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Columna Pública

VOX, Melilla y el discurso político dominante

Hace unos días una periodista con pocas luces afirmó en una cadena de televisión nacional que el problema del partido VOX era que no aceptaba el discurso dominante. Esta frase que, en principio, podría parecer algo anodina, lo cierto es que esconde tras de sí una profunda carga antidemocrática y un cierto peligro, al dar por hecho que quien no esté de acuerdo con el pensamiento dominante queda excluido del debate público sobre ciertas cuestiones. En mi opinión, el del discurso dominante no deja de ser una burda estrategia que esconde una intencionalidad clara y profundamente antidemocrática, como es excluir o condenar a un cierto ostracismo al disidente, más allá de que sus ideas u opiniones sean aceptables o no.
En este sentido, creo que habría que distinguir dos aspectos en el debate sobre el discurso dominante, el primero de ellos referente a la capacidad de influencia social del mismo y en segundo lugar a la capacidad para incidir en el voto en un proceso electoral. En cualquier caso, antes de entrar a debatir estas dos cuestiones, conviene matizar sobre lo que entendemos como discurso dominante porque me temo que, al igual que pasa con otros asuntos, cada ciudadano interpreta como quiere este tema. Así, la pregunta inicial que podríamos plantearnos es cómo distinguir el que se considera como discurso dominante de otro que no lo es, más allá de su validez o no, pues podría estar basado en presupuestos falsos. De hecho, por discurso dominante podríamos entender por un lado el aceptado mayoritariamente por la población o bien el impuesto de forma coactiva a la ciudadanía o el defendido por la mayor parte de los partidos políticos, que es el que nos interesa en este artículo. El matiz es relevante aunque conviene tener en cuenta que muchas veces esa aceptación previa proviene de una fuerte campaña de adoctrinamiento con lo cual también deberíamos entender que ha sido impuesto de forma coactiva. Pensemos por un momento en la Alemania de los años cuarenta del siglo pasado. El discurso político dominante era el nazismo aunque ello no implica de por sí que fuera un buen discurso sino más bien lo contrario, era despreciable.

El problema al que nos enfrentamos es relevante y nos lleva a introducir el concepto de legitimidad a la hora de analizar esta cuestión. ¿Qué es lo que legitima al discurso dominante? ¿Lo hace su amplia base social, es decir, su aceptación por la ciudadanía de forma mayoritaria o es su contenido el que le dota de una cierta validez moral? ¿Lo legitima el hecho de ser mantenido por las principales formaciones políticas? A su vez, estas preguntas nos llevan ineludiblemente a otras ¿Es aceptable en democracia la existencia de un discurso dominante y lo peor de todo, es aceptable que éste se intente imponer por todos los medios posibles a la ciudadanía? Y por último, ¿es necesaria la existencia de un discurso dominante para mantener la estabilidad política en un sistema democrático?
Me temo que responder a todas estas preguntas es complicado y sobrepasa los límites de un simple artículo con lo cual tal vez sea más práctico volver sobre las dos preguntas de partida, a saber, cuál es la capacidad de influencia social de los discursos dominantes y cuál es su incidencia en un proceso electoral. Sobre el primer asunto, la psicología social lleva varias décadas investigando los llamados procesos de influencia social, determinantes para entender el cambio de conducta del individuo en sociedad. Como es obvio, lo más práctico para una persona es amoldarse al discurso de la mayoría por muchos motivos, entre ellos para facilitar su inserción social y ser aceptado en el grupo. Si disientes ya sabes lo que te toca, aunque a pesar de ello son muchas las personas que no aceptan ese discurso dominante, es más, lo combaten. En el ámbito político pasa algo parecido, el partido político que disiente es atacado por el resto de formaciones, calificándolo de extraño al sistema. Sin embargo, en ocasiones, esa oposición funciona y la irrupción de un partido como VOX es la muestra evidente de que ello es así. La aparición de esta formación política no sólo ha provocado la ruptura de varios discursos dominantes en el ámbito político sino que ha forzado a un reajuste ideológico de muchas de esas formaciones, como estamos viendo en las últimas semanas.

