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Historia

1920: Meses de enero y febrero (II)

Entierro del teniente Eduardo Morales Durillo

15-02-1920. El general Fernández Silvestre en Melilla. Dada la extensión del artículo solamente muestro las nominaciones importantes del mismo. Se le ha dispensado muy entusiasta recibimiento. Hablando con el Comandante General. Los preparativos. El desembarco. Saludos y vítores. Visita al General Aizpuru. La familia del Comandante General. La recepción. Ofrecimiento del General. En el hospital Docker. A las tropas de guarnición. Almuerzo en la Comandancia General. Las visitas de la tarde. El General Silvestre felicita a los aviadores.
Hace poco tiempo que contrajo matrimonio, encontrándose en Melilla en unión de su esposa, desde primeros de año. El arrojado aviador pudo recuperar el conocimiento en las últimas horas de la noche.

20-02-1920. Homenaje póstumo a dos héroes. En el cementerio de la Inmaculada, se coloca sobre sus tumbas el emblema de la Laureada de San Fernando.

Sobre el mármol guardador de las cenizas de quienes dieron su vida a la Patria, han quedado el laural y las espadas, ofrecidas por sus hermanos. No hay frase lapidaria que diga tanto como ese emblema de la Orden de los héroes, porque él habla de la dura vida de campaña, del incesante esfuerzo y del continuo riesgo, del sacrificio definitivo, en fin, de una juventud y de un hogar feliz.

Los tenientes de la Policía Indígena, Morales y Rodríguez Gálvez, vertieron generosos su sangre en tierras de Beni-Said, y al caer abatidos por el plomo rebelde, tuvimos para ellos palabras de elogio; ahora, al otorgársele el galardón más ambicionado, se ha querido llevar las laureadas a sus tumbas, y el acto ha constituido un hermosísimo homenaje, porque es prueba de los altos sentimientos que unen a la gran familia.

Y de tal modo esos sentimientos coinciden, además, con los del pueblo, que no haber tenido el acto ayer celebrado en el cementerio de la Purísima Concepción un carácter exclusivamente militar y de compañerismo, la población en masa se habría adherido a él. Cálidas palabras de ofrenda, frases de admiración y un latir al unísono de los corazones, dio suprema grandeza al momento, que llevó lágrimas a los ojos, fijos en la gloria.

Misa de Requiem.

Hemos entrado en el cementerio muy de mañana. El elemento armado se ha reunido allí para rendir homenaje a los heroicos tenientes don Eduardo Morales Durillo y don Miguel Rodríguez Gálvez (q.e.p.d.).

Están los generales Fernández Silvestre, Monteverde, Tomasseti y López Ochoa, jefe de Estado Mayor señor Sánchez Monje, ayudantes señores Manera, López Ruiz, Hernández y el del segundo jefe capitán Galán; todos los primeros jefes de Cuerpo y Dependencias y oficialidad franca de servicio.

En la capilla dice la misa de Requiem el Capellán don Francisco Ontiveros. Terminada el vicario castrense don Plácido Zaidín, y el capellán del Cementerio, ante la tumba de los bravos soldados, entonan solemne responso. Después habla el coronel jefe de la Oficina Central de Asuntos Indígenas, don Gabriel de Morales. He aquí su elocuente discurso:
Acto heroico de los tenientes Morales y Rodríguez.

EXCMO. SEÑOR:
En nombre de estas tropas de Policía Indígenas, con cuyo mando me honro, doy a V.E. gracias muy expresivas por la benévola acogida que ha dispensado a la petición que le hice, de que revistiera severa solemnidad el acto que no debía pasar inadvertido, de colocar sobre las tumbas de los tenientes don Eduardo Morales Durillo y don Miguel Rodríguez Gálvez, los emblemas de la Cruz de San Fernando, que ganaron muriendo como buenos en el campo de batalla; y las doy también no menos expresivas, a los Excmo. Sres. Generales y a los señores Jefes y Oficiales congregados en este sagrado recinto, porque sé que sus espíritus están presentes como lo están sus cuerpos, en esta ceremonia, dedicada a honrar la memoria de nuestros héroes, y al decir nuestros, no me refiero tan solo a la Policía, porque si en sus filas servían aquellos oficiales cuando realizaron las acciones que les han dado derecho a este homenaje, entre vosotros, armas de Infantería y Caballería, nacieron a la vida militar, entre vosotros aprendieron las virtudes militares de que dieron tan alto ejemplo, y no hay Arma, Cuerpo ni Institución del Ejército, que no mire como propias las glorias de los demás.

