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La columna de Jorge Hernández

Candidatos y Democracia

“Los partidos políticos expresan el pluralismo político, concurren a la formación y manifestación de la voluntad popular y son instrumento fundamental para la participación política. Su creación y el ejercicio de su actividad son libres dentro del respeto a la Constitución y a la ley. Su estructura interna y funcionamiento deberán ser democráticos.”
El Art.6 de la Constitución explicita así el papel que tienen que desempeñar los partidos políticos en la vida política española y cuál debe ser también el carácter democrático de sus estructuras y funcionamiento de cara a la participación de sus militantes en los debates y decisiones que conciernen al proyecto político y a las personas que lo defienden y representan en las diversas instituciones del Estado.

Pasados ya más de cuarenta de años de la ratificación de la Constitución, uno de los aspectos que ha venido sufriendo un deterioro progresivo ha sido precisamente el desarrollo de este artículo en cuanto al funcionamiento interno de los partidos políticos, el férreo control desde las cúpulas de su organización central y la pobreza del debate político en sus órganos de gobierno, especialmente en todo lo referente a los criterios y preferencias en la elección de sus candidatos a las diferentes elecciones a las que concurren.

En este aspecto nada han aportado los partidos que al socaire de la crisis y la perniciosa corrupción, aparecieron abanderando una “nueva forma” de hacer política frente a los que llamaban la casta que venían alternándose el gobierno durante la transición como lo fueron el PSOE y el PP. Al cabo de sus escasos años de vida, Podemos y Ciudadanos, lejos de esa novedosa aportación a la regeneración política, han impuesto el cesarismo en la elección de sus candidatos, haciendo sus líderes gala de un férreo control de sus formaciones. VOX no parece aportar tampoco nada original en este aspecto.

Ante el escenario inmediato de las múltiples elecciones que se avecinan a muy corto plazo, el mercado de fichajes se ha abierto frenéticamente y todos los partidos se han empeñado en una carrera endiablada para presentar a la sociedad española sus “estrellas” procedentes de sectores tan alejados teóricamente del día a día de los partidos como son el de la justicia, el ejército o el periodismo por poner algunos ejemplos, naturalmente adornados por su patena de “independientes” para no mancharse en el futuro con su vinculación comprometida al partido que dicen defender y representar. De todos ellos tengo que resaltar que la aparición de cuatro generales en el escenario político español resulta cuanto menos chocante.

Esta forma de actuar no es más que una demostración de la desconfianza y desconocimiento de sus líderes hacia las bases militantes de sus partidos con el consiguiente desprecio hacia los órganos colegiados que tienen conferida la misión de designar los candidatos y que en teoría deberían debatir y discutir la idoneidad de las personas elegibles. Al final lo que está funcionando sin pudor alguno es el “dedazo” en detrimento de la democracia interna, por cierto muy deteriorada ya en los últimos tiempos.

Al margen de estas imposiciones generalizadas en todos los partidos, producto de batallas congresuales o personales internas, lo que vienen a confirmar es la debilidad de las estructuras de las formaciones políticas, además de la seria y preocupante distorsión del funcionamiento de los partidos, en detrimento del sistema democrático que garantiza la Constitución. No encontrar en el seno de los partidos personas capaces, formadas y atraídas vocacionalmente para el oficio de la política pone en entredicho la sostenibilidad del sistema.

Con este estilo autoritario de dirigismo político tan diferente de los primeros años de nuestra democracia donde los debates internos de los partidos eran de un nivel e intensidad acorde con la personalidad y altura de los liderazgos que los protagonizaban, la estabilidad que garantiza nuestro sistema democrático no parece muy garantizada. “El político debe ser capaz de predecir lo que va a pasar mañana, el mes próximo y el año que viene; y de explicar por qué fue que ocurrió lo que el predijo” Esta célebre fase de Winston Churchill me obligaría a explicar lo que no es mi deseo que ocurra en un futuro más o menos próximo.

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