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Carta del Editor

Carpe diem

¿Qué son los TICS? Según Google, los recursos, herramientas y programas que se utilizan para procesar, administrar y compartir la información mediante soportes tecnológicos como computadoras, teléfonos móviles, televisores o portátiles de audio. O, según otra definición, el conjunto de tecnologías que permiten la adquisición, producción, almacenamiento, tratamiento, comunicación, registro y presentación de informaciones, en forma de voz, imágenes y datos. Es un sector en alza, de futuro, sin duda.
Juan José Imbroda, presidente de la CAM, manifiesta ahora un gran interés por ligar el angustiosamente imprescindible desarrollo económico de Melilla al del sector electrónico, al de los TICS, basándose en las ventajas fiscales que nuestra ciudad y su intención de aplicarlas pueden proporcionarles a los empresarios y a las empresas tecnológicas para instalarse aquí. Es una gran idea, sobre la cual, como sobre la estructura política de Melilla, sobrevuela una incógnita: ¿se puede hacer un cesto diferente con los mismos mimbres, se puede avanzar con una administración pública local elefantiásica y absolutamente paralizante? La respuesta es que hasta ahora ha sido, en general, imposible superar esas trabas. El futuro depende de que eso cambie.

Que es absolutamente imprescindible el desarrollo económico de Melilla lo demuestran también los datos oficiales que resumía el miércoles pasado nuestro periódico, en un artículo de Fernando Lamas que reproducía datos extraídos de la Autoridad Portuaria local y proporcionados a nosotros por la Plataforma de Empresarios, ahora sumida en reuniones con todos los partidos políticos melillenses. La caída del tráfico de mercancías es inocultablemente monumental y empezó cuando gobernaba en España el PP y, vía la Delegación del Gobierno, impulsó la llamada ‘regulación del tráfico fronterizo’ o restricciones al paso de mercancías y personas, que el PSOE, ahora en el Gobierno nacional y con la Delegación de tal Gobierno en Melilla, no ha conseguido mejorar ni un ápice, sino más bien al contrario.

Lo que resulta aún más aterrador es el dato, también suministrado por la Plataforma de Empresarios (de la frontera o afectados por ella), de que el 48,43% de la población activa melillense trabaja (o lo que sea) directamente para el sector público -más del doble de la media española, que es el 22,10%-, mientras que sólo el 24% están empleadas en las 4.102 empresas privadas dadas de alta en nuestra ciudad, la mayoría súper micro empresas o autónomos y dedicadas mayoritariamente al comercio, la hostelería y el transporte (sólo hay 85 empresas dedicadas al sector industrial). Considerando que muchos de los melillenses ocupados en la actividad privada también trabajan indirectamente para la CAM, que genera el 51,05% del valor añadido bruto melillense, la conclusión es aún más pesimista, aún acerca más nuestra economía melillense a la de Corea del Norte o a la de la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Y el resultado es el mismo, o parecido, al de esos experimentos de economías socialista-comunistas: un desastre económico y un más que preocupante ambiente social. Que es exactamente la situación en la que se halla nuestra ciudad.

Adam Smith, considerado el fundador de la ciencia económica, publicó su libro más famoso e influyente, ‘La riqueza de las naciones’, en 1776. El capítulo I del libro se abre con la siguiente afirmación: “Por más egoísta que se pueda suponer al hombre, existen en su naturaleza principios que le mueven a interesarse por la suerte de los otros y a hacer que la felicidad de éstos le resulte necesaria”. La conclusión: La simpatía hacia los demás y el propio interés coinciden en todas las personas y son dos emociones genuinas. Dicho de otra manera: mientras se siga considerando a los empresarios seres ambiciosos sin escrúpulos y a la administración pública como más eficaz, no hay solución económica posible en nuestra ciudad, utilizando el término ‘económica’ en su más amplio sentido. Como bien dijo el economista Daniel Lacalle, cuando vino aquí auspiciado por la CAM, ”el estímulo de la demanda interna es la muerte económica”, o sea, el vivir a cambio de subvenciones significa la inexorable muerte del progreso.

Casi siempre hablo del cambio y de hoy (MELILLA HOY es un ejemplo). Volviendo a ver la película ‘El club de los poetas muertos’, protagonizada por Robin Williams, recordé que fue esa película la que volvió a poner de moda la frase ‘carpe diem’, del poeta romano Horacio, frase latina que traducida literalmente significa ‘toma el día’, o aprovecha el momento, no confíes en el mañana. Por eso insisto en que el cambio, que no empezó ayer ni empezará en ese mañana eterno de la administración pública (el famoso ‘vuelva usted mañana’, de Mariano José de Larra, un joven brillante de vida corta y dramática, que añadía en su artículo: ‘es más fácil negar las cosas que enterarse de ellas’) debería empezar ‘hoy’, a base de tesón y coraje, como hizo Beethoven con la música clásica.

Como anécdota adicional comento que desde muy pequeño he sentido, sin saber casi nada de música, una gran pasión por Beethoven, el músico sordo, el individualista extremo, el gran perfeccionista, que convirtió su arte en discursos musicales para la humanidad. Beethoven luchó contra su limitación física, contra lo musicalmente establecido, y venció. Es una referencia de que todo es posible, si se intenta y no te rindes ante las dificultades y el miedo.

Posdata. Leo el voto particular del magistrado Juan Rafael Benítez Yébenes en el que discrepa de la sentencia que condena sólo a María Antonia Garbín y absuelve a los demás denunciados por presunta prevaricación. El magistrado alude a otras sentencias del Supremo en las que, como en el caso de Garbín, consideraron que “los Consejeros y el señor Presidente actuaron asesorados y guiados por los Servicios Jurídicos que consideraron en todo momento lícita y legal esa forma de contratación” y concluye que “procede la libre absolución de todos los acusados”. Evidentemente en ese ‘todos’ incluye a María Antonia Garbín. Creo que Rafael Benítez Yébenes tiene, en este caso (que se parece mucho al del llamado caso Campo de golf) toda la razón.

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Enrique Bohórquez López-Dóriga

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