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El Torreón del Vigía

Deseos para después de una Alarma

Cada uno de nosotros estamos llenando, imaginariamente, una larga lista de cosas que hacer cuando este confinamiento acabe. Lo que cotidianamente realizamos, los sueños que teníamos y tal vez, lo que no apreciábamos, ahora se echa en falta. Es todo aquello pequeño, barato, cercano, que era tapado por demasiadas cosas y a lo que siempre dejábamos para después. Casi como si los hombres y mujeres fuésemos eternos en este mundo en el que estamos de paso. Hoy más que nunca tocamos suelo pero lo deseable es que sigamos a pie de obra. En pleno siglo XXI los castillos que se construyen están en el aire y como aquella casa de nuestros cuentos infantiles, un simple soplido puede hacerla caer. Los valores son los más sólidos cimientos en el que puede vivir la humanidad. Que este encierro en casa nos cambie a partir de ahora para que cuando paseemos o estemos trabajando ni perdamos el norte ni tampoco nos olvidemos de lo que ahora decimos que hay que hacer. La situación que vivimos une o desune, pero siempre el diálogo es el mejor lazo invisible. Las estadísticas nos demuestran que ha aumentado el consumo de televisión en los hogares, pero también el adolescente no está tantos ratos en su cuarto, hay tiempo para recuperar nuestra rica gastronomía y enseñarla a las nuevas generaciones, los juegos de mesa que estaban en armarios o trasteros se han vuelto a usar, los libros que decoraban librerías han bajado a unas manos que pasan sus hojas mientras la mente nos hace volar tras unos ojos, y sobre todo las familias hablan más. ¿Todo nuevo? No, sólo estamos recuperando, en algunos casos, otro tiempo, otra forma de entender la convivencia y para los demás, la novedad les atrae. ¿Que nos hizo cambiar? Tal vez la sociedad de consumo, aquella en la que sin valores, se evita mirar de frente, se oculta una sonrisa y los puños han ocupado el espacio a una mano abierta que ofrece y entrega, que ayuda y ama, sin importar nada ni nadie. Hemos cerrado demasiadas puertas y las ventanas con postigos impiden que la Luz entre y el aire se renueve. Hay que vivir lo cotidiano y recuperar el tiempo perdido. Hay que sumar, construir, aportar, compartir y hay que reciclar miradas de desconfianza por diálogo, hay que depositar en el contenedor el papel de quien señala con el dedo. Nadie es más que nadie ni nadie debe juzgar. Todos somos hijos de Dios. Se vive mejor sin tanto lastre, se duerme mejor sin tanta envidia. Miremos a los pequeños, fuimos como ellos, pero un día perdimos algo más que la inocencia.

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