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El rincón de Aranda

Absurdo Castigo

Navegando por la Red, he encontrado una noticia de hace algunos años, que aunque a usted, querido lector, le parezca raro, soltar una ventosidad ante su pareja, ya sea esposa o novia, según un Juzgado de Violencia de Género es: “Una actitud de menosprecio que lesiona la dignidad de la denunciante además de menoscabar su autoestima y honor”. La nota de prensa dice que un hombre fue condenado a un mes de multa, por soltar una ventosidad durante una discusión con su pareja. Según la denuncia presentada por la mujer, en el transcurso del diálogo su marido le dio la espalda y lanzó una ruidosa ventosidad, que interpretó iba dirigida a ella; Y ni corta ni perezosa, se presentó en el juzgado para denunciar los hechos como constitutivos de un supuesto delito contra su dignidad. La demanda fue admitida a trámite y dio lugar a que el marido, por una supuesta falta de injurias, el titular de ese juzgado, consideró que los hechos constituían una actitud de menosprecio que lesionó la dignidad de la denunciante, además de menoscabar su autoestima y honor. Así que el autor de la sonora flatulencia fue condenado a un mes de multa. Y a mi que esto me viene a la memoria una anécdora atribuida (sic), como no, a Francisco de Quevedo y al Rey Felipe IV. Resulta que un día, mientras Quevedo y el Rey subían unas escaleras, al escritor se le desató un zapato; y al agacharse para atárselo, “como se le puso el culo en pompa, le dio el rey un manotazo en el culo para que siguiera”. La respuesta del poeta a esta acción fue soltar un pedo, lo que generó la inmediata protesta del monarca, que rápidamente fue acallada por la ingeniosa réplica de Quevedo: “Majestad: ¿a qué puerta llamará el rey que no le abran?”. D. Francisco, como buen cachondo, también dedicó un divertido soneto al pedo, porque al fin y al cabo, los gases que soltamos por el “ojo que no tiene niña”, no distinguen entre hombres y mujeres, ni a nobles ni a plebeyos; y haciéndo una apreciación dentro de toda lógica escribió: “Es más necesario el ojo del culo, solo, que los de la cara, por cuanto uno sin ojos en ella puede vivir, pero sin ojo del culo, ni pasar ni vivir”. Jocosamente hablando, sabrán que también desde hace muchos años circula una frase refiriéndose al famoso epitafio en una tumba: “Por aguantar un peo, aquí me veo”.

Alguien pudiera pensar que lo ocurrido en ese juzgado es un caso de educación y de buenas costumbres, aunque algo inexplicable en la intimidad de un matrimonio. También, si me lo permiten, con todos mis respetos, pudiera ser el argumento de una obra de Arniches o de los Quintero, y creo que desde ahora habría que incorporar las exhalaciones céfiras que alivian los intestinos, en el catálogo de acciones, por lo que los varones pueden ser denunciados y condenados. Así que si me lo permiten, mi consejo a los pedorros que tengan los “muelles flojos” en los alambiques de sus cuerpos, es que gradúen sus esfínteres hasta que el sonido sea de “follón aflautado”, como una melodía de estilo silábico, corta y sencilla, más bien como una antífona; pero ¡ojo!, debe ir con sumo cuidado por si el “prisionero” se escapa, destrozando su cabeza contra las puertas, y atraiga súbitamente una razonable cantidad de materia licuada, y se derrame y manche en pastosos churretes todo lo que encuentra a su paso. Que como ya saben, muy bien pudiera ocurrir.

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