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El Torreón del Vigía

Tres tengo

San Agustín y el repicar de campanas, lo primero que veían mis ojos tras bajar del “Melillero”. Agosto. Calle Calvario. Olor a molletes recién salidos del horno. Mañanas en los arbolitos y tardes de paseos hasta la Cruz del Pobre. Así pocos veranos, pero aún los guardo en mi memoria, como el sonido de los cascos de la yegua del tío frasquito por las calles estrechas mientras miraba mi pequeño mundo que cada mediodía se mojaba en el barreño de zinc que mi madre calentaba al sol de la Sierra. Origen y destino, cordón invisible que llenaba horas de teléfono con ese Sur que jamás se fue para recordar recetas, cantes de esa joven mientras amasaba pan o los esfuerzos para salir adelante con ese poco que estiraba para que nunca faltase. Su último viaje temprano me abrió algo más que la puerta de Torres Quevedo. Amaneceres frente a esas palmeras que rompían los cielos de ponientes mientras el vuelo de los vencejos anunciaba que la primavera llegaba y el final del curso en “Los Hermanos”. Despacho y un algo más que ha hecho posible que tomase ese testigo de códigos. Ejemplo y fe, esa que nace cuando ves al de al lado como próximo. Y sólo entonces entiendes y eres libre al escuchar el Mensaje. A aquella la descubrí y amé en los labios de quienes sin ser de sangre me dieron todo, menos la vida, que Dios, mi padre y ella me regalaron. Mujeres de carácter que lo mismo sola rellenó una maleta para arribar a puerto en busca de futuro que dejaba a unos padres y se iba voluntaria a África por amor para después ocuparse de los que más lo precisaban. Necesito volver a verte por septiembre, entre túneles, para bajar a ese Llano o quedarme mirándote en tu Camarín. Tu casa, la de todos desde hace siglos, que siempre fue refugio en Sitios, epidemias o terremotos de este Mar de Alborán convulso. Nuestros ojos buscan a los tuyos cuando mirabas a las murallas para no dejarnos y seguirnos en los caminos de la existencia. Siempre nos das tu Victoria. Sí son tres madres, pasaron y pasan a mi lado, me dan a manos llenas, mientras se asoman a ese balcón del Cielo. Sin ellas no sería el mismo. María, Juana y May. Gracias.

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