La madrugada del 25 de agosto, un vecino del Tesorillo sacaba a su perro sin correa por el barrio cuando el animal se acercó a un recipiente y comió del mismo. Minutos después, el animal comenzó a tambalearse y a echar espuma por la boca, falleciendo poco después. Todos los que estuvieron en contacto con el animal o el recipiente, tanto el propietario del perro como otros dos vecinos que salieron a ayudar, resultaron envenenados -uno de ellos llegó a perder el conocimiento-. Todos señalaron al acusado, otro vecino, como autor del envenenamiento, ya que protestaba habitualmente por la presencia de animales sin correa. El Ministerio Fiscal pidió 18 meses de prisión por maltrato animal más un total de 1.800 euros de multa por 3 delitos de lesiones. El 25 de agosto de 2016, pasada la una y media de la madrugada, un vecino del Tesorillo (de la zona cercana a la Comandancia de la Guardia Civil) sacó a su perra a pasear. El joven soltó al animal, que acostumbraba a pasear sin correa, y la perra se acercó a un recipiente que había en la calle, una garrafa cortada llena de comida para perros, y comenzó a comer de su interior.
El joven la llamó para que volviera y, 5 minutos después, el animal comenzó a tambalearse y a echar espuma por la boca. El propietario, asustado, pidió auxilio a sus vecinos, que trataron de ayudar al animal sin éxito. “La perra tenía la garganta inflamada y no podía respirar”, declaró uno de los testigos.
Los tres testigos de los hechos (el dueño y dos vecinos) estuvieron en contacto tanto con el animal como con el recipiente envenenado y, a los pocos minutos, comenzaron a sentirse mal.
El dueño del perro y uno de los vecinos sufrieron lesiones leves (requirieron de asistencia médica); les costaba respirar y tenían quemazón en el tracto respiratorio. El otro vecino aparentemente fumó un cigarro tras haber manipulado el recipiente envenenado, por lo que su exposición fue mucho mayor, y sufrió mareos, vómitos, convulsiones y pérdida del conocimiento, siendo necesario su ingreso hospitalario inmediato.
El veneno resultó ser Carbofuran, uno de los plaguicidas más tóxicos del mercado -de hecho, llegó a ser prohibido por la UE-.
Los tres perjudicados declararon que tenían mala relación con el acusado por causa los animales, dado que había llamado a la Policía en varias ocasiones para protestar por sus ladridos o por el hecho de que fueran sueltos.
Todos ellos señalaron al acusado, de nacionalidad marroquí, como autor del envenenamiento, señalando como móvil la venganza por las molestias ocasionadas por los animales en el barrio.
El acusado, por su parte, negó rotundamente los hechos, si bien admitió haber manipulado el recipiente. Según su versión, aquella mañana se disponía a realizar una reparación en su coche cuando encontró, en la zona donde iba a aparcar, el citado recipiente. El acusado asegura que es habitual que los vecinos dejen comida para los animales de la calle, y se limitó a desplazar el cacharro de sitio. El acusado negó haber envenenado el recipiente.
El Ministerio Fiscal interesó para el acusado, sin antecedentes penales, la imposición de una pena de 18 meses de prisión más 3 años de prohibición de tenencia de animales por la comisión de un delito de maltrato animal, más un total de 1.800 euros de multas por la comisión de 3 delitos de lesiones (el envenenamiento de sus vecinos). Así mismo, interesó el pago de sendas indemnizaciones: 750 euros al propietario del perro (por daños morales y lesiones), 150 para el vecino herido leve y 180 euros para el vecino que se llevó la peor parte.
La defensa, por su parte, recordó que nadie vio al acusado manipular el recipiente, y que las acusaciones se basaban en meras suposiciones sin aporte de pruebas que las acreditaran.