Son estas tropas, uno de los Cuerpos más modernos de todos lo que integran la guarnición de la Comandancia General de Melilla; más las circunstancias en que se crearon y en que viven, las han permitido escribir una corta pero limpia historia, en la cual se destaca con vivido fulgor, la lealtad acrisolada y sólida disciplina de los indígenas, la inteligencia y acertada dirección de sus oficiales y el valor y la abnegación de todos; y hablo de esta manera, porque apenas he tomado posesión de este mando y no me corresponde mérito alguno en estos lisonjeros resultados; esta historia está escrita con la sangre de 325 muertos y heridos de tropa, y 20 de oficiales, y en ella brillan cual refulgente constelación, tres cruces laureadas de San Fernando, ganadas a cambio de la vida, por un teniente de Infantería de la escala activa, por un Maun indígena y por un teniente de Caballería de la escala de reserva.

De noble familia de militares, hijo de un bizarro jefe que en esta misma tumba duerme el sueño eterno, pariente cercano del Excmo. Sr. Teniente General don Luis de Aizpuru, que hasta hace poco ha sido nuestro querido Comandante General, delicado y fino, corto de estatura, sí de alientos grande, apenas salió del Alcázar toledano el teniente don Eduardo Morales Durillo, fue destinado a África. Se batió como un bravo en la zona de Tetuán, fue repetida y señaladamente recompensado, y aún recuerdo la alegría de su rostro juvenil cuando obtuvo un puesto en el Tabor de Policía de la capital del Protectorado, del que pasó a la Policía de Ceuta y más tarde a la de este territorio. El 28 de diciembre de 1916, en la operación que tuvo por objetivo tomar la posición de Bussada, recibió orden de desalojar al enemigo, que desde una casa hostilizaba con dureza; marchó resueltamente con su fuerza, y herido de gravedad, tuvo alientos para continuar al frente de ella hasta cumplir la misión que se le señalara, en cuyo momento cayó muerto por un segundo y certero disparo.

Contaba al morir este oficial, 24 años de edad, más de nueve de servicios, tenía una Cruz Roja del Mérito Militar pensionada, tres de primera clase de María Cristina, y por Real Orden de 12 de noviembre de 1919, se le concede la de segunda clase de la Real y Militar Orden de San Fernando.

Al recibir tierra el cadáver, una “rebaá” de la Policía Indígena, al mando del primer teniente Gil Picache, hizo las descargas reglamentarias. Fue enterrado en la parcela nº 3, fila 5, nº 1.

De humilde cuna, el teniente don Miguel Rodríguez Gálvez, alto, recio, de complexión robusta, comenzó a servir a su Patria como soldado, elevándose por su constancia, por su inteligencia, por su valor y por su amor a la carrera, a la clase de oficial, prestando la mayor parte de sus cargos y meritorios servicios, en este territorio, muchos de ellos en aquel inolvidable escuadrón de Melilla, que tuvo la honra de ser mandado por S.E. varios años. Su entusiasmo lo trajo a estas tropas, y en la mañana fría y lluviosa del 17 de abril de 1917, al ir enfermo y sostenido solo por el concepto del deber, a ocupar con unos cuantos policías, la loma donde diariamente se montaba el servicio, fue objeto de una brusca agresión a corta distancia y por numerosos enemigos; cuatro balazos recibió el oficial, pero sobreponiéndose con entereza española, al dolor físico, animó a su fuerza, que tuvo un momento de vacilación; la empuja, la lleva adelante y a costa de inauditos esfuerzos, logra desalojar al enemigo, hacerle huir y ocupar su puesto, en el que ya desfallecido, exhala el último suspiro con la satisfacción de haber cumplido hasta el límite máximo.

Contaba este oficial al morir 44 años de edad, más de 25 de servicios efectivos, tenía tres cruces del M.M. con distintivo blanco, tres rojas (una de ellas pensionada); dos de primera clase de María Cristina, y el empleo de alférez por méritos de guerra; por Real Orden de 13 de marzo de 1919, se le concedió la cruz de segunda clase de la Real y Militar Orden de San Fernando.

Al recibir tierra el cadáver las fuerzas de la Policía Indígena, que ocupaban las alturas próximas al sagrado recinto, hicieron los reglamentarios honores. Fue enterrado en la Parcela 18, Fila 2, nº 9. Posteriormente, el 26 de septiembre del año 1925, los restos fueron trasladados al Panteón de Héroes de las Campañas en el nicho nº 4 de la Fila 3.

