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Ser o no ser del 8M

Tras la resaca del 8M, en la que ha resaltado la gran presencia de gente joven, quisiera aclarar un par de aspectos a título personal, como Cristina Hernández González, a pesar de no haber asistido a las concentraciones y manifestaciones del pasado viernes (los motivos podrán deducirse perfectamente aquí). Una aclaración y también, por qué no, un modesto tirón de orejas a toda la esfera política, sin excepción. Como mujer, como docente, como feminista, como investigadora, me consterna y me preocupa que todos los partidos, reitero todos, configuren sus políticas igualitarias principalmente en la maternidad y en la conciliación de las mujeres como madres. Me parece urgente y necesario que se cambie esta perspectiva. Porque no todas las mujeres somos madres, ni todas las mujeres quieren ser madres ni todas las mujeres podemos serlo. Me pregunto dónde están mis derechos, dónde estamos esas mujeres que reclamamos también una conciliación intelectual, formativa, creativa y social con la faceta laboral. Porque, a mi entender, cuando las medidas y propuestas de todos los partidos políticos, sin excepción, empiecen a ver a las mujeres como sujetos culturales y no como sujetos reproductivos y cuando empiecen a hablar de conciliación personal y no exclusivamente familiar, entonces, creo que podremos hablar de una igualdad efectiva, justa y, sobre todo, verdadera.
En cuanto a la aclaración, va a ser muy breve y muy sencilla. Los feminismos, en plural, -y no en singular-, por supuesto que son más que manifestarse y hacer huelgas. También son mucho más que desear y exigir vernos reflejadas en la lengua de manera lógica y responsable. Hacer feminismo es también investigar, recuperar del olvido y del silencio a numerosas mujeres destacadas por su contribución a la cultura y la sociedad, reconstruir genealogías e historias que han sobrevivido en las periferias. Hacer feminismo es intervenir en las esferas sociales de una manera taxativa pero respetuosa, con rigor y dedicación. Hacer feminismo es también una actitud vital, un afrontar el día a día en los puestos de trabajos, en las casas, en los templos, en las comunidades, incluso en los breves momentos de descanso, con un té o un café en la mano. Pero los orígenes de los feminismos, como los orígenes del 8M -y esto no lo digo yo, sino la misma historia de esta efeméride- están en las reclamaciones, manifestaciones y huelgas que encabezaron cientos y miles de mujeres, en las calles, en las fábricas, en los libros y en las imágenes. Y si no, que le pregunten a Cristine de Pisan, a Olympe de Gouges, a Mary Wollstonecraft, a Concepción Arenal, a las sufragistas norteamericanas y a las británicas, a las 20 mil mujeres que se sublevaron por trabajar en miserablemente condiciones en 1909, a las obreras rusas que pasaban hambruna en la la Rusia de 1917; que le pregunten incluso a Eleanor Roosevelt y a la mismísima ONU. La historia del 8M es la historia de las huelgas, manifestaciones y reivindicaciones de nuestros derechos por parte de las mujeres del pasado para que las mujeres del presente se los garanticemos y ampliemos a las mujeres del futuro. Se podrá participar o no en ellas, pero desde luego no se puede negar que el 8M nació ahí. Por otra parte, hay una cuestión que me preocupa enormemente. Decir feminismo en singular es reducir a una sola estrella todo un cosmos con toda su inmensidad, además de demostrar una tremenda ignorancia. Tenemos olas, corrientes, tipos de feminismos: premoderno, ilustrado, liberal (el de 1960, con Betty Friedan, no nos confundamos), radical, de la diferencia, de la igualdad, indígena, ecofeminismo, afroamericano… Los feminismos tampoco buscan que las mujeres tengan más poder sobre los hombres. Eso no es feminismo, será otra cosa. Una criatura deforme y grotesca que en nada se parece a, como decía Amelia Valcárcel, ese precioso hijo, perfecto y aún así denigrado, de la Ilustración europea que fue precisamente el feminismo. Porque los feminismos, entendidos como movimiento por la igualdad entre todas las personas, es ese hijo que hemos creado y seguimos creando todas, pero todas las mujeres y, también, no lo olvidemos, muchos buenos hombres.

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