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LA COLUMNA DE JORGE HERNÁNDEZ

Un esperanzador encuentro

Una profunda reflexión y luz y claridad es lo que la Iglesia Universal espera y desea de este encuentro

A lo largo de cuatro días, del 21 al 24 de febrero, el Papa Francisco preside un relevante encuentro de los presidentes de todas las conferencias episcopales que junto a los representantes de las Iglesias orientales y de las órdenes religiosas debatirán y reflexionarán sobre la protección de los menores en la Iglesia católica.
En estos últimos tiempos los medios de comunicación, se vienen haciendo eco de un número importante de denuncias sobre abuso a menores, algunas de ellas de extrema gravedad por estar protagonizadas por altos dignatarios de la Iglesia, sacerdotes o religiosos y que han provocado reacciones de gran preocupación cuando no de escándalo entre la propia jerarquía y fieles de la Iglesia Católica.
“Hablando de esta herida algunos dentro de la Iglesia, se alzan contra ciertos agentes de la comunicación, acusándolos de ignorar la gran mayoría de los casos de abusos, que no son cometidos por ministros de la Iglesia —las estadísticas hablan de más del 95%—, y acusándolos de querer dar de forma intencional una imagen falsa, como si este mal golpeara solo a la Iglesia Católica. En cambio, me gustaría agradecer sinceramente a los trabajadores de los medios que han sido honestos y objetivos y que han tratado de desenmascarar a estos lobos y de dar voz a las víctimas. Incluso si se tratase solo de un caso de abuso ―que ya es una monstruosidad por sí mismo― la Iglesia pide que no se guarde silencio y salga a la luz de forma objetiva, porque el mayor escándalo en esta materia es encubrir la verdad.”
Estas palabras del Papa Francisco son de sincero agradecimiento al papel que en este engorroso y desagradable asunto están desempeñando los medios que están tratando este problema de una forma “honesta y objetiva”, sin duda para diferenciarlo de aquellos en los que se advierte un especial “ensañamiento” para ahondar en lo que indudablemente es una lacerante herida abierta en todo el cuerpo eclesial, aunque no menor a las que en sus más de dos mil años de larga historia se han venido produciendo por los pecados, vicios, abusos e incluso depravaciones en las que desgraciadamente incurre el ser humano sea cual sea su condición religiosa, social o política.
Es bastante evidente que hay determinados medios que ponen especial énfasis en centrar su atención en los abusos a menores en el ámbito de la Iglesia católica cuando lamentablemente se han producido y se producen también casos similares en otras organizaciones o instituciones civiles como han sido los casos de los cascos azules de la ONU que abusaron de niñas en la República Centroafricana en el 2016 o la de algunas ONG como Oxam que fueron “cazados” por una investigación de The Times en el 2011 o casos lacerantes también de agresiones sexuales en el ejército de los EEUU o incluso en el mundo del deporte o los más recientes de las estrellas del cine o de la televisión.
No se trata pues de un problema específico de la Iglesia aunque la ausencia de estudios comparativos no nos permite conocer si el nivel de gravedad es inferior, igual o superior a otros ámbitos . Lo cierto y verdad es que solo la comisión de una sola de estas condenables conductas en cualquiera de los ámbitos de la Iglesia católica y más si su autor es pastor o formador de almas debe provocar
de inmediato una reacción en cadena y transparente para prevenir, evitar, reprimir o condenar a quienes incurran en un delito tan dañino y escandaloso como es la pederastia o el abuso sexual a menores.
Tuvo gran eco la primera crisis que con gran ruido mediático ocurrió en el año 2002 en los Estados Unidos a raíz de una investigación del The Boston Globe. El Papa Juan PabloII llamó entonces a los cardenales estadounidenses a Roma y consecuencia de ello fue la renuncia del cardenal Bernard Law al gobierno de la Archidiócesis de Boston. Benedicto XVI tuvo un desafío no menor, clamoroso y muy serio ante el caso del mexicano Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo, declarado culpable después de una investigación de la Congregación para la Doctrina de la Fe, y que produjo todo un terremoto en la opinión pública que terminó con una revisión profunda de las constituciones de los legionarios de Cristo.
Estos casos tan mediáticos y graves fueron la punta lanza que contribuyeron a aflorar un grave problema presente hoy en otras instituciones comunitarias y religiosas donde se entremezclan la manipulación, el abuso de poder, la violación de la libertad de con ciencia o el abuso sexual. Con valentía y decisión el Papa Francisco, sensibilizado especialmente con el dolor de las víctimas, coge el testigo de sus antecesores y se involucra sin titubeos para hacer frente a este cáncer que corroe las entrañas de la propia Iglesia y de la sociedad en general convocando a una profunda reflexión de los principales responsables de la Iglesia occidental y oriental.
Los católicos de todo el mundo esperamos y deseamos que este transcendental encuentro pueda dar respuesta a los interrogantes que hoy se ciernen sobre tan grave problema y que de alguna forma abruma e inquieta a los fieles laicos que se sienten tan Iglesia como los Obispos y sus superiores. No cabe duda que las víctimas deben ser prioritarias y deben centrarse sobre ellas todas las medidas de recuperación moral, de perdón, de resarcimiento económico y de condena penal y canónica si procede de sus agresores pero también hay que profundizar en las repercusiones que todo ello tiene sobre las familias, las comunidades afectadas, las medidas de prevención, las escuelas…
La realidad es que desde 2002 ha habido un cambio sustancial en la actitud de la jerarquía de la Iglesia para reconocer públicamente los graves errores cometidos, pedir perdón a las víctimas, ser muy transparentes en la detección de los abusos sexuales cuando se produjeran y aplicarles los correctivos religiosos o penales si procedieran para hacer realidad la “tolerancia cero” ante conductas tan inmorales y poco ejemplares para los fieles y para la sociedad en general. Una profunda reflexión y luz y claridad es lo que la Iglesia Universal espera y desea de este encuentro que el Papa Francisco ha convocado en Roma para afrontar este espinoso tema.

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