Y después de honrar la memoria de los dos oficiales españoles, justo es que dedique un piadoso recuerdo de cariño y admiración al Maun de la cuarta mía Buzian Al-lal Gatif, que atacado con fuego de fusil y con bombas de mano por numerosos enemigos la noche del 21 de marzo de 1917, defendió heroicamente su puesto de Ifrit Bucherif hasta perder la vida, después de haber muerto dos y resultado heridos los tres restantes de los cinco únicos áskaris que a sus órdenes se hallaban, dando así lugar a que llegaran las fuerzas de la Policía que acudieron en su auxilio, teniendo la alta honra de ser el primer indígena de estas tropas que ganó con su valor la Cruz de los Héroes, que le fue concedida por Real orden de 22 de noviembre del mismo año. Murió por una patria que no era la suya de origen, pero sí de adopción. Bendita sea nuestra España, que así hace héroes lo mismo al indómito musulmán que al honrado hijo del pueblo y al hidalgo caballero.

Justo es también que envíe un respetuoso saludo a las dos distinguidas damas que allá en modestos hogares, en Alcalá de Henares, la una y en Guadalajara la otra, lloran sin consuelo la muerte del hijo y del esposo querido, amor e ilusión de toda la vida, y un recuerdo cariñoso a esos niños que en el Colegio de Huérfanos de la guerra se educan, y que en medio de los juegos propios de sus pocos años sentirán la nostalgia del cariño paternal. Si yo pudiera llegar hasta ellos, les diría: Señoras, niños, llorad, sí, la muerte del ser querido, su eterna ausencia, pero llorad por vosotros que les habéis perdido, no `por ellos; dieron a la Patria lo que era suyo, lo que tiene derecho a exigirnos a cuantos en ella nacimos, la vida; pero a cambio del cumplimiento de ese deber, Dios le ha dado la inmortalidad, la Patria la más alta distinción que ella concede, sus compañeros los miran con envidia, y mientras viva España, mientras exista el Ejército español, que todo es uno, habrá para sus almas una oración y una frase de gratitud y de admiración para su memoria.

Elevemos, señores, nuestros corazones por encima de la mezquina prosa de la vida hasta alcanzar las serenas regiones en que brilla con esplendor nunca oscurecido el sagrado amor a la Patria que a todos nos une y nos cobija; inspirémonos en el alto ejemplo que nos han dado el Maun Buzian Al-lal Gatif y los oficiales Gálvez y Morales, y si hemos de ser de los escogidos, si hemos de tener la fortuna de regar con nuestra sangre esta tierra africana, empapada y nunca harta de sangre española, pródigamente derramada desde hace cinco siglos, en esta lucha constante de la civilización, representada exclusivamente por España durante cuatrocientos años contra la barbarie del hoy caduco, pero entonces pujante Imperio Marroquí, quiera Dios que cuando llegue el último momento y el espíritu abandone nuestro cuerpo dolorido y desgarrado por el hierro o por el plomo enemigo, endulce nuestra agonía la esperanza de que El nos conceda para el alma un puesto a su diestra, en el lugar de los elegidos, a donde no pueden menos de ir los que dieron su vida por la causa noble y justa de nuestra Patria, que es la causa de la Humanidad, y para el cuerpo un sitio en este cementerio, sobre el cual puedan nuestras esposas y nuestros hijos colocar una lápida que recuerde al ser querido y ante el cual puedan venir un día nuestros compañeros, cual hoy nosotros, para colocar en nuestras tumbas esa cruz venerada y santa, símbolo del la abnegación y del heroísmo, ideal sublime del oficial desde que en su adolescencia viste por primera vez el uniforme, cruz a cuya sola evocación, el buen soldado siente frio por la espalda y le late el corazón. ¡La Cruz de San Fernando!
A continuación habló con voz clara y entonación enérgica el General Fernández Silvestre:
Excmos. Sres. Mis queridos compañeros todos:
Es tan honda, tan intensa la emoción que me embarga en estos momentos, acrecentada por las frases levantadas y sentidas que acabamos de oír, que será difícil pueda expresar cuanto me inspira mi corazón de soldado…
…El capitán señor Argos, entregó al Comandante General las insignias de la Orden de San Fernando, en bronce con lazo de los colores nacionales, y S.E. las depositó sobre el mármol funerario del teniente Morales, repitiendo la ceremonia en la tumba del teniente Rodríguez Gálvez.

22-02-1920. El General Silvestre en las posiciones.

Dada la extensión del artículo solamente muestro las nominaciones importantes del mismo.

La salida. El panorama de Monte Arruit. Los colonos del Garet. Camino de Sidi Sadik. La tienda del Chilali. El pendón morado. En el Zaio. El puesto de Saf-Saf. En Mexera el Melha. En la Compañía de Colonización. En Hassi Berkan. ¡Zeluán, dos minutos¡ El optimismo pasa. (Continuará)

Bibliografía…. El Telegrama del Rif

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