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Tribuna Abierta

NAZARENO

Hoy la cofradía del Nazareno, al anochecer de este Miércoles Santo, procesionaría a Ntro. Padre Jesús Nazareno, llevando su Cruz hacia el Calvario. ¿Qué tiene esta Imagen del Nazareno que mueve tanto al amor de sus fieles, al amor de toda Melilla, que la ha hecho su Señor? A su salida en la plaza Velázquez, entre el aliento contenido de los fieles, que no podemos permanecer impasibles ante Jesús, que carga sobre su espalda, nuestras debilidades. Lleva una mano extendida, bendiciendo al pueblo de Melilla. Con sufrimiento, avanza, sudoroso y sediento. Pidamos a nuestro Nazareno que cuando nos sintamos afligidos por el dolor y la pena, sepamos llevar nuestra cruz con la resignación, que Él llevó la suya.

Le hacen cargar con una pesada cruz, hacia el monte Calvario donde va a ser crucificado. En el camino, Jesús sufre tres caídas por la pérdida de sangre, el agotamiento físico y deshecho por las torturas y las humillaciones. En la vía dolorosa, una mujer, Verónica, limpia el rostro del Nazareno, cargado con el leño. Le faltan las fuerzas, sudoroso, ensangrentado, a duras penas puede con el madero, se produce el desfallecimiento. Un soldado, lo quiere levantar a latigazos y entre burlas, “¡Veis! ¡el Rey de los Judíos, sólo es un nazareno!”.

Soportaba una cruz muy pesada, en ella carga con nuestros pecados. Él sigue su camino, cae y vuelve a levantarse. ¿Hacemos nosotros lo mismo? Jesús quiere que nos levantemos, Él ha venido para traernos la Esperanza en un mundo nuevo, que ahí está Él, para perdonarnos por muchas que sean nuestras caídas. Simón de Cirene, ayuda a Jesús a cargar con su cruz. Hoy los costaleros de la cofradía del Pueblo, cargan sobre sus hombros a nuestro venerado Nazareno, son los cirineos de Melilla.

Le acompañaría su Madre, María en sus Dolores y en sus penas, la Virgen de las Lágrimas, que muestra en cada lagrima, la amargura del dolor. Sigue sus pasos, con su cara de dulzura, con la tristeza más sublime y el desconsuelo más desgarrado. Lleva el corazón traspasado, por el sufrimiento y el alma bañada en llanto. Padeció con Cristo, con dolor silente y sigiloso, y con conciencia plena de que sus dolores, unidos a la pasión de su Hijo, eran necesarios para la redención de la humanidad.

La llevarían en paso de palio, bajo las trabajaderas, cuarenta corazones que latirían al unísono, al tiempo que rezarían el Padre Nuestro. Clamaría el capataz: “¡por nuestros padres!, ¡nuestros hermanos!, ¡nuestras familias!, ¡por quienes la necesiten…!”
María, Señora de los Dolores y Lágrimas, el dolor de su pena amarga, llora en la noche, bajo la gloria de su palio. Se llevan a su Hijo amado. El viento mueve su palio cimbreante y los jóvenes costaleros la mecen entre gladiolos, recordando a los que sufren, que nunca estarán solos.

Jesucristo ha llegado a la cima del Calvario, a duras penas puede mantenerse en pie. Llagas por todo el cuerpo, continua con la faz tranquila, serena y llena amor. Allí, los soldados romanos, lo despojan de la túnica, llena de sangre y lo clavan en la misma Cruz que había llevado a duras penas, entre dos malhechores, es elevado y expuesto hasta su muerte. Su Madre, estaba allí, su único amparo, convirtiéndose así María, para siempre, en la madre de los desamparados. Jesús, la quiso liberar de tanto sufrimiento de madre, y mirando a Juan, su discípulo, allí presente, le dice: “Madre, he ahí a tu hijo… Juan, he ahí a tu madre”.

Jesús, exhausto, sin fuerzas y agonizando, le dice al Padre: “¡Por qué, me has abandonado!”. Mirando al Cielo, encomendó al Padre su Espíritu y expiró. Jesús vive su muerte, no como héroe en olor de multitudes, sino sólo, abandonado, excepto por un grupo de mujeres que lo acompañan hasta el final.

Desde la Cruz pidió perdón al Padre, para sus verdugos: “Padre, … perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Cristo ha muerto, las escrituras se han cumplido, como predijeron los profetas. Hasta el último aliento de su vida, nos dio amor, comprendiendo su muerte, perdonando. El perdón es la obra de misericordia por excelencia. El que había padecido el mayor castigo, no era capaz de encerrar el más mínimo resquicio de inquina. Y yo, pobre pecador, dudo a veces de su sabia voluntad. Perdóname Señor, perdóname por misericordia.

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