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La columna de Jorge Hernández

Segundo round

El escenario fue totalmente diferente. Las imágenes del precombate mostraban un plató más ordenado y no se apreció el lamentable espectáculo del personal de limpieza abrillantando la lona ni se oyeron los gritos de los regidores o el ir y venir de quienes daban los últimos retoques de los preparativos previos al debate.
En la primera pregunta de los periodistas Ana Pastor y Vicente Vallés, árbitros muy activos del debate, ya se vislumbraban los cambios que se iban a producir en las actitudes de los candidatos después del primer enfrentamiento que protagonizaron veinticuatro horas antes en la televisión pública. Los más llamativos fueron los de Pablo Casado y Pablo Iglesias. En los primeros minutos se advirtió a un Pablo Casado más confiado en sí mismo, más dispuesto a enfrentarse en un cuerpo a cuerpo con Sánchez y más aleccionado para persuadir al electorado tradicional del PP que se ha podido refugiar en las siglas de otros partidos.

Pablo Iglesias abandonó el aspecto desaliñado del día anterior y escondió el catecismo constitucionalista para adoptar un aire místico de bondadosos gestos de apaciguador e incluso en algunos momentos llegando a reñir a quienes gesticulaban ostensiblemente para manifestar sus discrepancias dialécticas, como lo hicieron Sánchez y Rivera. Se atrevió, sin pudor alguno, a pontificar sobre las medidas que adoptaría para enfrentarse al grave problema de la vivienda para nuestros jóvenes, sin que ninguno de los contendientes le recordara lo poco instructivo que ha sido, especialmente para su parroquia, el ya famoso “casoplón” que conjuntamente con Irene Montero, adquirieron en uno de las zonas residenciales más acomodadas de Madrid, custodiada además por la Guardia Civil sin explicación pública alguna.

Fue muy llamativa la disparatada agresividad de Rivera que sudoroso y a veces muy crispado, además de atacar a su por ahora oponente, el candidato Pedro Sánchez, daba mandobles desordenados a quien al mismo tiempo ofrecía una y otra vez la posibilidad de coaligarse en un futuro gobierno nacional. Todo ello con gran satisfacción de Sánchez que así recibía un oxígeno inesperado.

Albert Rivera erró estrepitosamente en su estrategia y desperdició la victoria que a los puntos pudo celebrar en el debate anterior. Confirmó con su anómala actuación que el liderazgo del centro derecha corresponde al partido popular que no busca “arrebatar” torpemente votos sino persuadir con argumentos de que la división del espacio electoral que habitualmente ha detentado el partido de Casado, solo beneficia a la izquierda tramontana del candidato Sánchez y a sus socios radicales batasuneros e independistas.

Pero sin duda, el gran perdedor desde mi óptica personal fue el hiperbólico Sánchez, que con un gesto tenso y mal encarado se encontró en muchas ocasiones acorralado por sus tres contrincantes que una y otra vez le asaeteaban con las contradicciones y falsedades en las que incurrió en el breve período de su mandato gubernamental, y que le obligaban en ocasiones a buscar un abrazo cómplice con Pablo Iglesias para parar los golpes, aunque sin éxito alguno.

Sin embargo, a pesar de que el grupo Atresmedia le sirvió en bandeja un largo tiempo dedicado a sus temas preferidos como son el aborto, la eutanasia, la violencia de género o la corrupción, el debate de estas cuestiones que tanto le gustan también a la incisiva Ana Pastor, no le salvó de su deprimente actuación ya que se enrocó en sus cansinos, pobres e impúdicos argumentos para desacreditar al partido popular con constantes alusiones a la ultraderecha pero que en nada le sirvieron para salvarse de las arenas movedizas en las que minuto a minuto se iba hundiendo.

El problema territorial de Cataluña y sus indecentes acuerdos y claudicaciones a los independentistas y radicales de izquierda para mantenerse en el poder así como las promesas de indulto a los hoy procesados y juzgados por la imputación de graves delitos de rebelión, sedición o malversación, que no fue capaz de desmentir a requerimiento de Casado, le inhabilitan para tener la confianza de la mayoría de los españoles llamados a votar en las urnas el día 28.

La conclusión final es que en este último y definitivo segundo round el vencedor a los puntos fue sin duda Pablo Casado, el candidato más joven y con menos experiencia en estas contiendas electorales, pero que lidera un partido que con sus errores y aciertos, ha demostrado sobradamente durante este ya largo período democrático, su capacidad para superar las perniciosas crisis y dificultades económicas y de desempleo que siempre han acompañado a los gobiernos socialistas.

En cualquier caso sería absurdo acogerse a este debate para medir las opciones que cada partido tiene ante el reto del próximo domingo en cuanto que la ausencia en el mismo de otras formaciones políticas, no excluye que sean también determinantes para configurar y sumar los escaños y equilibrios necesarios entre los partidos que aspiren a formar un Gobierno estable. Reflexionar y agrupar los votos al Congreso y al Senado en un partido como el que representa Pablo Casado, es la mejor garantía de que España volverá a disfrutar de la confianza y estabilidad que en estos aciagos meses ha puesto en riesgo y en serio peligro el gobierno de Pedro Sánchez.

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