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Carta del Editor

Votemos como seres libres y con identidad

Lo que se dilucida a efectos prácticos -los que verdaderamente interesan- hoy en las urnas no es si va a triunfar una u otra religión, una u otra etnia, uno u otro nacionalista provinciano, uno u otro político. Lo que está en juego hoy en España es la elección entre la libertad o la opresión, que es la falta de libertad o, dicho de otra manera, la batalla electoral es entre el predominio absolutista de lo público con la consiguiente dictadura de unos pocos gobernantes -los que dominan lo público- y la libertad individual, que es -como los hechos demuestran- el único camino para el desarrollo y el progreso de las personas y los pueblos. Lo que se dilucida a efectos prácticos -los que verdaderamente interesan- hoy en las urnas no es si va a triunfar una u otra religión, una u otra etnia, uno u otro nacionalista provinciano, uno u otro político. Lo que está en juego hoy en España es la elección entre la libertad o la opresión, que es la falta de libertad o, dicho de otra manera, la batalla electoral es entre el predominio absolutista de lo público con la consiguiente dictadura de unos pocos gobernantes -los que dominan lo público- y la libertad individual, que es -como los hechos demuestran- el único camino para el desarrollo y el progreso de las personas y los pueblos.

Adam Smith, a finales del siglo XVIII, ya lo definió muy bien en su libro “La teoría de los sentimientos morales”: por más egoísta que se pueda suponer al hombre, existen en su naturaleza principios que lo mueven a interesarse por la suerte de otros, y a hacer que la felicidad de éstos le resulte necesaria. Con un corolario: la persecución del interés propio es moralmente legítimo y económicamente beneficioso para la sociedad. ¿Se imaginan dónde quedaría el respeto por el interés propio, la libertad, en un Gobierno donde el Ministerio del Trabajo estuviera en manos de un comunista bolivariano como Pablo Iglesia, una especie de pirómano al que se nombra jefe de bomberos?
Hoy es el día de la democracia, el de ejercer el derecho al voto. En las democracias modernas se ha producido, como dice Francis Fukuyama, “el desplazamiento de la megalotimia por la isotimia”. La megalotimia es el deseo de ser reconocido como superior. La isotimia es la exigencia de ser respetado en igualdad de condiciones que los demás. De ser eso así, los partidos que hayan apoyado sus mensajes -y hayan conseguido hacerlos creíbles, tarea nada fácil- en el apoyo público a la identidad, el yo interno de los individuos o de los grupos, serán los que obtengan mejores resultados, por encima de los partidos que hayan basado su campaña en la maldad de sus contrincantes.

En unas elecciones locales, como es el caso de hoy, es especialmente importante que los individuos, los ciudadanos, sientan el respeto de los políticos hacia sus identidades. Todos recelamos, basándonos en nuestras personales experiencias, que las promesas electorales se queden en simples promesas jamás satisfechas. Todos anhelamos ser reconocidos, que se aplique una verdadera política de identidad.

Teorías aparte, desatendidas en su mayoría en el caso melillense, que es una especie de pelea desaforada de egos, todos estamos de acuerdo en que España está en un momento muy difícil y Melilla también. En España, un retroceso a políticas económicas de tipo comunista, sumado al desafío -cada vez más burdo- de los nacionalistas independentistas, nos puede llevar a una catástrofe monumental, que las elecciones locales podrían parar y evitar, al menos en parte. En Melilla se ha llegado a una situación de enfrentamiento étnico-religioso que, dadas las especiales características de la población melillense, puede terminar en drama.

Del resultado electoral en nuestra ciudad y de lo que ocurra a continuación (pactos o no) dependerá mucho que Melilla se salve o se hunda definitivamente. Discutir sobre las previsiones de resultados de las elecciones de hoy en Melilla es un tema interesante, que casi todos los melillenses hacen, sobre lo que constantemente te preguntan y a lo que muchos se dedican, pero no deja de ser teoría y entretenimiento, aunque lo de apostar pueda ser divertido y, si aciertas, hasta muy satisfactorio.

Nosotros creemos fundadamente que lo que electoralmente pronosticamos y publicamos el pasado viernes -que no es una porra entre amigos, ya que recoge el pronóstico de varios grupos- es lo que va a ocurrir el domingo, con la incógnita del resultado del voto por correo, pero eso no quiere decir que todos quisiéramos que eso sea exactamente lo que ocurra. A mí, por ejemplo, me gustaría -por el bien de Melilla, ya sobrada de malos líderes partidistas y como diría cualquier político- que un determinado partido con un cabeza de lista especialmente malo obtuviera cero escaños, en vez de dos.

Pero nosotros creemos que cuantos más datos se proporcione a los lectores, más se respeta su identidad, su yo interno, y consideramos que como periódico y por ser el periódico que somos, tenemos la obligación moral de proporcionar los mayores y mejores datos a los melillenses, previsión electoral incluida, moleste a quien moleste. Ellos, los lectores, sabrán cómo interpretar esos datos y votarán hoy lo que crean mejor, o lo menos malo, que, a efectos prácticos electorales, viene a ser lo mismo.

Lo que sí me parece muy importante es que hoy se vote, que ejerzamos nuestro democrático y fundamental derecho, que hagamos valer nuestra identidad, nuestro yo interno. Sabemos, sentimos que Melilla está en peligro. Tenemos que actuar para salir de esta situación, es necesario que, parafraseando a Kennedy, pensemos más en lo que puedo hacer yo por Melilla que en lo que Melilla pueda hacer por mí. Votemos con la esperanza de que no todo está escrito y controlado, que somos seres libres y que el respeto a nuestra libertad y nuestra identidad terminará por imponerse.

Y permítanme una autorreferencia: la ya larga historia de MELILLA HOY es un ejemplo melillense de que sí se puede y de que ni las amenazas ni los boicots han logrado eliminarnos, porque nuestro yo interno, nuestra identidad y libertad, han ganado la batalla que casi todos pronosticaban perdida.

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Enrique Bohórquez López-Dóriga

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