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La COVID-19 y su raíz profunda en la contaminación medioambiental

Manifestación en Bangkok para exigir medidas para la contaminación

El enemigo público número uno en términos de salud pública es la contaminación medioambiental: mata más rápidamente que la II Guerra Mundial y agrava directa o indirectamente todos los factores que tienen una incidencia en la salud pública Los expertos en salud pública llevan meses realizando un auténtico trabajo tanto a nivel informativo como de sacrificio personal. No en vano, continuamente arriesgan sus vidas por su exposición a tan terrible virus. Las cifras no dejan lugar a dudas de que son el sector laboral más dañado tanto en padecimiento de salud individual como de sufrimiento humano, pues no me imagino lo que, tras interminables jornadas laborales y experiencias tan vitales, son capaces de llevarse a casa, sin ninguna posibilidad de evitar tal certeza matemática.
Estas semanas llevo escuchando en los distintos medios a personas versadas en términos tales como protección, prevención, distanciamiento social en infecciones por coronavirus. Las últimas noticias que me llegan plantean la necesidad de potenciar nuestro sistema inmunológico, con el cumplimiento de unos hábitos de vida saludables tanto a través de una alimentación adecuada (dieta mediterránea), como con la práctica, del ejercicio físico regular, que no deporte. Incluso se plantea la necesidad de reducir la carga de estrés y, por supuesto, evitar en la medida de lo posible la conjugación de estos tres factores de riesgo, los cuales abonarán el terreno tanto en la persistencia como en la gravedad de la incidencia de la COVID-19 en nuestra salud. El concepto de resiliencia (resistencia) aparece nuevamente en nuestro vocabulario. Procurarnos un sistema inmunológico resistente a las agresiones externas debe de ser un objetivo ineludible. Dicha resistencia logrará que nuestro organismo sea más beligerante ante las agresiones de patógenos externos, no con recetas o propuestas difícilmente aplicables, sino de manera sencilla y, por otro lado, muy humanas, “comiendo lo que cocinaban nuestras madres”, “moviéndonos como personas y no máquinas”, además de tomarnos los problemas con la sencilla filosofía de “el que más se enfada más pierde”. Así, de esta forma tan simple, el sedentarismo, el sobrepeso y el estrés no hubieran hecho presa en nosotros tan fácilmente, aunque haciendo un ejercicio de honestidad, ¿son estos los únicos efectos que abonan actualmente el terreno para que la COVID-19 se desarrolle con mayor virulencia en nuestro organismo? ¿Los “pre-coronavirus”? La respuesta es no.

Contaminación
Al agudizar los sentidos, una nueva variable toma cada vez más protagonismo en el desarrollo de esta maldita enfermedad. Aparece nuevamente ante nosotros la archinombrada contaminación. Si bien llevamos años hablando de ella, debo afirmar que nunca en esta nueva línea de pre-acción vírica, pues nunca fue vinculada a esta nueva perspectiva tan siniestra.
La contaminación afecta al 93% de la población mundial. La que existe en las ciudades nos afectan a todos los que vivimos en ellas, contaminantes como las peligrosas P.M.2.5 o los NOx, SO2, P.M.10 y 03 nos amenazan a diario.
Los límites en emisiones de partículas establecidos por la OMS se superan ampliamente en ciudades, otras llegan al límite máximo permitido (que no saludable) y otras no se saben o no contestan. Estos datos en la actualidad no serían dignos de ser mencionados si no tuvieran una relación directa en el desarrollo de la COVID-19, tanto en su persistencia como por su gravedad.
Uno de los trabajos más robustos desde el punto de vista metodológico es el que han realizado investigadores de la Universidad de Harvard. Tras analizar los datos de 3.080 condados en EE. UU. (prácticamente todo el país), han encontrado una asociación entre mayor mortalidad por coronavirus y niveles más altos de las peligrosas partículas PM 2,5 (con diámetro inferior a 2,5 micras). Recordemos que el único responsable de estas emisiones es el consumo de hidrocarburos en cualquiera de sus formas. El aumento de un solo microgramo por metro cúbico en la concentración de estas partículas hace subir un 15% la tasa de mortalidad.
Investigadores de la Universidad de Ciencia y Tecnología de China muestran una asociación entre el número de casos confirmados con coronavirus y mayores concentraciones de partículas PM 2,5 y PM 10 (con diámetro inferior a 10 micras), así como de NO2 y ozono troposférico (O3, un contaminante secundario).
Al parecer, las partículas ultrafinas (2,5 millonésima parte de un metro y menores), a tenor de los datos expuestos, sirven de perfectos portadores para la transmisión del coronavirus al interior de nuestro organismo. Al adherirse este a las partículas, logra que la persistencia en el aire sea mayor y su dispersión la reduce drásticamente. Podemos afirmar, por lo tanto, que dicha contaminación es el “vehículo perfecto” de transmisión vírica. Consideremos, además, que la propia contaminación sufrida durante todo el desarrollo de nuestra vida reduce la capacidad del sistema inmunológico de todas las formas posible, pues lo deprime y lo estresa, logrando que su respuesta no sea, por decirlo de manera suave, todo lo óptimo que debería.
A lista de precursores del daño vírico debemos añadir, por su evidente protagonismo, al “silencioso” ruido. Silencioso, sí, pues nadie le da el valor que se merece en nuestra ciudad. Sin embargo, lo nombramos justamente, pues se ganó hace tiempo este derecho. No en vano, son más de 1.000 muertes las que provoca en Europa, según datos de la F.E.C. (Federación Europea de Ciclismo) y más de 800.000 casos de hipertensión en un solo año. Esto logra que sea incluido con derecho propio en esta ecuación mortal, al reducir la capacidad de nuestro sistema inmune.
A tenor de los datos compartidos hoy, ¿lograremos que este panorama tan realista nos enseñe el camino a seguir?, “¿dejaremos de hacer lo políticamente posible para hacer lo humanamente necesario?”. Responder a estas cuestiones de forma afirmativa solo depende de nosotros.
La contaminación se ceba en nuestros mayores. Estos nunca han estado a salvo, pues los agentes patógenos más diversos los tienen en el punto de mira. Si seguimos sentados, sin hacer nada, pensando que tras la pandemia todos los problemas serán solucionados por arte de birlí-birloque, es que todavía aún no queremos ser conscientes de cuán profunda es la raíz del problema.
El enemigo público número uno en términos de salud pública es la contaminación medioambiental: mata más rápidamente que la II Guerra Mundial y agrava directa o indirectamente todos los factores que tienen una incidencia en la salud pública.
Hoy es el coronavirus, mañana ¿quién sabe? De lo que no hay ninguna duda es que, con nuestra actitud pasada y presente, en lo referente al consumo despreocupado de fuentes de energía basadas en los hidrocarburos, la contaminación seguirá golpeándonos allí donde más nos duela, apenas le demos una o mil oportunidades.

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