“No me ha gustado nada”, ¡enhorabuena! Eso es lo que querían los que han montado esta estrafalaria idea. No había mejor entorno que el que han buscado, el desarrollo impecable, los tiempos justos: nada de más ni de menos, los actores y actrices cumpliendo con las directrices ¡bravo a todos! Osados; pero si ha habido algo que me llame la atención ha sido las reacciones del público. Los había de todas clases: los amigos, los familiares, los curiosos, los que iban por hacer vida social, los invitados …etc.
En la “intro” todos expectantes y disfrutando de una buena tapa, bebida y entorno. La realización del video y texto abren el apetito y hacen brotar sonrisas y dudas. Empieza la acción y, volvemos al público. Los familiares buscan a los suyos y sonríen, cuando los localizan se preguntan ¿qué hace mi hijo, nieto, hermano, primo aquí?, los amigos y compañeros de trabajo y arte se plantean ¡qué valor tienen! Y los que no saben de qué va la historia piensan ¡que narices hago yo aquí!
Seguimos con el guión: primera escena. Mujeres embarazadas sin distinción de raza mientras el narrador nos explica que la empresa es quitar el hambre con la retroalimentación y en medio, un carnicero afilando cuchillos. Segunda: cuatro cuadros, niños con hambre, pueblo (por no atreverme a definir a lo que allí se representa) con hambre, mujeres jóvenes entubadas para mantenerlas y …. ahí viene lo que más me ha sorprendido del público: negros pidiendo comida. En todas las escenas se pedía comida y el público se asomaba a los toriles con curiosidad, asco o simpatía; pero cuando llegaban a los subsaharianos, rápidamente se apartaban.
De forma que los tres rincones donde había familiares, amigos o curiosidad se llenaban de público más o menos sorprendidos, asqueados o divertidos y el cuadro de los negros se quedaba vacío. ¿Por qué? Pienso que en el interior de todos les chocaba la triste realidad actual y no querían aceptarla y menos, verla.
Gracias Nuria, gracias Mirrolde, gracias público. Me hacéis ser, al menos intentar, ser mejor persona.
Por Guillermo Reus González
