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Buenos días

La papelera

Uno de los seres inanimados que más se captan, es la papelera. Que buena voluntad tiene. De presencia sencilla, expone sin estridencias, una labor que tiene encomendada. A mí, personalmente, me alecciona muchas veces. Sobre todo, cuando me dejo influenciar los ánimos, para llevar una opinión deshumanizada, sobre cualquier tema.
La papelera en su presencia casi inadvertida, me da un ejemplo de humildad, de comportamiento, de saber estar sin ofender ni ofenderse. Acepta con agrado el papel del niño educado que la hace ser útil, y no se queja, cuando el otro, que tal vez no entienda mucho porque está, la desprecia y la ignora. Y cuando el travieso la insulta y la agravia, ella sigue en su sitio con normalidad, dolorida, pero cumpliendo hasta el final su misión encomendada.

Con su labor de ser lo que es y por qué es. Parece estar enamorada del orden y la limpieza. Y desde allí, responde siempre. Es su gran contestación a la ofensa y al arrebato. Muchas veces, he hecho propósito de convertirme en papelera. De olvidarme un poco de tanto juzgado de guardia que llevo interiormente y salir a esa calle difícil de la vida con una sola idea: Ser útil. Ser y no dejar que me hagan. Pero no tengo -lo reconozco- la valía necesaria para conseguirlo. Respondo al insulto con el insulto. Al desdén con el desdén. A la adulación con el engreimiento… y los papeles, los míos, los que me corresponde interpretar, casi siempre suelen estar por el suelo, creando confusión, desánimo y entorpecimiento a los demás…
¿Por qué? ¿Porque un simple objeto sin cerebro, sin alma, sin siquiera movimiento procede mejor que yo? Por eso, cuando alguien me dé un regalo, en lugar de arrojar su envoltorio al suelo, prometo llevarlo ilusionadamente a la papelera. Como mi pequeño y gran obsequio hacia ella. Pequeño, porque en realidad no me va a costar mucho hacerlo. Grande, porque ella, la papelera, no solo se alimenta de papeles, sino también de confianza y solicitudes. De colaboración, ya que, en eso, es dónde ella encuentra de verdad, engrandecida su propia razón de ser. Y espera, callada, alcanzar su obra.

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