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La columna de Jorge Hernández

La España vaciada

Que nuestra querida España está paralizada, deprimida, angustiada y abrumada por los incontables errores, falsedades y vaivenes de un gobierno prisionero de su propia incompetencia y de su ideología ultra comunista, es un hecho fácilmente constatable.

Las futuras generaciones del siglo XXI, estudiarán este período de la historia de España como uno de sus más sombríos y lacerantes capítulos, toda vez que una extraña y desconocida pandemia, está cercenado trágicamente la vida de miles de nuestros compatriotas, ancianos la mayoría de ellos, que han fallecido abandonados en residencias, desprotegidos de asistencia hospitalaria y lo que es peor aún sin consuelo familiar o espiritual.
El dolor y el estremecimiento que todos los españoles hemos sentido al contemplar las imágenes de cientos de ataúdes anónimos alineados a la espera de su enterramiento, nos ha conmovido interiormente sin que aún podamos comprender el frío distanciamiento que la mayoría del gobierno ha mantenido y mantiene ante esta tragedia humana…
Inexplicable también el masivo contagio y muerte en algunos casos, de miles de nuestros profesionales sanitarios o el de los custodios de nuestra seguridad personal y colectiva, policía y guardia civil. Inexplicable la insuficiencia del material sanitario y el procedimiento opaco de su adquisición en mercados ambulantes y fraudulentos, así como las tediosas e insuficientes explicaciones en ruedas de prensa del presidente Sánchez o de sus torpes y serviles colaboradores sean ministros, técnicos o profesionales de la seguridad,
Pero siendo todo esto de una gravedad extrema en la medida que España es líder de fallecimientos y contagiados junto a Italia y EEUU, preocupa y mucho al pueblo español las consecuencias sociales y económicas que pueda acarrear la privación de libertad de movimientos en los presidios urbanos en que se han convertido nuestros pueblos y ciudades, donde sobrecoge el vacío y fantasmagórico silencio de sus calles, plazas y jardines.

Esta España enclaustrada que aplaude y llora al mismo tiempo su propia desgracia y que con una obediencia casi monacal se lava las manos, se aleja del prójimo y espera ansiosamente la orden para dar unos vigilados paseos sometidos a estrictos horarios carcelarios, es incapaz de comprender como en unos pocos años ha transitado de ser una nación poderosa, influyente y feliz a una nación débil, sin crédito y tristemente melancólica de su reciente pasado social y democrático, donde ni las libertades ni la paz y convivencia eran discutidas ni discutibles.

La responsabilidad política y jurídica exigible por la pésima gestión que adorna a este desconcertado y desconcertante gobierno, no la minimiza la catástrofe mundial que está originando el controvertido Coronavirus. Es la primera vez que desde la Segunda Guerra Mundial un microscópico organismo está causando estragos de una dimensión humanitaria inimaginable. El hombre en el esplendor de su endiosada soberbia creadora, se ha visto humillado por su propia naturaleza y ahora se defiende entre acobardado e impotente ante un enemigo de origen desconocido difícil de abatir.
¿Estamos en la antesala de lo que podría ser la tercera guerra mundial? Albert Einstein vaticinó cual sería el regreso alarmante del hombre a sus primitivos orígenes: “No sé con qué armas se luchará en la tercera Guerra Mundial, pero sí sé con cuales lo harán en la cuarta Guerra Mundial: Palos y mazas.”

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