a las circunstancias y a los datos existentes en cada momento, no al dictado de los progres socialistas y podemitas que, en el fondo, lo que hacen realmente es negar a las féminas su propio desarrollo.

Sobre la maldición de los progres, me regaló, en los Reyes, mi nieto mayor un libro muy ingenioso de la guatemalteca Gloria Álvarez, ‘Cómo hablar con un progre’. Sobre los ismos, por ejemplo el ecologismo, la autora -que fue coautora, junto con Axel Kaiser, de ‘El engaño populista’, libro que ya comenté en algunas de mis anteriores Cartas- escribe: “Jamás el progre va a admitir que una innovación producto de una mente individual ofrecida en el mercado sea capaz de cuidar el medio ambiente -o cualquier otra cosa o ismo, añado yo- con mayor efectividad que la burocracia de los gobiernos firmando acuerdos utópicos que jamás se cumplen”.

La maldición de los progres, encarnada en España en socialistas y comunistas podemitas junto a sus compañeros de viaje separatistas y terroristas, seguida bobaliconamente por la derecha, ha llegado a tal extremo – en cuanto a pacifismo, ecologismo, feminismo, educación, inmigración, economía, etc.- que lo que acaba de ocurrir en Andalucía no sólo era algo previsible y deseable, era inevitable y por fin, a trancas y barrancas, se ha producido el histórico cambio, con el difícil pacto bilateral y a dos bandas PP, Cs y el recientemente nacido (con peso electoral) Vox, al que los semiprogres de Cs, encabezados por Albert Rivera, han despreciado hasta la extenuación.

Sin Vox, el cambio que España necesita, por el que ya clama y cuyo primer e importante paso ha sido Andalucía, tal cambio no se habría producido, pero el gran triunfador, el que ha hecho posible el pacto -que tanto ha dificultado Ciudadanos- ha sido el PP de Pablo Casado y Teodoro García Egea, no el PP, digamos, tradicional, algunos de cuyos representantes se manifestaron contrarios al pacto e incluso propusieron, poco antes de que se firmara el del PP y Vox, que se debía dejar que gobernara el partido más votado, o sea, el PSOE. Los tiempos del cambio han llegado también al PP, como la gran oportunidad de Pablo Casado, aunque también el riesgo que ha de afrontar es todavía enorme.

A medida que nos vamos acercando a mayo se empiezan a tener más datos procedentes de las encuestas electorales. La que publicamos el viernes en MELILLA HOY es ciertamente curiosa: 10 diputados para la Coalición por Melilla, de Aberchán; 5 ó 6 para el Partido Popular de Juan José Imbroda; 5 para el nuevo Vox; 3 para Ciudadanos; 2 para el PSOE. Probablemente nadie, excepto CPM y hasta eso lo dudo, estará de acuerdo con esa predicción, pero en lo que casi todos estarán/estaremos de acuerdo es en que la mayoría absoluta de algún partido será prácticamente irrepetible el 26 de mayo, así que la manera de gobernar va a cambiar, sí o sí. Es cierto que las encuestas, en los últimos tiempos, acostumbran equivocarse, y mucho, en todas partes, pero las coincidencias, los indicios y las sensaciones que se palpan a pie de calle en Melilla son demasiado grandes como para no concluir que el cambio de tipo de gobierno -de la mayoría a la coalición- se va a producir.

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Enrique Bohórquez López-Dóriga

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