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Atril ciudadano

La ciudad “dividida”

Intencionada, interesada y decididamente dividida en lo político. Cuando no, peligrosamente hacia la negación. Pese a ello, infancia y juventud de toda condición comparten aulas y centros; jóvenes de cualquier ángulo y diversidad, aspiran a lo mismo, sienten la impotencia y la falta de oportunidades de igual manera, anhelan un futuro que por lo general se les vuelve esquivo. Deciden, en su caso y a tenor de lo posible, marchar hacia otros horizontes; pese a ello, se comparte la misma aceptación o queja de los servicios públicos imprescindibles, como la sanidad, la dependencia, la limpieza y el agua corriente o la seguridad, entre ellos.
Se busca, sin distinción de piel o manera de implorar al cielo, el empleo que dignifique la vida y su transcurso, la culminación de aspiraciones, básicas o no. Se comparte el espacio público sin discriminación o sesgo ni barrio de residencia. Pese a ello, pese a ese dividendo político interesado y convertido en la afirmación propia excluyente, se entremezclan las tradiciones desde el acervo común como ciudadanos; simplemente eso, como ciudadanos de una tierra. Pese a ello, el mantra continúa se reprocha de la confesionalidad en la política cuando realmente es eso lo que se cultiva, ya que es lo que interesa: el sempiterno aviso del “peligro que acecha”, a riesgo incluso de dividir a la ciudadanía.

Es tal la negación, que se reduce aquí en esta tierra la lucha electoral próxima en dos modelos de ciudad (así se ha dicho y se dirá), el del partido gobernante y el de CpM. De esta manera se ignora y desprecia, además, a otros “modelos” que partidos con representación asamblearia y otros con aspiraciones de ello, pudieran aportar. Singularmente los del espectro propio y de los que se podría necesitar su apoyo para esa aritmética postelectoral. Una contradicción, la derecha tradicional, en su preocupación ante ellos y pesando en quienes pudieran cambiar el sentido de su voto, emplea un lenguaje difuso y confuso, incluso en asuntos que no tenían discusión ni fisuras por su gravedad, como lo es la violencia machista, esa en la que mueren mujeres y quedan huérfanos u otros, como la españolidad que nadie cuestiona en todos aquellos, todos, que comparten las luces y sombras de esta sociedad. Pero se les obvia.
“Dividida” está la sociedad, pero no lo está en su gente, sino por una cuestión de poder y sus consecuencias, y continúa el mensaje absolutista de la buena y la mala política, con los buenos y los malos de siempre y que, además, estos segundos suponen ser el peligro de nuestra existencia. Se ha dicho que la ciudad “no está para experimentos”, pero el presente viene a decir que “la política, como la vida, no es un problema que tiene que ser resuelto, sino una realidad que debe ser experimentada”. Y esa realidad habla de unos problemas y retos que deben ser asumidos en común si se quiere tener algo de luz en el camino al futuro, incierto por momentos.

Un nuevo poder se ha instalado en Andalucía mediante un pacto que es y no es al mismo tiempo, extraño pero legítimo. El recién investido Presidente, que no es precisamente de izquierdas, ha construido su mensaje de intenciones sobre un cimiento firme y reiterado: “La alternancia política es el antídoto contra el clientelismo y la corrupción”. Lo ha dicho él. Es de suponer que al ser escuchado o leído, habrá quienes dejaran sin sonido al receptor o pasaran de párrafo de inmediato. Es solo una opinión.

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