JUAN,
existe un árbol mítico, orgullo de su raza,
que alcanza una existencia milenaria.
Fuerte, potente, fértil, tan alto
que con sus ramas casi toca el cielo,
de dura corteza, cual coraza, y corazón tierno.
Sus flores, que su frondosa copa adornan,
como alivio de males nos sirven generosas
y es símbolo viviente de luenga ancianidad.
En Grecia, el murmullo de sus hojas
era escuchado como la voz de Júpiter,
Padre de los dioses, olímpica majestad.
JUAN,
este mítico árbol, llamado roble,
de tu persona fue el símbolo viviente.
Como él, fuiste fuerte, vigoroso, potente,
con ansias de vivir la libertad.
Y esa alegría que irradiaba de tu ser
contagiaba a todo aquel que tuvo el privilegio
de compartir tu sincera amistad.
Diste vivo ejemplo de saber llegar
a esa luenga etapa de tu vida,
pleno de facultades, de optimismo,
de otoñal juventud y envidiable energía.
JUAN,
semejante a ese roble
que prestaba a Júpiter su voz,
fuiste para nosotros la voz de la sabiduría.
del buen obrar, la generosidad, el honor y la lealtad.
Te recordaremos toda nuestra vida
y Melilla, entristecida por tu ausencia,
echará de menos el eco de tus pasos por su tierra.
Alcanzaste una vida longeva,
noventa y cinco años,
pero Dios deseaba llevarte a su lado.
Y al volar tu alma a los Cielos,
en tu honor, de par en par, una a una
para ti, todas sus puertas se abrieron.
JUAN,
cada noche, en mitad del firmamento,
una nueva estrella rutilante, la tuya,
reinando entre todas las demás,
en el cielo de Melilla, ¡por siempre brillará!
Desde Valencia, tu amiga Carmen Carrasco,
delegada nacional de poesía Granada Costa.
