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Carta del Editor

La civilización del espectáculo

Fui uno de los primeros suscriptores del diario El País cuando nació. Después, poco a poco, me fui alejando de su línea editorial y dejé de leerlo habitualmente. Así, dejé de leer también al que fue su director, buen director al principio, y después presidente, mal presidente siempre, Juan Luis Cebrián. Fui uno de los primeros suscriptores del diario El País cuando nació. Después, poco a poco, me fui alejando de su línea editorial y dejé de leerlo habitualmente. Así, dejé de leer también al que fue su director, buen director al principio, y después presidente, mal presidente siempre, Juan Luis Cebrián.

La excepción fue el lunes, en el avión. Me llamaron la atención, por lo para mí inesperados, los titulares de un artículo de opinión de Cebrián, “El ‘procés’ y la civilización del espectáculo”, el título de uno de los grandes libros de Mario Vargas Llosa sobre la banalización de la cultura, la política y el periodismo, sobre la idea temeraria de convertir en bien supremo nuestra natural propensión a divertirnos.

Comentando el juicio de los procesados por el tal ‘procés’, Cebrián resume en el subtítulo de su artículo: “El espectador comprueba que quienes llamaron a la revuelta (lo de rebelión, más ajustado a la realidad, no le gusta al siempre progre converso Cebrián) contra la Constitución, lejos de arrepentirse de sus actos, quieren condenar ante la opinión pública a quienes legítimamente trataron de impedirlos”. Y me sorprendió la conclusión de su artículo: “Por mucho que los acusados pongan cara de buenos ante las cámaras, todos los españoles saben que el Gobierno de la Generalitat y el Parlamento de Cataluña provocaron y alimentaron una revuelta (rebelión, en mi opinión y en la de casi todo el mundo) popular contra la Constitución, invocando un derecho que no tienen (el de autodeterminación) y desobedeciendo unas órdenes recibidas. También que fracasaron en su empeño, como antes lo hicieron Macià o Companys frente al Gobierno de la República. El resto solo son actitudes impostadas, misticismo civil y noticias falsas, como corresponde a la civilización del espectáculo”. Un espectáculo, eso es lo que está siendo el juicio contra la rebelión separatista y anticonstitucional.

También he releído un libro del ex presidente norteamericano Richard Nixon, “1999. Victoria sin guerra” y me llamó la atención lo que escribió sobre el que fuera gran primer ministro de la ciudad estado de Singapur, la persona que transformó una colonia subdesarrollada y sin recursos en uno de los países más competitivos y desarrollados del mundo y el tercer país con mayor renta per cápita:”De todos los dirigentes que he conocido en mis viajes a noventa países, durante los últimos cuarenta años, ninguno me ha impresionado más que el primer ministro de Singapur, Lee Kwan Yew”.

La constatación del éxito de Singapur me ha hecho volver sobre mi Carta del Editor del 19 de enero de este año, con el título de Carpe diem o aprovecha el momento. El momento de Melilla, como insisto una y otra vez, es el del cambio, el cambio económico, básicamente. El desarrollo en nuestra ciudad de empresas TIC, de tecnologías de la información y la comunicación, no es un imposible, como decía en mi Carta de entonces, sino una necesidad, una inmensa posibilidad, reconocida inequívocamente por el actual presidente de la CAM, Juan José Imbroda. Una necesidad para cuyo desarrollo una renovada administración pública melillense debería dedicarse de manera prioritaria y urgente, con un lema: menos trabas y más estímulos a la innovación. O, dicho de una manera más enérgica: Debemos probar algo nuevo, o sea, más innovación, más puestos de trabajo productivo y menos limosnas esclavizantes.

Esa debería ser la tarea básica de los gobernantes que salgan elegidos el próximo 26 de mayo, en el que a la hora de votar, efectivamente, los experimentos pueden ser muy peligrosos y los afanes de figurar de algunos advenedizos a la política sumamente nocivos cuando no casi locoides, pero una fecha a partir de la cual los cambios son imprescindibles, especialmente en el partido actualmente gobernante y con más posibilidades reales de volver a ser el más votado, el PP. Es necesario que miren, unos y otros, más a Singapur y menos a sus intereses personales cortoplacistas o a sus cegueras populistas étnicas o filo comunistas.

Mientras los días transcurren y las múltiples elecciones se acercan, las encuestas electorales se reproducen. La última que he leído, la de Sigma-Dos para El Mundo publicada el jueves sobre las elecciones de las que menos se habla, las elecciones para el Parlamento Europeo. En España, a diferencia del conjunto europeo, el vaticinio -que presumiblemente será fallido, como viene ocurriendo con todas las últimas encuestas y en todas partes- es que el PSOE ganaría, con 19 escaños, seguido por el PP, con 13, Podemos, 10, Ciudadanos, 9, Vox, 5, y ERC-BILDU, 3. En el conjunto del Parlamento europeo el ganador sería el PP europeo, con 174 escaños. Curiosa diferencia y preocupante conclusión la de que los españoles podamos preferir a un gobierno frankestein de socialcomunistas-separatistas-terroristas sobre cualquier otra opción. La esperanza: que lo único cierto es la incertidumbre.

Posdata. Me mandan un estudio de un científico italiano sobre la estupidez humana. Lo leo y veo reflejado a un pésimo político treinta años fracasado en el PP, oscuro en su abruptamente terminada etapa de presidente del Colegio Médico, simplón y falso, un espectáculo político lamentable: Jesús Delgado. Pobre Vox Melilla.

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Enrique Bohórquez López-Dóriga

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