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Carta del Editor

Continúan la incertidumbre y los rumores

Juan Ramón Rallo es, muy probablemente, el economista más brillante y profundo que existe hoy en España. “El problema laboral de España no son los sueldos”, titulaba en uno de sus “Análisis” el domingo pasado en el diario La Razón. Comentaba que en España se habla mucho de mileuristas, pero demuestra, con datos -como siempre- que el coste que un empresario está asumiendo al contratar a un trabajador es muy superior a lo que este percibe porque, en el caso de que la Seguridad Social no metiera el cazo en los sueldos de los españoles, recibirían un 30% más de lo que reciben y, por ejemplo, el sueldo más frecuente en España pasaría de 17.482 euros anuales a 22.709 euros, casi 1.900 euros mensuales, ya casi bimileuristas. “No se trata, pues, de que los costes salariales sean muy bajos en España, sino de que el sector público se apropia de un elevado porcentaje de los mismos”, concluye -y acierta- Rallo. Juan Ramón Rallo es, muy probablemente, el economista más brillante y profundo que existe hoy en España. “El problema laboral de España no son los sueldos”, titulaba en uno de sus “Análisis” el domingo pasado en el diario La Razón. Comentaba que en España se habla mucho de mileuristas, pero demuestra, con datos -como siempre- que el coste que un empresario está asumiendo al contratar a un trabajador es muy superior a lo que este percibe porque, en el caso de que la Seguridad Social no metiera el cazo en los sueldos de los españoles, recibirían un 30% más de lo que reciben y, por ejemplo, el sueldo más frecuente en España pasaría de 17.482 euros anuales a 22.709 euros, casi 1.900 euros mensuales, ya casi bimileuristas. “No se trata, pues, de que los costes salariales sean muy bajos en España, sino de que el sector público se apropia de un elevado porcentaje de los mismos”, concluye -y acierta- Rallo.

Paso por la Avenida, la arteria principal de nuestra ciudad, y me asalta, con todo cariño y con indisimulada urgencia, un comerciante. Detrás, su tienda, con un empleado y cero clientes. Sus escasos y progresivamente menguantes ingresos dependen de que alguien le compre alguno de sus productos y lo pueda pasar por la aduana, para revenderlo, o no, en Marruecos. Pero la Policía española no permite el paso de alguien con una maleta, llena o vacía. Otra tienda abocada a la muerte, otro comerciante abocado, junto a sus empleados, al paro. Uno más. Otra familia que, no dependiendo de la administración pública, no ve futuro en Melilla. Otro drama. Evitable, pero no evitado.

Melilla padece un problema económico brutal, derivado de un peso público incompatible con cualquier tipo de desarrollo moderno y de un largo desprecio a los empresarios y comerciantes, impropio de un país moderno y democrático. La Asamblea de Melilla eligió el 26 de mayo un nuevo presidente, con su propio voto y los de 12 diputados más, unidos por un confesado propósito: echar a Juan José Imbroda, al que consideraban obstáculo insalvable para conseguir el cambio que Melilla necesita. El propósito lo convirtieron en hecho, pero, como yo he insistido en varias de mis Cartas, después del día 26 vino el 27, y así sucesivamente, y el presunto obstáculo, ya salvado, era solo un medio para lograr un fin, el cambio, que debería ser apoyado (no protagonizado, y menos aún realizado con lo que ha sido y sigue siendo lo peor de lo peor) con políticas distintas llevadas a cabo por un Gobierno. Cuando empiezo a escribir esta Carta, viernes 28 de junio, transcurrido ya un mes desde las elecciones y dos semanas de la elección del nuevo presidente, seguimos sin Gobierno, como era de imaginar que podía ocurrir cuando se suman intereses e ideas tan diferentes como las de los tres partidos que ahora pretenden elegir un Gobierno local y que ya han satisfecho y perdido el que fuera su nexo de unión, echar a Imbroda.

Esto me hace recordar a Dante y la inscripción en la puerta de los infiernos: “Abandonad toda esperanza los que aquí entréis”. Lo leí en el pórtico de la casa de Gabrielle D’Annuncio. Es duro, sí, además de muy caro para los contribuyentes, el ejercicio del poder democrático y el de la oposición, pero empiezo a sospechar que algunos, en Melilla, más que preocupados por la situación de nuestra ciudad lo están por sus propios intereses crematísticos. Han caído en el infierno político y no saben cómo salir, ni pueden.

Ya el viernes por la noche Eduardo de Castro lanzó, como el que lanza una limosna, lo que llama “la estructura” de su Gobierno, compuesta de siete consejerías y nueve viceconsejerías, todavía -hasta la próxima semana- sin nombres. Su “estructura” es más liviana, y menos costosa, que la de su antecesor, algo positivo, porque la mejor política -y la que menos grava a los contribuyentes- es la que menos interviene, la que menos gasta, la que más confía en la libertad y el buen juicio de las personas. Una “estructura” sin nombres es como un poema sin amor, pero, en fin, gracias por el detalle de hacérnosla saber a los ciudadanos, que seguimos esperando conocer a las personas que han de gobernarnos, esperando el fin de tan larga incertidumbre y tanta rumorología. ¿Por cuánto tiempo? Los aciertos o los errores del nuevo Gobierno lo determinarán.

Posdata. ”Quien traiciona a otros nunca será de fiar”, declaraba Jesús Delgado hace pocos días. Ocurre a menudo que habla, amenaza y presume el que más tiene que callar.

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Enrique Bohórquez López-Dóriga

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