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Historias de nuestro cementerio

Ricardo Rubiano Fernández

Lápida de Ricardo Rubiano

El cementerio de la Purísima Concepción de Melilla es el guardián de las historias de sus moradores, de
aquellos que un día fueron parte activa del devenir diario de esta ciudad milenaria.”
Galería de San José

El domingo 9 de marzo de 1952 nos dejaba el catedrático de matemáticas D. Ricardo Rubiano Fernández.
¿Qué sabemos a cerca de este docente tan querido por el alumnado de Melilla y por el pueblo en general?

Ricardo Gabriel Santos Teodoro nació en Melilla el trece de marzo de 1903.

Era hijo de Don Ángel Rubiano Herrera, de veintinueve años. Primer teniente de Infantería, destino en el Regimiento de Melilla n.º 1 y de Doña Luisa Fernández Tamarit, de veintitrés años, natural de Trinidad (Isla de Cuba).

Domiciliados ambos en el número dos de la calle Álava.

Nieto por línea paterna de Don Gabriel Rubiano Valero de Almadén (Ciudad Real) y Doña Carmen Herrera Vázquez de Lora del Río (Sevilla).

Y por la materna de Don Julián Fernández Cortés, natural de Carabanchel (Madrid) (difunto) y de Doña Emilia Tamarit Llopis de Madrid también.

Casado con Natividad Villarejo, eran padres de varios hijos. Tenían el domicilio familiar en el número 24 de la calle Miguel Zazo.

Como era habitual entonces, con gran celeridad El Telegrama del Rif se hizo eco de lo ocurrido. En el periódico del día 11 de marzo de 1952 figuraba el titular siguiente:

Día de luto para la enseñanza por el fallecimiento del ilustre catedrático Don Ricardo Rubiano

Semblanza
El domingo se extinguió la vida de don Ricardo Rubiano Fernández. Es decir, quedó totalmente hecha o perfecta, la vida de don Ricardo. Una vida que se abrió en Melilla el día 3 de marzo de 1903 en un hogar castrense, al amor de la lumbre del honor militar. Buena herencia con cuidó con diligente celo y convirtió en estela de honra por todos los caminos de su agitado peregrinar.

Con su genial gracejo narraba sus primeros pasos por las tierras españolas del Norte africano. Vivió en Chafarinas y conoció en su niñez el estilo de vida peligrosa que le templó para el sacrificio del calvario de su juventud.

A los diez años le encontramos en Mataró, en cuyo Instituto Nacional de Segunda Enseñanza cursó los primeros años del Bachillerato, y se descubre como promesa en el dominio del saber. Sin forzar la máquina de sus facultades, brilla y destaca, y llena una espléndida hoja de estudios con las mejores calificaciones. Con el aprovechamiento en los estudios va del brazo la virtud, y la piedad religiosa, que cultiva en la Congregación de San Luis Gonzaga. Ahí crece la raigambre de su fe, que le enseña a refugiarse en Dios en la dureza amarga de sus años mozos y de su edad madura.

Queda huérfano a los trece años. Era su padre, al morir, Teniente Coronel de Infantería. El y cuatro hermanos menores se hallan de repente a la sombra de su madre y de un mezquino retiro. La Providencia le abre las puertas del Colegio de Santa Cristina, en Toledo. Continua sus estudios y acaba el Bachillerato con tanta lucidez como los había empezado. Al salir del Colegio se acoge al paternal cariño de su tío don Santos, célebre psiquiatra que cura enfermos, traduce libros de su especialidad, investiga y escribe obras originales. Bella estampa de trabajo que, estimula la capacidad del sobrino huérfano.

En Madrid hace la Licenciatura de Ciencias Químicas sin sobra de dinero y con mil cuidados. Sus notas no desmerecen de las que había obtenido en los estudios medios; antes bien, se supera con ánimo de prepararse para la lucha posterior en las duras lides de oposiciones y de la competencia en la labor docente.

Gracias a ese esfuerzo de las largas vigilias, es nombrado Profesor de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Granada, capital donde rápidamente crece su fama de gran Profesor y hace aumentar de día en día el número de sus alumnos.

Rechaza, con indiferencia las persuasiones para lograr fácilmente una Cátedra de Universidad, y con el fin de dar una prueba de su alto valor personal y de su independencia firma unas oposiciones a Cátedras de Matemáticas en Institutos de Segunda Enseñanza. Prepara y realiza sus oposiciones sin hipotecarse, y entra en el campo de la docencia para dar el fruto de su talento y de su trabajo a veinte generaciones de estudiantes.

En mayo del año 1933 siente la nostalgia de su tierra natal y elige entre varias Cátedras la del Instituto de Melilla. Se había encendido aquí la llama de su vida, y con la encendida brasa de su talento quiso propagar el fuego de su ciencia.

Esa ha sido la vocación de don Ricardo: más que enseñar, cultivar. Cultivar almas vírgenes sembrando las inquietudes de su experiencia científica y de su sentido humano.

Hace unos momentos le hemos dejado acostado en su lecho de tierra: no le será incómodo ni duro, porque estaba hecho a mucha dureza. Gran peso tiene que soportar ese lecho de tierra. Lo sabemos los que le hemos llevado en hombros. Era tanto su saber, y eran tantas sus virtudes.

Ha muerto D. Ricardo Rubiano Fernández
El entierro del cadáver constituyó una imponente manifestación de duelo

Las impresiones pesimistas sobre el curso de la grave dolencia que venía aquejando a nuestro querido y antiguo amigo el ilustre Catedrático del Instituto de Enseñanza Media y Concejal del Excmo. Ayuntamiento, don Ricardo Rubiano Fernández, han tenido por desgracia, triste confirmación.

El domingo a las once de la mañana, dejó de existir el señor Rubiano, desapareciendo con él un caballero intachable.

A este ilustre melillense, hombre de ciencias, catedrático en el buen hacer y trato exquisito, la entonces Corporación Municipal quiso rendir homenaje; así pues en sesión de 10 de marzo de 1952 acordaba ceder gratuitamente a la familia la propiedad a perpetuidad que acogería sus restos mortales.

Se fue demasiado joven, con 48 años, pero con una vida muy intensa en todos los sentidos. Una maravillosa familia que a día de hoy en Melilla llevan con orgullo el apellido Rubiano.

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