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Carta del Editor

Pactar por necesidad

¿Pagamos ya mucho en impuestos, o no? En España una persona de tipo medio paga un 30% del Impuesto sobre la renta de las personas físicas (IRPF) y también costea el 21% del IVA de todo lo que gasto, lo que, sumado al resto de los impuestos directos e indirectos que paga, representa lo que se conoce como presión fiscal, que en ese caso prototípico significaría que un español medio soporta una presión fiscal real de cerca del 80% de sus ingresos, con el agravante de que las prestaciones sociales que a cambio recibe son insuficientes (Fernando Trías de Bes, en su “El libro prohibido de la economía”).

La respuesta a la pregunta inicial no puede ser otra que la de que pagamos ya demasiados impuestos y, además, estamos amenazados por el gobierno posiblemente entrante de que nos van a ordeñar, como a vacas lecheras, todavía más. Y eso de que, como dice el social-comunista Sánchez, la subida de impuestos la pagarán “los ricos y las grandes fortunas”, es tan falso como creer que 90.000 personas y 35 empresas van a aportar 26.000 millones de euros anuales adicionales -dedicados a subvencionar el gasto clientelar y el exceso de burocracia- a las arcas del Estado. ¿Pagamos ya mucho en impuestos, o no? En España una persona de tipo medio paga un 30% del Impuesto sobre la renta de las personas físicas (IRPF) y también costea el 21% del IVA de todo lo que gasto, lo que, sumado al resto de los impuestos directos e indirectos que paga, representa lo que se conoce como presión fiscal, que en ese caso prototípico significaría que un español medio soporta una presión fiscal real de cerca del 80% de sus ingresos, con el agravante de que las prestaciones sociales que a cambio recibe son insuficientes (Fernando Trías de Bes, en su “El libro prohibido de la economía”).

La respuesta a la pregunta inicial no puede ser otra que la de que pagamos ya demasiados impuestos y, además, estamos amenazados por el gobierno posiblemente entrante de que nos van a ordeñar, como a vacas lecheras, todavía más. Y eso de que, como dice el social-comunista Sánchez, la subida de impuestos la pagarán “los ricos y las grandes fortunas”, es tan falso como creer que 90.000 personas y 35 empresas van a aportar 26.000 millones de euros anuales adicionales -dedicados a subvencionar el gasto clientelar y el exceso de burocracia- a las arcas del Estado.

Los impuestos son una exacción, un cobro injusto realizado sin violencia (legal) contra la propiedad legítimamente adquirida por una persona. Los impuestos son contrarios a un orden político en el que prime la libertad, aunque pueda haber dos excepciones: los dirigidos a financiar los bienes públicos (precios Lindahl), como la protección del orden público (y no en todos los casos) y los dirigidos a sufragar la compensación de las víctimas (impuestos pigouvianos), como los daños causados por la contaminación, por ejemplo. Los impuestos son un ataque contra la libertad, un atraco que nos imponen, una maldición evitable que nos hemos acostumbrado a considerar inevitable. Los impuestos restringen nuestras libertades y nos empobrecen a todos.
¿A quién no votar el 26 de mayo, ya tan próximo? A los que pretendan martirizarnos, a todos, con más impuestos, a los que pretenden aumentar el gasto público. Ya sé que se vota más con el sentimiento que con la razón, pero lo irrazonable nos empobrecerá a todos y muchas de las decisiones sobre los malditos impuestos se toman en el ámbito local/autonómico y las subidas o no de los ya abusivos impuestos las aplicarán aquellos políticos que consigan gobernar en nuestras ciudades y autonomías después de las elecciones. Por eso estas elecciones son tan importantes para todos.

La derecha no ganará mientras no se una, decía en mi Carta de la semana pasada y ahora lo repito. El batacazo de la derecha dividida en las elecciones generales recientes ha sido monumental y la situación de España es más que preocupante. Melilla, por cierto, ha sido, aunque por los pelos, la excepción a la debacle nacional del PP, pero el panorama electoral del 26/M es, también, más que preocupante en nuestra ciudad, envuelta en una lamentable batalla política étnico-religiosa en la que el PP local, sin demasiadas novedades en su lista y con el freno de los votos que irán a Cs y a Vox -con el número uno electoral de ese partido para el peligroso e ignorante político que es Jesús Delgado, además en difícil situación judicial por lo que hizo y cómo gastó en el Colegio de Médicos durante sus años de presidencia- se enfrenta a CpM y sus “hermanos”, con el previsible apoyo post electoral, si suman los escaños, del PSOE.

No creo que el resultado electoral del 28/A en Melilla se repita el 26/M. Es de esperar, por ejemplo y por lo que se oye y se palpa, que Vox/Delgado, la candidatura local de ese partido, se quedará muy lejos de los más de 5.000 votos que obtuvo la candidatura Vox/Abascal, y que buena parte de esos votos perdidos, procedentes de los indignados con el PP nacional y local, volverán a donde salieron, pensando -y sintiendo- que lo malo siempre es preferible a lo peor. Pero, aun así, la posibilidad de que el PP pueda obtener 13 escaños en Melilla, o sea, la mayoría absoluta que le permitiera gobernar sin necesidad de pactos, parece un imposible. El gobierno largo produce inevitables desgastes personales profundos y genera indignados, más o menos utópicos.

La campaña electoral en Melilla está siendo de una ferocidad inusitada. Los juzgados, ya habitualmente lentos, están más que desbordados por las innumerables denuncias cruzadas. Lo que se juega nuestra ciudad es mucho, pero lo que se juegan personalmente muchos de los que se presentan en las listas es, para ellos, todavía más. Aquí los odios cainitas se notan mucho y si esas ambiciones políticas personales se mezclan con la religión el resultado, como en Melilla ocurre, es explosivo. Pero todo tiene solución y después del 26 vendrán más días y más contactos políticos. Quizás los enemigos a muerte de hoy sean los compañeros de gobierno del mañana, como ha ocurrido a menudo. Queda sólo una semana para empezar, salvo sorpresa más que imprevista, a pactar por necesidad. Queda poco para ver si el hastío de unas elecciones tan sucias y la sensación generalizada de peligro inminente, generan el inicio de ese cambio radical que Melilla precisa, como vengo diciendo desde hace años.

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Enrique Bohórquez López-Dóriga

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