La segunda cuestión es aún más interesante y es saber la capacidad de influencia que los discursos dominantes tienen en el ámbito electoral. Así, parece que amoldarse al discurso dominante podría favorecer la captación de voto, pero claro, eso sería así si la legitimidad en la que se asienta fuera social. Para un partido político lo práctico sería adaptarse a esas corrientes de opinión en el caso de que existan. Otra cosa distinta sucede cuando es un partido político determinado el que intenta imponer un discurso y el resto de formaciones lo acatan, por distintos motivos. En este segundo caso el riesgo de esas formaciones políticas es evidente pues acaban siendo muy dependientes del partido que controla ese discurso, acabando sometidas a las estrategias electorales del partido, en teoría dominante. El ejemplo de VOX es de nuevo elocuente, pues ha conseguido romper varios discursos aparentemente dominantes que, sin embargo, han demostrado ciertas flaquezas, lo cual indica que hay una porción del electorado que nunca lo llegó a aceptar.

Pensemos ahora en Melilla. En la ciudad se han ido asentando en las últimas décadas algunos discursos que parecen inamovibles y ello es así porque han sido aceptados por todas las formaciones políticas, dotándoles de una aparente legitimidad que no tiene correspondencia en el ámbito social. Hay dos que sobresalen por encima de los demás, por un lado la defensa del actual régimen de gestión fronteriza que tiene dos efectos esenciales, a saber, el desarrollo del comercio atípico por un lado, y la porosidad fronteriza por otra, circunstancia que ha posibilitado la masiva afluencia irregular de inmigrantes marroquíes a la ciudad y su asentamiento, también ilegal. Algunos llaman a esta situación en estos momentos ‘marroquinización’ de Melilla. Tiene fácil solución pero el discurso político dominante impide aplicarla, por el momento. Otro gran discurso dominante es el relativo a la defensa de una identidad multicultural en la ciudad, aspecto que choca frontalmente con la identidad tradicional de la sociedad melillense, sustentada en dos elementos, su españolidad y su hispanidad. No me cansaré de repetirlo, más allá de la diversidad cultural hay dos elementos que no son negociables, españolidad e hispanidad, hoy en peligro, al negar parte de la población, el hecho fundacional de la Melilla española, por cierto.

De la quiebra de estos dos discursos aparentemente dominantes podría depender el cambio político en Melilla, es más, diría que, de hecho, solo puede haber cambio político en la ciudad si se socavan este tipo de discursos que, entre otras cosas, nos impide luchar con efectividad contra la inmigración ilegal, impide el desarrollo de nuevas actividades productivas, retrasa nuestra equiparación institucional y administrativa con el resto del país, condiciona las transacciones comerciales, es causa de atracción de pobreza y subdesarrollo a la ciudad en vez de inversiones productivas, impide el desarrollo del turismo y un sin fin de cuestiones que sería prolijo desgranar en un solo artículo. VOX podría ser el partido que fracture esos discursos dominantes. Un ejemplo anecdótico. Hace unos diez años defender la libre competencia en materia de transportes era imposible en la ciudad, pues los actuales partidos estimaban que era imposible y desaconsejable, ya que en su opinión, el servicio podría empeorar. Lo cierto es que la libre competencia garantiza lo contrario, mejores servicios y precios. Hoy todo el mundo está encantado con la existencia de tres navieras y dos compañías aéreas. Y es que los discursos dominantes no tienen por qué ser los mejores.

Otrosí: Numerosos medios de comunicación han afirmado que la visita del monarca español a Marruecos pretendía escenificar las buenas relaciones entre los dos países. Exacto, escenificar, porque en realidad las relaciones son pésimas.

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