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Carta del Editor

Moción de censura imprescindible

Las elecciones generales del 10 de noviembre, más allá del hartazgo y el gasto generado por tanta repetición electoral, son muy importantes para España, y los innumerables sondeos que se van produciendo empiezan a indicar que es probable que la intención del socialista Pedro Sánchez de ampliar su poder -presentándose a las elecciones desde el pedestal mediático y económico de su permanencia, en funciones, en la Presidencia del Gobierno- es probable que se malogre y que el tornadizo “Falconeti” (alusión a su afición desmedida no solo al poder, sino también al uso abusivo del avión público presidencial) tenga que recurrir a otros pactos, no con Iglesias y su Unidas Podemos ni con los independentistas varios, que obligarán a cesiones de las que Sánchez quería huir. Las elecciones generales del 10 de noviembre, más allá del hartazgo y el gasto generado por tanta repetición electoral, son muy importantes para España, y los innumerables sondeos que se van produciendo empiezan a indicar que es probable que la intención del socialista Pedro Sánchez de ampliar su poder -presentándose a las elecciones desde el pedestal mediático y económico de su permanencia, en funciones, en la Presidencia del Gobierno- es probable que se malogre y que el tornadizo “Falconeti” (alusión a su afición desmedida no solo al poder, sino también al uso abusivo del avión público presidencial) tenga que recurrir a otros pactos, no con Iglesias y su Unidas Podemos ni con los independentistas varios, que obligarán a cesiones de las que Sánchez quería huir. Cesiones que podrían tener sus consecuencias políticas y económicas en Melilla, nuestra ciudad, que no puede soportar más la situación política y económica que padece. Pactar en España con los que pretenden destruirla es un suicidio, como lo es, en términos melillenses, que continúe presidiendo la Ciudad el horripilante y gafe dúo formado por De Castro y Julio Liarte. Un último ejemplo, en el ámbito español, de lo suicida que es pactar con los independentistas que no quieren ser españoles, que no acatan la Constitución, nos lo proporcionó hace unos días Andoni Ortuzar, vascuence, presidente del PNV, vociferando desatado que los vascos, él incluido, no son españoles “ni por el forro”. Se considera Ortuzar -que desconoce la historia de los vascos- estandarte de una raza superior, aunque es aún más feo que Torra y muestra un barrigón imponente, enemigo de cualquier atisbo de dieta, de cualquier pasado de hambre, disuasorio de cualquier esperanza de mejora y de cualquier intento serio de pactar con él.

En medio de este ambiente pre electoral se presentó el jueves en Melilla, una vez más, el presidente del PP nacional, Pablo Casado, un político que tiene una facilidad asombrosa para parecer-quizás también para ser- cercano y natural, sin forzarse ni parecer forzado. Oyó atentamente y tomando notas lo que varios empresarios melillenses, de distintos ámbitos, le dijimos. Me pidieron que interviniera y lo hice, intentando resumir las intervenciones previas y generalizar el estado actual de la economía y la política (ambas cosas van inevitablemente ligadas) melillenses.

Sobre lo que dijo el presidente del PP ya hemos informado ampliamente en este renovado MELILLA HOY, probablemente el diario mejor impreso del mundo (aprovecho la ocasión para agradecer de nuevo todas las felicitaciones, especialmente las de los melillenses, que recibimos en estos tiempos tan difíciles para la libertad de expresión melillense, para la libertad en general). Pablo Casado -además de comprometerse a pagar la comida que me debe- se comprometió, ya en serio, a “exigir” la reapertura de nuestra aduana comercial y oficial con Marruecos, se mostró a favor de la ampliación de nuestro Puerto, del mantenimiento de nuestra fiscalidad y de la mejora de nuestra seguridad, ya tan deteriorada. Sobre la situación política de Melilla, dijo que, tras las elecciones generales, hablaría con Rivera, el presidente de Ciudadanos, para ver si Eduardo de Castro le hacía caso y renunciaba al pacto con el que consiguió él, De Castro, la presidencia, incumpliendo los estatutos de Ciudadanos y desoyendo las ordenes que recibió.

Además de entregar a Pablo Casado el ejemplar del MH del día, que incluía mi Carta con mis ideas sobre la situación política y económica de esta Melilla que se está muriendo a chorros, le dije -y todos los empresarios melillense asistentes al acto lo corroboraron- que De Castro no es ni del partido político Ciudadanos -al que ha llevado a los peores resultados electorales de su historia melillense- ni de nadie. De Castro es de él, de nadie más que de él (y de su gafe Julio Liarte). Así que, me temo, interceder ante Rivera para que ponga orden en su partido y obligue a De Castro a cumplir sus estatutos, con los que se presentó a las elecciones, con los que consiguió ese único y misérrimo escaño que le catapultó a la presidencia de la CAM, me parece tiempo perdido.

Para evitar que Melilla se muera como ciudad española, que 522 años de historia se tiren a la basura, que se siga desaprovechando el inmenso potencial de desarrollo que una Melilla española y europea tiene (para lo cual es imprescindible que demos el paso que culmine con nuestra entrada en la Unión Aduanera Europea, para que nuestras fronteras con Marruecos no sean solo las de España con el país vecino, sino las fronteras de toda Europa) es imprescindible que el actual esperpento que es el Gobierno melillense desaparezca pronto, hoy mejor que mañana. La convocatoria de nuevas elecciones generales ha ralentizado la única oportunidad que existe para desalojar del Gobierno a De Castro: una moción de censura, apoyada al menos por dos de los tres partidos siguientes, CpM, PSOE y PP. Hay que desear, incluso desesperadamente, que tras las elecciones generales esos pactos que posibiliten la moción de censura se produzcan. No hay que perder más tiempo, porque Melilla, cada vez más parecida a una ciudad fantasma, se está literalmente muriendo.

Corolario
Los partidos políticos no son, no pertenecen a sus dirigentes. Los partidos políticos están especialmente obligados a ejercer internamente la democracia. Lo digo de otra manera, para circunscribirme a Melilla: El PP melillense no es de Juan José Imbroda; CpM no es de Mustafa Aberchán; PSME-PSOE no es de Gloria Rojas. Hay que oír, sin presionar ni atemorizar, a los militantes. Solo así se podrá salvar Melilla y, con ella, sus empresarios y comerciantes que estamos, como los últimos de Filipinas, en peligro de extinción total.

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Enrique Bohórquez López-Dóriga

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