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Carta del Editor

El odio como erróneo programa de Gobierno

Caín odiaba a Abel

¿Se puede gobernar desde el odio y con el odio, como ocurre hoy en Melilla? La respuesta es que sí, que se puede, como la experiencia histórica nos demuestra, pero que no, no se debe, porque los estropicios de ese gobierno construido con el odio como pivote central son enormes y su daño duradero. El odio genera más odio. El odio es el asidero en el que se apoya el que no tiene ideas, porque pensar bien y tener ideas constructivas es mucho más difícil que odiar y tener solo ideas destructivas.

En la más famosa de las novelas de Orwell, “1984” -MELILLA HOY nació en 1985- la trama se desarrolla en un país imaginario, de nombre Oceanía, en el que impera lo que Orwell llama el “ingsoc”, acrónimo de “socialismo inglés” en la “neolengua”, cuyo eslogan es una triple afirmación: “La guerra es la paz; la libertad es la esclavitud; la ignorancia es la fuerza”. ¿Se puede gobernar desde el odio y con el odio, como ocurre hoy en Melilla? La respuesta es que sí, que se puede, como la experiencia histórica nos demuestra, pero que no, no se debe, porque los estropicios de ese gobierno construido con el odio como pivote central son enormes y su daño duradero. El odio genera más odio. El odio es el asidero en el que se apoya el que no tiene ideas, porque pensar bien y tener ideas constructivas es mucho más difícil que odiar y tener solo ideas destructivas.

En la más famosa de las novelas de Orwell, “1984” -MELILLA HOY nació en 1985- la trama se desarrolla en un país imaginario, de nombre Oceanía, en el que impera lo que Orwell llama el “ingsoc”, acrónimo de “socialismo inglés” en la “neolengua”, cuyo eslogan es una triple afirmación: “La guerra es la paz; la libertad es la esclavitud; la ignorancia es la fuerza”. No es extraño que, con esos principios, los cuatro ministerios de “Oceanía” fueran el Ministerio de la Paz, que se ocupaba de la guerra; el de la Verdad, de las mentiras; el de la Abundancia, del hambre y el del Amor, del odio. Este Ministerio era, para el Partido del Gran Hermano, el más importante, el elemento aglutinador de la tiranía, del totalitarismo, del inevitable desastre final, en suma. Como el del consejero de Eduardo de Castro, el eterno odiador Julio Liarte, el gafe al que le han encargado el programa económico de la Melilla futura, que es algo así como encargarle al pirómano que apague el fuego.

Reproduje hace dos años -tras el nacimiento de la Sociedad Para el Desarrollo de Melilla, a la que, por desgracia, poco le han permitido desarrollar- en una de mis Cartas una reflexión de la escritora Ayn Rand: “Cuando adviertas que para producir necesitas obtener autorización de quienes no producen nada, cuando compruebes que el dinero fluye hacia quienes no trafican con bienes sino con favores, cuando descubras que la corrupción es recompensada y la honradez se convierte en un auto-sacrificio, entonces podrás afirmar, sin equivocarte, que la sociedad está condenada”.

El espectáculo político que se está produciendo, y estamos sufriendo, en la España (y en Melilla muy especialmente) actual da la razón a lo que dicen que dijo el canciller Otto von Bismarck: “Estoy firmemente convencido de que España es el país más fuerte del mundo. Lleva siglos queriendo destruirse a sí misma y todavía no lo ha conseguido”. Verdadera o no la autoría de la frase, el hecho es que describe muy bien la realidad de lo que, una vez más, está ocurriendo en nuestro país (y en nuestra ciudad) y el asombroso hecho de que España (y Melilla) siga existiendo y siendo un gran país (y una gran ciudad).

El desenterramiento de nuestra Guerra Civil, o sea, el uso del odio como elemento de atracción partidista, es un ejemplo más, entre otros muchos, del intento de destruirnos a nosotros mismos, una apelación miserable al odio para intentar conseguir votos, a costa de la fractura de España (y de Melilla). La colectivización de la vida española (y melillense) cuando los que no producen nada toman el poder y cuando domina el tráfico de favores y de rencores en lugar del de bienes, se puede ver como un signo más de que España (y Melilla) está condenada y destruyéndose a sí misma. La esperanza es que Bismarck, autor o no de la famosa frase, siga teniendo razón y, como consecuencia, que los que una vez más están intentando destruirla, destruirnos, no lo consigan.

Si España está en una situación difícil, la de Melilla es espantosa. Pasan los días y aumenta el sentimiento de que nuestra situación política actual no tiene ni presente ni futuro, la idea de que vamos al desastre, del que no nos va a salvar ni la llegada de los borregos marroquíes (que no llegarán) prometida y comprometida por el PSOE, uno de los socios de este Gobierno imposible formado por el mismo PSOE, el presidente De Castro -el suicida protector del gafe y pirómano Liarte- y una CpM ya harta de la situación, a la que no ve, porque no la hay, salida.

Unas declaraciones de Dunia Almansouri que publicamos el viernes demuestran hasta qué punto es imposible la eficacia con este Gobierno. Dice literalmente Almansouri: “Hay cuestiones en las que tiene que haber un acuerdo de los tres partidos, porque, aunque cada uno tiene independencia en su área de gestión, siempre se deben tomar decisiones en base a un acuerdo programático que tenemos que fijar”. Que cada uno de los tres partidos tenga “independencia de gestión “ -con el gafe Liarte como fondo- es ya una garantía de ineficacia, pero que hoy, casi dos meses después de las elecciones, todavía tengan pendiente “un acuerdo programático”, es una broma pesada, con el añadido obvio de que los programas -que son la única razón que en democracia justifica que tres partidos se hagan con el gobierno- se pactan y acuerdan antes de unirse los partidos, no después. El odio, contra Imbroda o contra quien sea, no es razón suficiente para mantener un Gobierno imposible.

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Enrique Bohórquez López-Dóriga

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